XXX. El pescado

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Don Guillermo se marchó a la semana de su estancia, pues tenía el compromiso de asistir a un mitin político, y don Guillermo no desaprovecharía la oportunidad para hablar sobre el privilegio de prácticamente ser consuegro de alguien como la señora Catalina de Báez.

   Por orden de Carlotta, Elíza se quedó en Arizpe. Elíza no pensaba aceptar, pero Carlotta le explicó que no temiera por el inoportuno del señor Carrillo, ya que él regresaría a sus trabajos habituales cuando su deber de yerno anfitrión hubiera terminado. Y Carlotta tuvo razón, desde el desayuno hasta la cena, el señor Carrillo estaba en Rosales, trabajando como administrador, y llegaba tan cansado que apenas reparaba en la presencia de Elíza. Algo que notaba la invitada, era lo mucho que la señora Carrillo huía discretamente de su esposo, como si también fuera una de las gallinas, porque también ellas se echaban a correr cuando veían al señor Carrillo.

   Él no las interrumpía, pero tenía la desgraciada ventaja de que la ventana de su despacho en la casa diera con el camino donde transitaba la otra gente del poblado, y también la señora Catalina. No importaba si ella solamente pasaba sin pensar visitarlos, porque él hacía un escándalo digno de su ego. Quienes llevaban las consecuencias eran Elíza y Carlotta, que se incorporaban para recibir una visita que no se realizaba. En unas pocas ocasiones sí se trataba de una visita, pero era porque la señora Catalina escuchaba los gritos del señor Carrillo y lo visitaba para que no se llevara tantas decepciones. Sin embargo, en este tipo de visitas ella no salía del coche, solamente intercambiaba unas cuantas palabras con Carlotta y acto seguido continuaba su marcha.

   Una sola vez tuvieron el honor de una digna visita de la señora Catalina, y tanto Carlotta como Elíza desearon no haberla recibido, pues apenas se bajó del coche comenzó a criticar y sugerir mejoras para la casa. Incluso, ya conociendo el temperamento de Elíza, le aconsejó que ayudara a Carlotta con la limpieza de la habitación que se le había asignado. Elíza sintió ganas de ir por su machete para hacerle pedazos las joyas tan ostentosas que portaba mientras hombres morían en batalla por la tiranía de la gente como la señora Catalina. Esta última prosiguió con sus consejos, sin importarle la reacción de Elíza, y después añadió que no harían mal unas cuantas flores en la habitación y en la hermosa ventana rectangular que había al lado izquierdo, que daba la vista a un árbol y a la pradera verde que el señor Carrillo se robaba de otros jardines para mantener hermoso el suyo.

   Una vez se marchó la señora Catalina, Elíza olvidó las sugerencias, pero la señora se las recordaba cada vez que estos visitaban Rosales, normalmente dos veces a la semana. Y su estancia en Arizpe llevó esta rutina hasta que faltando poco para semana santa, se enteró que Rosales recibiría a un familiar de las De Báez, después se descubrió que no se trataban de uno, sino de dos, entre ellos el señor Fernando Dávila. Elíza creyó haber ido mal, pero cuando la señora Catalina le dijo que ella nunca se equivoca, y que, en efecto, los dos llegarían en cuestión de días. Elíza seguía absorta, pero después su rostro se convirtió en una mueca de curiosidad, pues sería interesante ver el tipo de interacción que la señorita De Báez y el señor Dávila tenían, también sonrió un poco al pensar en la pobre Carolina Betancourt, quien ignoraba que su amado ya estaba apartado para alguien más.

   —Mis sobrinos son toda amabilidad —dijo—, al venir para conocer a la señora de Carrillo. Significa que hice bien en decirles que para mí, el señor Carrillo es como un hijo, por lo tanto, un primo para ellos.

   —Señora, creí que ya estaba enterada —dijo Carlotta y se trabó un poco—, el señor Dávila ya me conoce, al igual que a la señorita Elíza, sin embargo, ninguna conoce al otro caballero.

   —Me parece curioso en extremo —dijo la señora, contrariada—, porque fue el señor Dávila quien insistió en que les avisara que ambos los visitarán a ustedes apenas lleguen a Arizpe. Yo suponía que era por curiosidad, pero ahora no hay nada que suponer, es claro que su insistencia radica en que desea encontrarse pronto con sus amistades.

Orgullo y prejuicio: A la mexicanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora