XXVII. El sol

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Cuando los dos batallones se concentraron en ir pidiendo a más hombres y soldaderas para tomar el puerto de Guaymas, las calles de Trincheras se vieron tan solas como habían estado antes de su llegada. No habían tantos guerrilleros borrachos en las esquinas, y los duelos a machete disminuyeron porque los guerrilleros no tenían tiempo para abusar de la ignorancia de señoritas pueblerinas. El rancho Laureles también disminuyó sus idas al centro de Trincheras, a veces Elíza, María y su madre iban en burro para visitar a Cata y Laura, que se comenzaron a "quedar" en el rancho Maravillas de su tía, pero lo que la señora Benítez y su cuñada ignoraban era que sus hijas menores casi siempre se escapaban de Maravillas para dormir en los cuarteles improvisados de la bola. Así de mónotono fue enero y febrero para Elíza, pero para las dos menores, significó más esfuerzo, sobre todo porque por una fuente anónima (se aseguraba que confiable) era cuestión de bastantes meses para que una importantísima embarcación francesa llegara a Guaymas, cuya embarcación sería la perfecta para meter presión al gobierno. Mientras tanto, había que conformarse con matar a diestra y siniestra a todos los federales que se encontraran.

   Todos le suplicaban a Elíza, su "coronela" que se quedara con ellos. Intentaron persuadir a su padre para que él la convenciera a ella, pero él contestaba que ni estando demente dejaría ir a su hija, porque entonces tendría que ser una de las líderes en la toma del puerto de Guaymas. El señor Benítez creía que a sus hijas menores se les pasaría en poco tiempo su fiebre de ser soldaderas, bastaría con que miraran más fusilamientos de lo normal para que sus débiles voluntades se espantaran y regresaran a Laureles como si nada hubiera sucedido. En pocas palabras, no las creía tan tontas como para arriesgar más sus vidas para seguir a los hombres.

   Elíza se sentía honrada cada vez que le prometían los mejores productos que el barco francés llevara. Le prometían quesos, vinos, telas y joyas, pero ellas las rechazaba todas, porque aunque no siguiera trabajando como coronela, ahora tenía más trabajos en Laureles desde que sus hermanas menores y Juana se fueron, y los pocos hombres que ayudaban con las siembras de la calabaza se unieron a la bola desde que el señor Benítez ya no les podía seguir pagando lo que les pagaba antes. Lo único que esperaba Elíza para descansar de sus labores, era el tan ansiado viaje a Arizpe. María y ella trabajaban de sol a sol, como nunca, pero más ella. A Elíza le irritaba trabajar con tanto calor, y cuando se sentía irritada, maldecía mentalmente a los que se le vinieran a la mente, entre ellas su amiga Carlotta, porque prefirió el camino fácil y se casó, ahorrándose lo que ella estaba haciendo. Cuando se sentaba a descansar, se arrepentía de lo que pensaba, y reconocía que extrañaba muchísimo a su amiga. Cuando reanudaba su trabajo, se quejaba nuevamente de tener que ir a visitar Arizpe en marzo, ¿y si una bola de bandidos detenía la carreta? Siempre que cortaba las calabazas le decía a María:

   —Es que Carlotta cree que uno tiene dinero como Porfirio Ojo de Vidrio para comprarse una de esas máquinas que hacen mucho ruido y tiran mucho humo... ¿Cómo se llama eso de lo que me hablaste el otro día?

   —Se les llama coches, igual que los carruajes —contestó María.

   —Lo que quiero decir es que yo no puedo arriesgarme a...

   —Elíza —dijo María, que quería terminar la plática cuanto antes porque analizaba mentalmente un poema—, olvidas que no irás sola, y tampoco irás acompañada de cualquier persona, porque don Guillermo es muy respetado.

   —¡Respetado! Los bandidos no van a andar preguntando uno por uno si somos respetados. A veces hasta quiero irme al batallón, con tal de no arresgarme tanto nomás pa' que el señor Carrillo me haga sus gestos, como que si yo le hubiera dicho que me quería casar con él.

   —Entonces por eso no quieres ir —dedujo María, incómoda porque lo mencionara—, porque no quieres mirar al señor Carrillo. Yo sé que tu amistad con Carlotta puede vencer esa traba.

Orgullo y prejuicio: A la mexicanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora