XIX. El cazo

292 42 50
                                    

Al día siguiente el ranchito Laureles fue escenario de la propuesta del señor Carrillo. El baile de Nogueras lo hizo darse cuenta que si no actuaba cuanto antes, Elíza ya no le haría caso porque se enamoraría de alguien más. Sin mencionar que su estancia en Laureles se estaba terminando, pues su benefactora lo esperaba en Arizpe.

   A primera hora cuando la señora de Benítez se despertó para limpiar su solar, estando crudo y sintiendo la cabeza pesada, le pidió hablar a solas con ella y le explicó su propósito y las razones por la cual sería una buena alianza:

   — Pos, déjame decirte, muchacho — dijo la señora de Benítez cuando él terminó —, que nunca esperé de a de veras que alguien se quisiera casar con Elíza.

   — ¿Significa que me da su consentimiento?

   — 'Ora, no te aceleres, ¿si te casas con ella ya no nos vas a cobrar renta?

   — Le pido, señora, que no toque ese tema, es más complejo que eso (sobre todo por la actual desestabilidad del país). Pero, cuando Elíza y yo seamos marido y mujer, en vez de cobrarles, les voy a dar.

   — ¡Ah, pos así sí! — exclamó ella, con júbilo — Si quieres ahorita le hablo para que ella haga las tortillas en vez de Juana.

   La señora de Benítez lo dejó para irse al cuarto que comparten Elíza y Juana, abrió la puerta y prácticamente la arreó para que se levantara rápido a hacer tortillas y preparar la mesa. Los planes se vieron frustrados cuando Cata se despertó al escuchar el escándalo de su madre, y de mala gana la puso a pelar nopales, mientras la señora de Benítez fingía hacer salsa.

   Después de organizar sus ideas, el señor Carrillo, con movimientos faltos de equilibrio, entró a la casa, diciendo a la señora de Benítez las siguientes palabras:

   — ¿Me permite hablar a solas con su segunda hija? — Se escuchó un ruido, Elíza dejó caer la masa de una manera brusca —. Estoy impaciente por hablar con su hermosa hija.

   La complicidad de su madre, el llamado para que fuera a la cocina, las palabras del señor Carrillo, ¡Elíza sabía que eso significaba una cosa! La habían tomado desprevenida y sus mejillas eran el reflejo de su sorpresa. Su madre, con lágrimas de emoción, dijo:

   — Ay, esta cebolla de veras me hace chillar, parezco plañidera... ¿Qué decías? ¡Ah, sí, hablen a sus anchas, que me voy ahora mesmo! Cata, fíjate que no alcanza la leña para el desayuno, en la mañana miré un mezquite bien seco, llévate el hacha y traéte una leñita.

   Cata se agachó para recoger la hacha que se guardaba al lado de la hornilla, dispuesta a irse cuando Elíza logró decir por fin:

   — Ay, mamá, todavía nos alcanza la leña que tenemos. No se vaya usted tampoco, por favor, ¿a poco va a dejar la salsa a medio hacer? Capaz y se le va el sabor, termine de hacerla, el señor Carrillo puede hablarnos a las tres.

   — ¡Pos 'ora! — exclamó su mamá —. ¿Quién es la madre aquí? ¿Tú o yo? No me vas a andar mandando, si te digo que te quedas, te quedas. Nomás le da la rienda suelta uno y ya se creen la mamá de los pollitos — miró que su hija se molestó, pero confundida tampoco estaba —. ¿Qué haces aquí, Cata? Si te dije que te salieras, ¿o quieres que te saque a huarachazos? Porque con besitos no puedo.

   Elíza no podía desobedecer semejante orden expresada así. Prefirió guardar silencio y seguir amasando. Sus intentos por fingir serenidad fueron suficientes para que Cata y la señora de Benítez se salieran, no sin antes llevarse una cuchara en la mano por si alguien hacía otra queja. Elíza, de pie, escuchó cerrar la puerta a su espalda y su serenidad desapareció, las manos comenzaron a temblarle, ¡Nunca se había sentido tan contrariada: deseaba que el señor Carrillo hablara de una vez, pero al mismo tiempo deseaba que no dijera nada!

Orgullo y prejuicio: A la mexicanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora