XXXIX. La bota

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Eran fines de mayo, cuando los del cuartel iban a realizar la última fiesta antes de partir a Guaymas. Los ricos del pueblo no podían estar más contentos, pues ya no tendrían a quien les saqueara los productos de sus tiendas, mientras que los pobres no cabían de tristeza pues era divertido para ellos el juntarse con los revolucionarios. Verdaderamente se sentían honrados de que Trincheras haya sido el hogar de estos guerrilleros tan valientes y que sin duda se convertirían en una pieza importante para la historia de México.

   En dicha fiesta no podían faltar los habitantes del rancho Laureles. Laurita y Cata presionaban a la familia para que estuvieran listos rápido, y por esta razón fueron los Benítez llegaron cuando nadie llegaba todavía, la señora de Benítez dejó la olla de frijoles puercos en la mesa y regañó a sus hijas por andar de desesperadas porque cuando llegara la gente los frijoles iban a estar fríos. No podían estar más elegantes, a pesar de no haber asistido el señor Benítez, quien quería descansar de sus hijas y mujer, parecía que el sufrimiento que le causó el baile de Nogueras no era nada con la fiesta del cuartel, así que necesitaba silencio y hacer otras cosas que el escándalo de su esposa no le dejaba, como dormir. María también prefirió quedarse, por los mismos motivos de su padre.

   Cuando la fiesta empezó a tener ambiente, Laurita empezó a hablar con las demás señoritas que iban llegando, sobre unas botas algo particulares que compró. Eran usadas, pero sin duda se veían resistentes.

   —Ni aunque les pasaras el machete por encima —dijo— les haces un rasguño. Y son muy bonitas, ¿verdad que sí? —preguntó a sus hermanas pero ninguna le contestó el esperado "ansina es" que le hubiera gustado.

   —No le hace que estén feas —prosiguió Laurita—, porque las faldas me las van a tapar, nomás las quiero porque se ven que aguantan mucho.

   —¿Y tú pa' qué quieres esas cosas? —preguntó su madre—, nomás por andar tirando el dinero, ni te las vas a poner, nomás van a estar juntando polvo.

   —Las quiero por si mi padrecito nos lleva a Guaymas, que porque quesque dicen que allá hay muchas choyas, y si vamos a andar en la bola, más de una se nos va a pegar.

    La señora de Benítez se emocionó al oír la posibilidad de irse a Guaymas. Ella no conocía el mar, así que le emocionaba el pensar conocerlo, además de que se oían rumores que el General Obregón mandó a llamar a cientos de hombres para la batalla, por lo que habría mucha gente a la que tratar, sin duda se oían como las vacaciones perfectas.

   —Entonces —dijo su madre con los ojos con brillo— hay que decirle al Coronel Farías que nos vayamos todos juntos con la bola, ¡Ay, mi'jita, con todos los hombres que va a haber, pa' todas va a haber uno!

   —Y más —dijo Cata, haciendo reír a Laurita y a la señora de  Benítez.

   —Y de paso me compro un metate en Vicam —alusinó la señora de Benítez, imaginándose todo a detalle— Andale, Laurita, ve con la señora de Farías y dile la familia Benítez nos apuntamos para ir a Guaymas —Laurita se fue como alma que se lleva el diablo. La señora de Benítez se volteó hacia sus dos hijas mayores y les dijo—: 'Ora nomás falta que su padre quiera. Y, que me perdone Dios, pero su padre es muy necio, no oye ni entiende. Nomás va a hacer caso si Elíza le dice. Elízita, yo sé que eres muy amargada, pero piensa en todos los guerrilleros que va a haber, más de uno sí te va a querer.

   ¡Ay, pero era tan peligroso para sus dos hermanas menores esa situación! Pensó Elíza, sin duda habría muchos Jorges García en Guaymas, porque cuando uno va la batalla, en lo último que piensa es en buscar a una mujer. Ahora, Trincheras era un pueblo muy conservador, donde rara vez te casas con alguien de afuera, y donde si había una pareja que no estaba unida por la iglesia, el pueblo les desterrada. No es que estuviera deacuerdo con las ideas del pueblo, pero no quería eso para sus hermanas que tanto disfrutaban de convivir con la gente de Trincheras. Marieta Kino sabía esto, y por eso rompió su compromiso con Jorge, porque sin duda, concluyó Elíza, sabía que las intenciones de él no era el matrimonio, y sin duda Marieta apreciaba ser respetada por el pueblo.

Habiendo llegado a Laureles después de la fiesta, se encontraron a María leyendo, como siempre, y a su padre sentado al lado, en paz, tomando café y en la mano un taco de queso.

   —Ay, vieja —le dijo— se me olvidó decirte que me dejaras de comer, que María y yo apenas sabemos voltear una tortilla.

   Pero no le hicieron caso, Laurita llegó corriendo hacia él para rogarle que fueran a Guaymas de vacaciones, le empezó a decir que Trincheras sería muy aburrido después de que se fueran los del cuartel y que en Guaymas habría muchas diversiones.

   —Si estás tan aburrida —dijo—, yo te voy a dar quehacer para que no te aburras, un amigo mío murió de tan terrible padecimiento. Lo que hay que hacer es trabajar y no andar de ocioso persiguiendo a unos hombres que si por ellos fuera, te rogaran que te quedaras porque su rendimiento se ve afectado cuando estás cerca.

   La señora de Benítez estuvo a punto de tirarle el comal en la cara a ver si así dejaba de decir esas tonterías, pero después del cazo que quebró el señor Carrillo, no podía echar a perder más cosas. Lo que hizo fue hacerle una mirada dominante a Laurita para que se callara, y luego le hacía gestos a Elíza para que ella pidiera permiso.

  —Pero si es tu Elízita la que quiere andar atrás de ellos, y de ese mentado Jorge, ahorita que se enteró que siempre no con la Marieta, ¿a que sí, Elízita, chula?

   —¡Yo, andar atrás de él! Dios nos libre de ir Guaymas, porque Cata y Laurita no quieren ir de vacaciones, quieren ir y regresar casadas.

   Cata dijo un débil: "¿A poco tú no?" Pero fue ignorada por Laurita que hizo un berrinche. Agarró las botas que compró, quejándose de que las compró de en valde, luego dijo:

   —¡Yo no quiero ser una quedada como Juana! ¡No me quiero quedar a vestir santos! ¡Por la virgencita, que no quiero ser como Juana ni Elíza! Es más, se me afigura que primero me caso antes yo que ellas, y Cata, y María..., bueno, ella tampoco. ¡Quiero ir a Guaymas, ya le dijimos a la señora de Farías que íbamos a ir! Padrecito, vayamos a Guaymas. ¿María, no quieres ir?

   —Querida hermana, no menosprecio las actividades recreativas ni mucho menos, porque a muchas almas femeninas sensatas les agradan, pero yo prefiero la comodidad de mi casa y un libro tan bueno como este que estoy leyendo, que te recomiendo grandemente, que se llama Los empeños de una casa.

  Le desesperó que María hablara con la misma seriedad que siempre y del coraje, Laurita tiró sus botas al suelo, eran de una suela tan dura que una le lastimó el pie a su madre, que ya estaba cansada y le dijo a todos:

   —Olvídense que tienen madre, y tú, Benicio, que tienes mujer, porque con estos corajes no les voy a durar mucho. Tú, Elíza, piensas que me vas a tener para siempre pero no, yo no te voy a esperar sentadita a que te dignes en casarte. Si no vamos a ir a Guaymas, yo no les voy a hacer quehacer, ustedes tienen sus manitas, ni les voy a dar de comer, a ver qué hacen. ¡Ay, como que siento que el corazón... Laurita, házme un café con mucha ázucar para mis pobres nervios! Y échale un piquetito de Bacanora ya que estás allí.

Orgullo y prejuicio: A la mexicanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora