Entre reuniones para jugar lotería o carreras de caballos se llegó rápidamente el tiempo de que los de la bola partieran a Guaymas por órdenes del General Obregón para tomar un barco proveniente de Europa, cuyo dueño era la señora Catalina de Báez. A Elíza le daban arranques de preocupación por la bola, pues la señora Catalina era alguien poderoso que podría reunir a federales con la mejor artillería para luchar por lo suyo. En ocasiones sentía la corazonada de ir, porque sospechaba que el señor Dávila iba a estar presente para recibir la embarcación, entonces los de la bola le mirarían y por orden de Jorge podrían hacerle algo... Pero no podría escribirle para avisarle lo que se venía para la tía del señor Dávila, porque no quería ser traidora, y se repitió mentalmente que si era necesario tomar ese barco para presionar al gobierno, ella ayudaría en lo posible. No había por qué temer de lo que sucedería, porque el General Obregón tendría todo bajo control como siempre, pero estaría atenta por si necesitaban a más personas para luchar.
Además, ¿para qué quería salvar al señor Dávila de un posible secuestro? Si solamente le dijo la clase de gente que era Jorge, eso no bastaba para ir a Guaymas a salvarle el pellejo. ¿Sería porque ahora empatizaba más con él por conocerle mejor?
Esto era lo que no la dejaba dormir. En cambio, sus dos hermanas menores sufrían por la pérdida de la bola, y de que nunca convencerían a su padre para ir a Guaymas. Cata y Laurita no querían ni comer ni hacer nada. Se la pasaban todo el día con los Farías. La señora de Benítez se la pasaba quejando de sus rodillas y espalda, diciendo que el agua del mar le haría bien. Pero, como siempre, esto no hacía cambiar de opinión al señor Benítez.
—¡Ay, señor Benítez, mire cómo se me dobla la rodilla!
—Querida —decía él—, las rodillas sirven para doblarse, ¿o, acaso crees que debamos parecer palos sin podernos doblar?
—Sí, pero 'orita traeba las jabas de cebolla que le compré a don Beto y que se me va doblando sola la rodilla así sin que la quisiera mover. Y a mí me dijeron que hay algo que te ayuda para esos males...
—Yo también sé de algo —contestó él—, dile a Laurita que te ayude cuando quieras levantar cosas pesadas. A ver si el quehacer la hace olvidar eso de ir a Guaymas.
La señora de Benítez se sentó al lado de él para limpiar frijol. No se iba a rendir tan pronto.
—Pues, a mí me contó doña Pancha que lo único que sirve es ir al mar, que porque el agua de ahí es buena pa' muchas cosas.
—Entonces —dijo él, ya cansado—, antes de que los Farías se vayan, pídeles que te traigan una botellita con agua de mar.
—¡Me cae tan gordo que salgas con tus tarugadas! Ágarrame de malas a ver si te voy a hacer de cenar. ¿De qué te estás riendo, Elíza?
Era imposible razonar con la señora de Benítez cuando amenazaba con dejar de hacer la cena.
—Que acabamos de cenar, amá.
—Entonces que no desayune —dijo Cata haciendo berrinche.
Esto era lo que pasaba a diario desde que se anunció que la bola se iría, que Juana creía volverse loca oyendo las suplicas de sus hermanas y los reclamos indirectos que su madre le hacía por no haber "atrapado" al señor Betancourt.
Lamentablemente, a la mañana siguiente, a todos los Benítez les pareció extraño que Cata y Laura regresaran a su casa a la hora del desayuno, esta vez preparado por Juana, porque siempre solían desayunar con su amiga la señora Farías en el cuartel, que de señora solamente se le decía por ser casada, porque era de la misma edad de Laura. De tres meses hasta ese momento, Laura y ella se consideraban amigas íntimas, debido a las similitudes en sus comportamientos.
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Orgullo y prejuicio: A la mexicana
Historical FictionAmbientado en la Revolución Mexicana, la señora de Benítez solamente tiene un propósito en su vida: casar a sus cinco hijas. Pero, su segunda hija, la señorita Elíza Benítez tiene otro propósito en su vida: casarse cuando ella, y no su madre, crea n...