XXI. Cuatro esquinas

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Aunque el escándalo familiar hecho por la señora de Benítez casi había cesado, Elíza recibía indirectas de su madre de vez en cuando. Sobre el señor Carrillo, parecía que la cosa no tenía importancia, para él, todo había vuelto a la normalidad, con excepción de que ignoraba a Elíza cuando la veía, y si tenía la obligación de hablarle, lo hacía casi obligado, dejó de estar de encimoso con ella, y mejor se dedicaba a ayudar a María con alguna dudas de geografía. Su amistad con la señorita López se había reforzado, pues ya creía que Trincheras se había puesto de acuerdo para tratarlo mal.

   Al día siguiente, la señora de Benítez había despertado molesta con todos, golpeaba todo lo que agarraba y cuando echaba algo al plato, estos se salpicaban por la fuerza que eran tirados. El señor Carrillo seguía silencioso si no era para responder preguntas de geografía. Elíza lo retaba con la mirada a que se fuera antes de tiempo. Pero él seguía firme en su plan de quedarse el sábado.

   Después de desayunar, las hermanas Benítez fueron a los cuarteles para hacer sus deberes, pero más que nada, para saber si Jorge había regresado. Ahí lo encontraron, sacando filo a un machete viejo, las saludó y les dijo que lo habían necesitado de último momento. Aunque cuando se quedó a solas con Elíza, confesó que él no quiso asistir al baile de Nogueras.

   — Cuanto menos faltaba para el baile — se excusaba —, me di cuenta que sería vergonzoso estar bajo el mismo techo de él, y por lo que escuché, habríamos disputado por conseguir la atención de la misma dama.

   Elíza dijo que si él habría asistido, ella hubiera ignorado a Dávila. Ahondaron en el tema, pues él quería conocer los detalles del baile.

   El entrenamiento terminó y se ofreció para acompañarlas a Laureles, esto despertó más sospechas de las que ya habían en Trincheras; creían comprender por qué había rechazado al señor Carrillo. Todos concordaban en que tal vez Elíza le presentaría a Jorge a sus padres.

   Si la situación familiar no hubiera estado tan tensa, Elíza lo habría invitado a que estuviera más tiempo, pero prescindió de él sin retenerlo, lo cual agradeció pues al poco tiempo de que se hubiera ido, llegó una carta de Nogueras para Juana. Todas se emocionaron, ya que la hoja se veía muy elegante y la letra lo era aún más, sin embargo, lentamente, mientras Juana leía la carta, su rostro cambiaba de expresión, su alteración fue tal que terminó yéndose a su habitación para terminar de leerla. Elíza la siguió y desde el umbral de la puerta veía a su hermana cómo en lugar de terminar de leer la carta de una vez, se regresaba a releer algunos fragmentos. Como si apenas se diera cuenta que Elíza estaba allí, recobró la compostura y puso la carta en su regazo, mientras cubría su delicado y alterado rostro en el rebozo azul. Hizo unos pucheros, pero logró controlarse, volvió a tomar la carta, y le hizo señas a Elíza para que se sentara a un lado de ella en el catre.

   — La carta es de Carolina Betancourt: me impactó lo que escribió, no era algo que me esperara. Todos se fueron de Nogueras, van camino a Magdalena, sin saber cuándo podrían venir. Mira...

   Juana comenzó a leer la carta en voz medianamente alta para que nadie que no fuera Elíza la escuchara. Decía que habían descuidado a sus nuevos vecino de Magdalena y que desde luego sentían interés por ellos, por eso harían una cena en su hacienda La Gema. La carta continúaba del siguiente modo: «Estaría mintiendo si le digo que lamento el tener que irme de un pueblo que nunca fue de mi agrado, sabiendo que me esperan experiencias más excitantes en Magdalena, ¡Habrá mejores personas con quien tratar! Lo único que echaré de menos, será tu compañía, sobre todo porque en tu pueblo es complicado llevar una correspondencia como en la ciudad, a pesar de esto, espero que me escribas pronto y así seguirnos contactando».

   Elíza se molestó con la señorita Betancourt por escribir de manera nada adecuada algo que por sí solo lastimaba y sorprendía tanto a Juana como a ella. Intentó convencer a su hermana de que por lo menos Betancourt regresaría pronto porque a él sí le gustaba Trincheras, porque si no, no hubiera comprado Nogueras.

Orgullo y prejuicio: A la mexicanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora