La señora de Benítez procuró que cualquier carreta estuviera disponible para la cena en que sus hijas y el señor Carrillo fueron invitados por la señora de Pérez. No únicamente procuró esto, también hizo todo lo posible para que Elíza y el señor Carrillo se sentaran juntos.
— A ver, Juanita, tú primero — dijo — porque luces más bonita. Después tú Cata y luego Laurita, que ya es Laurota porque estás bien larga. Después María...
— Querida madre, prefiriría no asistir...
— Si no te estoy preguntando, tienes que ir, ¿qué va a decir tu tía si no vas? Y tú, Elíza, vete a lo último con el señor Carrillo.
Elíza no hizo el menor intento de protestar, y se arrepintió cuando aún no se subían a la carreta y el señor Carrillo no le dejaba de hablar en el oído. Si por Elíza hubiera sido, hubieran viajado a la velocidad del rayo, pero sus hermanas menores iban con una paciencia... Se detuvieron en un puesto para comprar una bolsa de dátiles, después se detuvieron en el cuartel para preguntar si Jorge había aceptado la invitación de su tía, cuando éstos respondieron que sí, tuvieron que seguir andando medio kilómetro, y no era de extrañar que Elíza llegara con los tímpanos torturados y se bajara de la carreta sin importarle el señor Carrillo, no sin antes presentarle a su tía.
Como si no se cansara de hablar, enseguida le dedicó elogios a la casa de la señora de Pérez, diciendo que bien podía hacerse pasar por la pequeña habitación en donde se resguarda una colección de vinos en la hacienda Rosales. La señora de Pérez intentó disimular su indignación a tal comentario, pero después de escuchar quién era la dueña de Rosales, y cómo ésta mimaba su preciada colección de caros vinos procedentes de Francia, el comentario tomó más forma de halago; más bien, de un halago al estilo Carrillo.
Al señor Carrillo le agradó bastante la señora de Pérez, ella se convirtió en su mejor oyente y parecía no cansarse sobre las remodelaciones que la señora Catalina de Báez pedía que él realizara en su humilde morada. La señora de Pérez se mostraba impaciente por decirle a sus amigas de Magdalena todo lo que su invitado estaba diciendo. A las hermanas Benítez lo mismo les daba si la señora Catalina prefería el vino tinto al champagne de rosas, porque jamás lo habían probado, la única medianamente interesada era María, que de vez en cuando resaltaba lo interesante que eran las diversas culturas: «Así como nosotras nombramos corriente al agave, puede ser que en Francia sea una bebida que solamente los del paladar más sofisticado han probado». Las demás estaban al fondo de la sala, observando la colección de cantaritos que había comprado en Vicam y conservaba intactos.
Para buena suerte de las otras hermanas, los oficiales llegaron y entre ellos estaba Jorge. No lo supieron porque los vieran llegar, sino porque las otras señoritas presentes comenzaron a lanzar pequeños gritos de emoción y su rostro se ponía más rojo que un tomate, comenzaron a cuchichearse al oído, entre esas estaban Laurita y Cata. Ese espectáculo sacaba de lugar a Elíza, pero comprendía que todas actuaran así porque con los cartuchos a sus costados y la escopeta detrás de él, le añadía más atractivo y varonilidad. Después, las sacadas de lugar fueron las otras, porque en vez de dirigirse a ellas, se fue con Elíza tan rápido como la miró.
Dejó que se estuviera con ella (después de todo, no le hacía los quehaceres en balde) y que le platicara sobre el precioso clima que envolvía Trincheras. Algo de lo que ella se dio cuenta, era que el señor Carrillo le había dicho exactamente lo mismo por el camino, pero le dolía la cabeza de solo recordarlo, en cambio, podía oír a Jorge platicar sobre las nubes, y no sentir que necesitaba una botella de cualquier bebida con tal de sentirse bien.
Con la llegada del encantador Jorge y sus compañeros, el señor Carrillo terminó en el olvido, las pocas señoritas no lo tomaban en cuenta, sin embargo, su fiel oyente seguía allí, dándole panes y coyotas de vez en cuando.
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Orgullo y prejuicio: A la mexicana
Historical FictionAmbientado en la Revolución Mexicana, la señora de Benítez solamente tiene un propósito en su vida: casar a sus cinco hijas. Pero, su segunda hija, la señorita Elíza Benítez tiene otro propósito en su vida: casarse cuando ella, y no su madre, crea n...