LVIII. Corre y se va corriendo...

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Elíza estaba comenzando a creer que el señor Dávila no regresaría a Trincheras. Sin embargo, el señor Betancourt se presentó con él en Laureles unos pocos días después de la visita de la señora Catalina de Báez. Llegaron tan temprano que la señora de Benítez no tuvo tiempo de contarles de la magnífica visita de la tía de Dávila, porque había amanecido a ir a lavar al río. El señor Betancourt propuso ir al río en las dos carretas todos hasta llegar con la señora de Benítez. Y así fue como todos salieron en grupo menos María, que no era amante de las caminatas. Betancourt y Juana iban tan lento que no tardaron en ser dejados atrás por Cata, el señor Dávila y Elíza. Pero Cata estaba tan incómoda al lado del señor Dávila, que decidió ir mejor a visitar a los López, dejando a Elíza y a Dávila solos. Fue en este momento cuando Elíza decidió decir todo lo que tenía en mente, per primero comenzaría con darles las gracias por el asunto de Laurita.

   —Señor Dávila, va a decir que no tengo llenadera con lo que le voy a pedir. Antes que todo, permítame darle las gracias por su bondad a la hora de ayudar a mi hermana. Desde que supe que usted fue quien obró para resolver todo, he deseado decirle cuán agradecida me siento. Y si mi familia supiera, créame que le tratarían mejor.

   —Lamento tanto, tanto —dijo él— que se haya enterado de algo que puede tener tantas interpretaciones. Pensé que sus tíos no le dirían nada.

   —Ellos no tienen la culpa en absoluto. Fue Laurita la que lo soltó sin querer. Y como era de esperarse, no me sentí en paz hasta que supe la verdad. En serio, le agradezco una y mil veces, en nombre de mi familia y en nombre de Trincheras. Porque no me puedo imaginar la frustración que sentía al no poder encontrar a Jorge y a Laurita.

   —No me agradezca en nombre de su familia. No me importa si me tratan mal, porque me lo merezco aunque les haya hecho un favor. Pero es que yo siento que ese favor solamente se lo hice a usted, señorita Elíza, porque lo hice pensando en usted y en su felicidad.

   Elíza se sintió sonrojada al oír eso y estaba muy turbada como para articular palabra. El señor Dávila continuó con el mismo tono dulce, nunca antes visto en él:

   —Usted es muy franca como para jugar con lo que siento.  Si sigue sintiendo lo mismo que en el pasado abril, dígamelo sin rodeos, porque yo sigo teniendo los mismo deseos, pero, una palabra suya me silenciará para siempre.

   Elíza seguía sin poder articular una palabra. Incluso se olvidó del favor que le iba a pedir. A como pudo le hizo saber que sus sentimientos cambiaron tanto desde su declaración.

   —No me lo explico cómo  —agregó ella—. Todos me conocen por ser terca y casi nunca cambiar de parecer. Para algunos es una virtud, mientras que para otros es un defecto. Mi 'amá alega que lo saqué de mi 'apá y mi 'apá asegura que lo saqué de mi 'amá. Le puedo afirmar, señor Dávila, que no me arrepiento de haber cambiado de opinión respecto a usted y le agradezco su valentía para proponerse por segunda vez.

   La dicha que inundó al señor Dávila fue indescriptible. Era un alivio saber que no era rechazado por segunda vez. Sentía un extremo gozo que tal vez nunca había experimentado. Si Elíza hubiera tenido el valor de asomarse a su rostro, lo habría visto como un hombre locamente enamorado. Su rostro, su voz, todo lo delataba, pero Elíza estaba tan turbada que no podía notarlo.

   Aún faltaba bastante tramo antes de llegar al río, cuando ambos estuvieron de acuerdo en que gracia a la señora Catalina de Báez fue posible el estar ahora juntos. Ya que la señora Catalina le informó de la visita al señor Dávila para hacerle saber lo descarada que era Elíza, quien según la señora Catalina, se tomaba todo como un juego, incluso su vida. Y le pidió a su sobrino que le hiciera prometer lo que no pudo con Elíza, pero la pobre señora Catalina de Báez no esperó que ese relato de su visita hiciera que el señor Dávila partiera inmediatamente a Trincheras.

Orgullo y prejuicio: A la mexicanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora