XXIV. Las jaras

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Llegó la esperada carta de la señorita Betancourt, cuyas palabras eran tan hirientes para Juana, que Elíza deseó que ojalá nunca se la hubieran enviado. El saber que ya se habían instalado por completo en Magdalena, les cayó como un cubetazo de agua fría. La carta finalizaba con el pesar que expresaba Betancourt al no haberse despedido de nadie, pues sospechaba que su regreso a Trincheras sería algo lejano.

   La carta, en conclusión, fue la puerta a más decepciones y zozobras. Carolina no hizo más que escribir alabanzas sobre la señorita Dávila. La señorita Betancourt no escatimaba sus descripciones (ya dadas) sobre la joven mayor dotada del norte; hasta del país si le preguntaban a ella. Esto no ofrecía consuelo sobre Juana, quien ya había perdido toda esperanza ante una señorita de tal calibre y posición. No había un párrafo donde no se mencionara a un Dávila o se hiciera alusión a ellos y sus riquezas.

   — «El señor Dávila — leyó Juana —, ¡Ah, el señor Dávila hace tanto por nuestro hermano! Al ser testigo de la fuerte atracción entre su hermana y mi hermano, ha decidido invitarlo a su casa por una temporada. Además de ofrecerle la compañía de Graciela Dávila y la suya, nuestro gran amigo le está inculcando el aprecio por los productos de calidad y acabado elegante, entre ellos, el mobiliario. Sigo sin comprender cómo Carlos fue capaz de olvidarse de algo tan importante como el mobiliario cuando llegamos a Trincheras. Agradezco que el señor Dávila lo perdone por sus gustos ordinarios y lo siga orientando, pues cabe recordarte que alguien perteneciente a nuestra clase, no debe aspirar a tan poco».

   Elíza escuchaba a Juana, sintiendo una indignación que el silencio no pudo expresar mejor. Le asombraba el nivel de autoengaños que la señorita Betancourt era capaz de hacerse para intentar engañar a los demás, asímismo también le sorprendía que Juana creyera todo. Sintió resentimiento por Carolina, pues ella conocía a Juana y aún así se aprovechaba de su ingenuidad. Dudaba que Betancourt sintiera algo por la señorita Dávila, más bien, creía que ambos jóvenes no eran compatibles como pareja, «pero, hacen esto por dinero — pensó, mientras daba un largo suspiro —, no sé por qué el señor Betancourt se enamoró de Juana, si sabía que no se podía casar con ella, y encima, le dió alas a mi pobre hermana que no tiene la culpa de nada. Yo sé que él la ama, lo que no sé es por qué los ricos renuncian tan fácilmente a su felicidad, lamentablemente, nosotros nos aferramos hasta lo último, como está haciendo Juana».

   — Elíza — prosiguió Juana —, ¿está bien si hoy no vamos al regimiento? No he hecho nada y estoy tan agotada.

   — No pasa nada — contestó Elíza —, no hace falta trabajar físicamente para alcanzar un agotamiento deprimente, basta con la ansiedad, que aflije y condena a través de los pensamientos que no llevan a ninguna parte. Dejando eso de lado, está bien que no vayamos, porque el batallón comienza a creer que los seguiré a Guaymas, y ahorita no estoy para eso. Mi única misión como coronela, es de asegurar que Carlos Betancourt y Juana Benítez estén juntos — añadió con voz solemne de juego. Juana sonrió, pero no dijo su opinión sobre la carta.

   La tímidez natural de Juana provocó que no abriera su corazón a su hermana para expresar su opinión sobre la carta. Tuvo que esperar hasta que las dos se quedaron solas porque los demás salieron a vender quesos, mientras ellas, acompañadas de sus rifles, cuidaban las pocas posesiones del rancho.

   — ¡A veces mamá se pasa! Es increíble con qué insensibilidad insulta y le echa tierra al hombre más bondadoso que he conocido.

   — Insensibilidad la tuya — replicó Elíza —, para no ponerte a llorar cuando escuchas lo que dice.

   — Intento parecer insensible — dijo Juana, desmoronándose, después de todo, habían pocas ocasiones para estar solas —, pero la verdad es que me duele mucho, parece que cada vez que habla me atraviesa el corazón con las jaras de Adán. Pero no me quiero quejar, porque si le hacemos caso es peor. Al fin y al cabo, de amor nadie muere, ya verás que todo volverá a ser como antes.

Orgullo y prejuicio: A la mexicanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora