XXIII. La araña

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Elíza estaba limpiando frijol con sus hermanas y su madre, reflexionando sobre lo que había escuchado — y no se atrevía a decir —, cuando llegó Don Guillermo en persona, con el propósito de anunciar el matrimonio de su hija. En el camino se había armado de valor, pero al llegar y recordar cuán salvajes y malhablados solían ser los habitantes de Laureles, no se sentía capaz de cumplir su misión. Comenzó preguntándole a la señora de Benítez si iba a hacer más tamales de frijol, ella contestó que no, y él comenzó a hacer cumplidos a todas sus comidas, añadiendo que si podía ayudar a su esposa para hacer la comida de la boda que tendrían Carlotta y el señor Carrillo. 

    — Mire la muchacha — dijo ella —, con que se nos casa, ¿el ese señor Carrillo es uno de la bola o de sus amigos políticos?

   — No conozco a otro señor Carrillo — replicó él —, mas que el que estuvo aquí.

   — ¡Padre nuestro que estás en los cielos! Por todos los santitos, no me mienta, don Guillermo, ya sabe que las mentiras me ponen nerviosa — él siguió fime —. Fíjate nomás, se lo tenían bien guardado, ¿oíste Elíza? Tan guardado que ni Elíza sabía, ellas que son pulga y pelaje.

   Laurita, que era la más indiscreta y mal educada, pegó el grito en el cielo, exclamando:

   — Brincos diera la Carlotta si la agarraran pa'l casorio, ya no sale ni regalada. La que se iba a casar era Elíza, porque el señor Carrillo la quiere.

   Sólo porque conocía la insolencia de Laurita, no se ofendió, sino al contrario, pues tenía la oportunidad de voltear la tortilla y decir que las quedadas eran otras, pero sus modales y el respeto para la familia pudieron más que su irritación al escuchar semejantes palabras sobre su hija.

   Después de los disgustos, llegaron las felicitaciones a don Guillermo, que ya se estaban tardando en llegar. Así que para no hacerlo sentir solo con su felicidad, Elíza se unió exclamando que ella estaba de lo más contenta cuando Carlotta le avisó su compromiso, la señora de Benítez le pidió una explicación, pero ella la ignoró y siguió felicitando a don Guillermo, Juana también se unió a las felicitaciones, confesando estar emocionada para asistir a la boda de su buena amiga, y que ya se imaginaba visitando a su amiga en Arizpe, pues había oído decir que era mucho más bello y colorido que Trincheras y sus alrededores.

— ¡Esa trepadora se va a quedar con Laureles! — exclamó la señora de Benítez cuando Don Guillermo se marchó —. Carlotta no está tonta, si parece araña, tejiendo su plan sin que nos diéramos cuenta, ah, pero si hablamos de mis hijas, ¡No sirven pa' nada! Sobre todo Elíza — la mencionada intentó tranquilizarla, poner su mano en el hombro de su madre, pero la señora de Benítez dio un pequeño saltó y exclamó —: ¡No me veas, porque estoy como agua para chocolate! Ya estuvo bueno que me amargues el día, ¿pos' no tendrás algo de provecho para hacer?

   La noche despertó el lado más dramático de la señora de Benítez, que no conseguía calmar sus quejas ni para cenar, queriendo que su esposo arreglara la situación de inmediato.

   — Dime, mujer, ¿yo qué puedo hacer? Deberías de estar alegre. Antes pensaba que Elíza y Carlotta eran las únicas sensatas de Trincheras, que no se querían casar con el primer rico que vieran o con el primer pobre que las engatusara, pero, hoy comprobamos que nuestra Elízita vive en un pueblo de necias, Elíza es una joya y no te quieres dar cuenta.

   — ¡Qué joya va a andar siendo! Ni a piedra de amolar llega.

   — Admito — intervino Juana —, que a mí sí me sorprendió la noticia, porque yo también creía lo mismo que mi padre. Así que, madre, no hay que lamentarnos por haber perdido la oportunidad de que alguna fuera la futura esposa del señor Carrillo, no nos hubiéramos ganado nada, sólo ser la burla del pueblo. El señor Carrillo podrá tener su dinero y contactos, pero eso es lo de menos porque siempre sentí que él desarrolló adversión por nosotros mucho antes de conocernos, cuando en Arizpe pidió ser el heredero de Laureles. No hay porqué sentir envidias ni porqué decirle araña a Carlotta, si ella se entretiene con la plática de él, es su asunto.

Orgullo y prejuicio: A la mexicanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora