Es una verdad universalmente conocida, que todo soltero en posesión de una gran hacienda, anda en busca de su adelita.
Aunque nadie haya visto nunca al misterioso hacendado, esta verdad está tan arraigada en el pueblo mexicano, que las señoras están dispuestas a usar su carabina 30-30 para asegurarle ese hombre como marido a sus hijas.
—¡Mi querido señor Benítez! —dijo su mujer, el ejemplo perfecto del caso antes señalado— ¿Sabías que, por fin, compraron la Hacienda Nogueras?
El señor Benítez dijo que no sabía.
—¡Pues, ansina es! —gritó la señora de Benítez— la señora de Lozano acaba de chismearme todo.
El señor Benítez bostezó, eso alegró a su mujer porque creyó que diría algo, pero no dijo nada.
—Bueno, pos 'ora, ¿que no te da curiosidad saber quién es el que se va a mudar?
—No me importa que dejes incompletas las palabras cada vez que abres la boca, ni tampoco me importa conocer el nombre del nuevo dueño de la hacienda, pero, como siempre te sales con la tuya, seguirás hablando incompleto y de todos modos me dirás quién es el nuevo dueño.
Eso le bastó a la señora de Benítez.
—Se va a mudar un mentado señor Betancourt. Es tan rico y elegante que también tiene otra hacienda en Magdalena, ¡Hasta mandó a sus criados para que limpien todo pa' cuando él llegue!
—¿Está casado o todavía es libre de tormento?
—¡Está soltero, es rico y vendrá a Trincheras! Dicen que es muy buena persona, ¡Estoy tan feliz por mis hijas!
—¿Y mis hijas qué tienen que ver con esto?
—No te hagas, pos, que a fuerzas se va a tener que casar con una de ellas.
—«Pos, pos, pos» casi me dejas sordo. Pero, ¿él viene con esa intención?
—¡Serás bien tarugo! Claro que no viene con esa intención, pero cuando mire a una de mis hijas, vas a ver que ese catrín va a caer redondito, le va a venir gustando una de las cinco. En cuanto ponga un pie en Trincheras, irás a darle la bienvenida como excusa para que podamos ir nosotras también. No quiero que el señor piense que semos muy vagas.
—Pues, con esa manera de hablar, va a pensar que vivimos en una cueva. No iré a verlo. Ve tú, tanto que quieres ir a hacer el ridículo, no tengo nada a qué ir. Vete con todas, menos con mi querida Elíza, no quiero que pierda el tiempo con tus tonterías, las demás te seguirán como borreguitos.
—¡Hijo de tu...! No sé qué le ves a Elíza, a lo mejor la quieres más porque es tan amargada como tú. Tienes que ir, si no vas, otra se lo va a quedar. De por sí, antes de la Revolución nadie venía a este pueblo, menos 'ora, mucho menos vendrá otro rico para nuestras hijas.
—¡Dices que mi Elízita es amargada! Es como decir que las últimas tres usan el cerebro que nada más tienen de adorno.
—¡Oh, señor Benítez! ¿Por qué hablas así de las chamacas? Siempre que dices algo lo haces para que me den ataques de nervios, aunque no te gusten mis achaques.
—Te equivocas, en más de veinte años, tus supuestos dolores han sido mis grandes colegas, porque cuando los sientes, te callas.
—Casi me da el soponcio y te ríes de mí...
—El escándalo que haces para nada. Ese señor Betancourt ni ha de saber agarrar un rifle, así son todos los ricos.
—Pos, podrá ser el mismísimo Pancho Villa y tú ni lo vas a querer ir a ver.
—Créeme, querida, que si viniera el mismísimo Pancho Villa, iría corriendo para verlo.
El señor Benítez era un hombre informado, que su agenda solamente tenía espacio para burlarse de la necia ignorancia de su esposa, su periódico y él. La señora de Benítez, era una mujer simple que vivía de chisme en chisme y que decía lo que pensaba (por más bochornoso que fuera). Se creía enferma de los nervios desde que inició la Revolución, aunque de enferma no tenía nada y todas sus escenas de nerviosismo eran exageraciones suyas. Su meta era mirar a sus hijas casadas, incluso a la «amargada» de Elíza.
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Orgullo y prejuicio: A la mexicana
Historical FictionAmbientado en la Revolución Mexicana, la señora de Benítez solamente tiene un propósito en su vida: casar a sus cinco hijas. Pero, su segunda hija, la señorita Elíza Benítez tiene otro propósito en su vida: casarse cuando ella, y no su madre, crea n...