El señor Benítez era malísimo para ahorrar. No podía quejarse de lo gastalona que le salió Laurita o Cata, porque ciertamente él era igual pero sin ser vanidoso. Que si le hacía falta a su mujer cualquier insignificancia o si cualquiera de su hijas quería algo, él simplemente no podía negarse. Si bien es cierto que no podían darse lujos tanto a la hora de comer como a la de vestir, no podían quejarse tampoco de que les hicieran falta zapatos o frijolitos de la olla. Sin embargo, lo que nunca pensó es que ahora tendría que usar sus pocos ahorros para pagar por el respeto de su hija y por tenerla con un hombre igual de despreciable que El Chacal. Le preocupaba no tener después para pagar la renta al señor Carrillo, con quien pensaba reunirse cuando acabara toda la locura de la Revolución para negociar por la compra de Laureles. Pero ahora era más importante asegurarle un hogar y modo de subsistir a su yerno que a él y sus otras hijas.
Al menos agradeció tener un poco de ahorros, porque al inicio de su matrimonio no pensaba ahorrar ni un cinco partido por la mitad. Tenía la confianza de tener un hijo que le ayudara en su trabajo y que su mujer saliera a vender a otros pueblos. Pero, por desgracia no tuvo ningún varón que le ayudara en sus arduos trabajos, en su lugar tuvo a cinco hijas, que son buenas en el hogar y en ocasiones trabajan de sol a sol, pero ellas ya tienen mucho trabajo haciendo otras cosas. La pobre Juana no estaba hecha para caminar mucho. Elíza era la que le echaba más ganas, pero no podía tener la misma fuerza de un hombre. María lo mareaba hablando de esto y lo otro. Laurita y Cata nomás querían estar sentadas viéndolo trabajar. Era una tragedia no haber tenido un solo varón.
Cuando miró que la noticia del paradero de su hija se expandió más rápido que cuando venden deliciosos tamales en la iglesia, sintió alivio de que sus hijas y su esposa ya pudieran andar por Trincheras como antes, aunque aún dejaban a muchas mujeres cuchicheando a sus espaldas sobre la infelicidad de la recién casada. Pero no le daba importancia, ahora que todo se había resuelto ya comían más que atole porque la señora de Benítez recuperó su vigor y no podía dejar de expresar su felicidad de que por fin se cumplió uno de sus más grandes deseos que era el de ver casada a una de sus hijas. No imaginó que la menor se casaría primero que la mayor.
No paraba de decir dónde le gustaría que su Laurita viviera.
—Si me la pudieran traer a la hacienda vieja que está a un lado de Maravillas... ¿Cómo se llama ese que los Buendía venden? ¡Los Hornos, ya me acordé! Dicen que los terrenos en Yécora o Soyopa son más baratos y buenos para las haciendas, y quiero conocer para allá aunque esté lejos.
—Señora Benítez —dijo su señor—, antes de que quieras comprarles el paraíso, te recuerdo que no tenemos el dinero. Pero prefiero comprarles la hacienda más cara de Aconchi antes que comprarles el rancho más insignificante de Trincheras porque aquí no pondrán un pie.
—Pos, ¿qué te picó que no quieres que nuestra primera hija casada viva aquí?
—Sería una falta de respeto que esos desvergonzados tuvieran que vivir aquí. "Nuestra primera hija casada" ojalá se hubiera quedado a vestir santos antes que casarse con ese bueno para nada.
Sin importar lo que le terqueó y lloró para que su marido la dejara vivir en Trincheras, no lo logró conmover en lo más mínimo. Sin embargo, cuando Elíza oía estas discusiones que eran su pan de cada día, deseaba tener el valor de escribirle al señor Dávila, y que él, que ha andado a lo largo y ancho del estado de Sonora, le aconsejara de cuál sería el lugar más económico para los recién casados. Pero le daba pena tener que molestarlo con ese tipo de cosas.
A veces se arrepentía de haberle dicho lo de Laurita, que después de haber vivido veinte días con Jorge apenas se casaron y se había resuelto. Aunque ella confiaba en el silencio de Dávila y su discreción. Aun así no podía dejar de sentirse humillada como si hubiera perdido ante un federal. Humillada porque después de todo lo que pasó, seguía teniendo deseos tontos de que la apreciara y... Era imposible, era natural que él trataría de alejarse de esa pareja lo más posible para que Jorge no intentará sacarle ni un peso.
¡De seguro el señor Dávila agradecía a Elíza por haber rechazado la propuesta y haberlo salvado de relacionarse con los García! Ahora de nada le servía pensar en las virtudes de Dávila y en lo bien que hubieran sido como pareja. De nada le servía darse cuenta que ella necesitaba de alguien reservado como él para que le ayudara a compensar su personalidad que nunca se quedaba callada ante la más mínima injusticia.
Días después llegó una carta del señor Galindo que decía:
Jorge ha abandonado la bola. Lo cual deseaba mucho porque no creo que Laurita sea la más apta para ir de pueblo en pueblo cuidando a alguien con el riesgo a ser asesinado y que ella quede rondando sola. Supongo que también estarás de acuerdo con eso. Ahora ha recibido la invitación de unos viejos amigos de El Fuerte, Sinaloa para trabajar como vaquero, por lo que ya no le hará falta el ganado que nos pidió, ni tampoco el rancho pues estos amigos le dejarán quedarse en el rancho llamado Nopalera, donde trabajará. Espero que el vivir en Sinaloa lo tomen para comenzar de nuevo y corregir su comportamiento para ser más maduros y respetables. Es una gran oportunidad para Jorge, pues le dieron a entender que si mostraba compromiso y seriedad en su trabajo, podrían ser suyas las cabezas de ganado y la propiedad. Antes de que la pareja abandone el norte, quieren visitarles.
Atentamente:E. GALINDO
A pesar de la gran oportunidad que era, la señora Benítez casi sufre un soponcio al saber que su hija viviría en otro estado, siendo que ella las quería a todas en Sonora.
—Se las hubiera pasado que se fueran pa' Chihuahua de 'onde era mi papá, pero Sinaloa...
Todos los demás estaban que no cabían de felicidad ante aquella noticia. Cata fantaseaba con ir de invitada a ese famoso rancho Nopalera cuando su padre le levantara el castigo. El señor Benítez no los pensaba recibir en su casa, pero cuando Juana y Elíza le contaron que debían reconocer a la pareja, no tuvo más opción que aceptar y enviar la respuesta al señor Galindo para que los Garcia llegaran lo más pronto posible para despedirlos lo más pronto posible.
—Ya los veo —dijo Cata— que cuando vengan van a vestir bien elegante y van a caminar como esas graciosas garzas.
—Para mí no serán más que chanates —dijo el señor Benítez y su hija lanzó un grito al oírlo decir eso, pero ya lo sabrían el día de la visita.
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Orgullo y prejuicio: A la mexicana
Ficción históricaAmbientado en la Revolución Mexicana, la señora de Benítez solamente tiene un propósito en su vida: casar a sus cinco hijas. Pero, su segunda hija, la señorita Elíza Benítez tiene otro propósito en su vida: casarse cuando ella, y no su madre, crea n...