Elíza pasó la noche velando a Juana, observando si mejoraba o empeoraba. A las cinco de la mañana, fue cuando sus síntomas disminuyeron un poco y Juana tenía un poco más de energía y salud.
— Te has levantado porque a esta hora te levantabas pa' hacer las tortillas — dijo Elíza con tono burlezco.
— Es enserio, puedes decirle al señor Betancourt que ya estoy en condiciones de recibir a mi madre. Ya no pienso dormir y convalecer todo el día, aunque sé que eso le gustaría a mamá.
Elíza no tardó en compartir las mejoras al señor Betancourt, quien se había despertado temprano para preguntar a Elíza si se le ofrecía algo. Escuchó la petición de Juana, y sin dudar mandó a un criado hacia Laureles para invitar a todos los Benítez a visitar a la enferma. Cuando menos lo esperaba, escuchó que tocaron la puerta y al abrirla miró a la señora de Benítez con sus dos hijas menores. Les preguntó el medio de transporte que utilizaron para llegar a Nogueras y ellas respondieron que a pie (y un corto trayecto en la carreta de la familia Lozano).
Agradecida de que su hija no padecía de nada grave, pero que aún tenía la oportunidad de estar en Nogueras, la señora de Benítez ignoró los ruegos de Juana para terminar de aliviarse en la cómodidad de su hogar, y exageró un poco a la hora de describir la sensibilidad de su hija y lo propensa que estaba a decaer porque con tanta lluvia, Laureles estaba muy húmedo y las goteras del techo no ayudaban a que el rancho estuviera listo para recibir a Juana.
— Pancha me dijo, muy claramente que Juana necesita reposo, aparte que todavía no se ha arreglado nuestra carreta, a este paso la voy a tener que arreglar yo, pa' vida de que Juana pueda regresar a la casa — argumentó, torpemente la señora de Benítez.
— ¿Trasladarla a Laureles tan pronto? — exclamó Betancourt — No lo puedo permitir.
La señora de Benítez le agradeció muy efusivamente.
— Yo sé que Juana come mucho — agregó — pero yo sé que eso a usted no le molesta porque es su amigo. Los amigos no se andan fijando en esas cosas, y yo sé que usted y su hermana son de las amistades más cercanas de mi hija porque la quieren aunque nosotros no semos ricos como ustedes. Mire, joven, hicieron muy bien en mudarse, pero, ¿van a estar aquí por mucho tiempo? Sí-cierto que no tenemos lo mismo que las grandes ciudades, pero, uno aquí hace lo que puede, les truje machaca para que coman con sus huevitos, también les traje queso fresco del rancho para que coma con sus tortillitas calientes. Elíza, ¿ya le hiciste tortillas al señor? ¿No? ¡Pos, qué haces allí parada, ve y hazle!
— No se preocupe, señorita Elíza — dijo el señor Betancourt —. Le agradezco sus obsequios, señora de Benítez, no hay algo que disfrute más que la comida de casa. Estos detalles hacen que nunca me quiera marchar de aquí. Si algún día llego a irme de mi querida Trincheras que me ha adoptado, me iría sin reflexionar porque si lo pienso éntonces no me voy a querer ir. Es cierto que le he pagado cinco mil pesos a la bola para que no causaran disturbios en el pueblo, no me gustaría mirar a este pueblo en aprietos, así que son los mejores cinco mil pesos invertidos, porque se los he dado a los que luchan por un México mejor.
— Naturalmente que no se arrepiente — analizó Elíza.
— Soy fácil de conocer; no tengo secretos que ocultar. La bola creía que tenía nexos con la política, pero al poco tiempo el general miró que soy más transparente que el agua y me dejaron libre con una pequeña cuota a pagar.
— Es comprensible lo que usted ha hecho — siguió diciendo Elíza —. Lo que me pregunto, es qué habrá hecho el señor Dávila para que la bola no lo tome en cuenta.
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Orgullo y prejuicio: A la mexicana
Ficção HistóricaAmbientado en la Revolución Mexicana, la señora de Benítez solamente tiene un propósito en su vida: casar a sus cinco hijas. Pero, su segunda hija, la señorita Elíza Benítez tiene otro propósito en su vida: casarse cuando ella, y no su madre, crea n...