XL. La pera

209 39 57
                                    

Una tarde, mientras Juana y Elíza vendían deliciosos yoyomos para el calor, inevitablemente miraron a lo lejos la hacienda Nogueras; cuyas paredes fueron testigo de la felicidad de Juana y el final de esta misma. Recordaron la alegría de aquel día en que todas las Benítez fueron a visitar Nogueras, y del bochornoso momento cuando su madre preguntó por las tortillas sin saber que los ricos comían con pan. ¡Oh, había pasado hace tanto tiempo, que en vez de recordar aquella escena con vergüenza, la recordaban con nostalgia! Era admirable cómo Juana recordaba todo y hacía un gesto como si ya no tuviera esperanzas a pesar de ser joven, ya que nunca volvería a ser así de feliz.

   Elíza, por su parte, decidió distraerla, pasando por el cuartel que ya estaba siendo retirado para seguir adelante. Para ambas, el pensar en el cuartel era lo mismo que pensar en Jorge García, por lo que no tardaron en encontrar un tema de conversación menos doloroso que recordar la felicidad de los días pasados.

   —Pues —dijo Juana—, de lo mal que le contestaste al señor Dávila, va a tener que hacer lo que aconseja nuestra madre cuando oye de un caso igual: agarrarse una botella de bacanora y pedirle a la banda que canten las que sirven para el mal de amores, y llorar hasta que ya no se pueda.

   —Quién sabe y sí hizo eso —contestó Elíza a carcajadas—, porque se me declaró tan seguro como que si ya le hubiera dicho por adelantado que sí. Por cierto, nunca he oído a mi 'amá que aconseje eso.

   —Me lo aconsejó a mí —dijo Juana tristemente—, pero, me imagino que aún con la agresividad disimulada lo tumbaste de su nube.

   —Él solito se cayó, El Alacrán se picó con su veneno. De lo único por lo que me siento mal es que defendí a Jorge solo porque cuando llegó sí nos habló bonito y no como Dávila, que hasta El Alacrán le pusieron. A Jorge hay que bautizarlo como: El diablo.

   —Creo que todas lo hubiéramos defendido si hubiéramos estado en tu lugar, Elíza, porque esparció un chisme que no era nada cierto. Esos chismes debieron llegar al señor Davila, y él nunca hizo nada por aclarar las cosas.

   Pero se notaba en el tono de voz de Juana que habría deseado que todo lo señalado al buen Jorge fuera falso, porque su ingenuidad no le daba espacio para anidar emociones negativas de quienes le agradaban. Ante todo, otra cosa que notaba Juana, era que Elíza excusaba a Dávila más de lo que hubiera imaginado. Si bien era cierto que Elíza le platicaba sobre lo cerrado y pretencioso que fue Dávila, Elíza se dirigía a los defectos de él en tiempo pasado y hablando en tiempo presente de las virtudes que de no ser porque su hermana se las platicaba, no las creería tan vivamente como Elíza.

   —Mira que lo que le quería hacer a la pobre Graciela Dávila no tiene nombre —se quejó Eliza—, casarla para luego no ayudarla si peligraba en campaña, y quedarse con su dinero. No cabe duda que de los dos apenas se hace uno, porque Dávila no tiene cara de buena gente y lo es, pero con el otro es alrevés. Dávila nunca haría algo tan bajo como Jorge, y eso habla muy bien de él... Si tuviera enfrente al señor Dávila una vez más... bueno, le pediría un consejo, si debo hacerle saber a todos cómo fueron las cosas realmente.

   Juana la miró mientras reflexionaba, en ese momento, llegó un niño, deseoso de comprar yoyomos. Elíza le dio una bolsita y el niño le pagó.

   —Ay, Chava —le dijo Elíza—, ojalá que no le hayas vuelto a robar el dinero a tu nana para comprarte yoyomos, que no creas que no me ha dicho que ya no te venda. Esta es la última vez.

   —De veras que no se lo he robado a la nana mía —dijo el niño—, si 'asté' no me cree, pregúntele. El dinero me lo dio Jorge por ayudarle haciéndole recados.

   —¿De verdad? —preguntó Juana—, porque no nos gusta que los niños sean mentirosos.

   —¡Ansinísima! —exclamó Chava y con la inocencia de los niños explicó—: Nomás no le vayan a decir a mi nana porque Jorge me manda a comprarle cigarros, pero el que los vende ya no le quiere fiar, que porque ya le debe muncho. Y mi nana no me deja ir a esa tienda porque está peleada con la señora de la tienda. Si le dicen me va a pegar con la vara. Pero pregúntele a Jorge y le va a decir que sí spes cierto.

Orgullo y prejuicio: A la mexicanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora