Después de haber tirado el costal bajo el primer árbol que miró, Elíza se fue caminando al cuartel sin haber desayunado o siquiera haberse vestido un poco mejor, ya que traía las fachas que usaba cuando no iba a ningún lado. El coraje la hacía tener ganas de hacer algo nuevo, «sin aspiraciones. Ese desconocido cree que soy tan plana como él» pensaba, llena de furia y adrenalina. Los del batallón al verla, se pusieron de pie, rectos, como si le temieran, y uno le dijo:
— Como no 'stá nuestro capitán Farías ni nuestra generala, el Don Guillermo dijo que usté' sería nuestra coronela, mientras — dijo el soldado que tenía un marcado acento sinaloense.
— Pues, mire oiga — dijo Elíza —, yo no tengo ningún problema, siempre y cuando no tiren balas a lo loco, tampoco quiero que disparen al primero que vean — prosiguió con voz firme — porque no andamos pa' desperdiciar balas, capaz y los oyen los federales, o peor, ya nos están esperando en el pueblo al otro lado del cerro. Ya saben, a lo que te truje, Chencha.
— ¡Sí mi coronela! — respondieron ellos al unísono, aunque un poco dudosos porque también habían amanecido con mucha resaca, pero ellos luchaban como estuvieran.
— Ay, mi coronela, a poco se va a ir así y sin desayunar — dijo uno.
— Páseme un plato de caldo — pidió, se le entregó y tras dar un sorbo, añadió —, si lo hicieran de piedras no creo que tendría menos sabor, pero hablando de la ropa, ni modo que me regrese al rancho pa' vestirme, pidan a una de sus soldaderas que me dé su ropa.
— Andan en el río, mi Coronela — contestó el mismo de antes.
— Si 'tás re-flaca — dijo el sinaloense — bien cabes en la ropa del Chepe, orale Chepe, préstale tu otro cambio de ropa, y de una vez pásale una carabina bien cargada.
Ya vestida y montada en el caballo, Elíza y la bola partieron al otro pueblo, con Elíza en el frente. Curiosamente pasaron por Nogueras, justo en el momento cuando el señor Dávila se asomó a la ventana porque se preguntaba qué estaría haciendo Elíza.
Mientras Elíza daba un escarmiento a un candidato corrupto, la señora Benítez, había regresado del monte con Cata, se encontró con un señor Carrillo solitario, suponiendo que Elíza había ido a despertar a su padre, felicitó a su futuro “yerno”, pero más se felicitó a ella misma por la gran unión que había alentado; ahora nomás le faltaban cuatro (y una ya estaba a un hilito de casársele también). El señor Carrillo agradeció las felicitaciones, sin embargo, le dijo que no había nada por lo que lo debieran felicitar, acto seguido dio todos los detalles –con excepción del cazo– sobre la entrevista que tuvo con Elíza.
— Se salió de la casa, yo creía que solamente era para tirar un costal... — recordó qué contenía el costal y no terminó la oración — quiero decir que se fue sin avisar a dónde. Pero desde luego que no me importa nada la negativa que Elíza me dio. Antes que todo, me preparé con antelación para recibir una modesta respuesta de una señorita igual de modesta y tímida...
«Ah caray, ¿'tará hablando de mi hija?» pensó la señora de Benítez a la vez que escuchaba las palabras del señor Carrillo. Se preguntó si decirle que ella no se andaba con rodeos, así que por primera vez en su vida decidió callar: «A lo mejor y sí es tímida como dice el señor».
La conversación se pausó para que todos desayunaran, la señora de Benítez se empezó a preocupar por su hija que no llegaba.
— Ay, señor Benítez, y si se la robó uno de la bola. Mira nomás, dejó las tortillas a medio hacer, ella nunca hace eso. Ah, pero si nadie se la robó, va a ver, señor Benítez, va a ver...
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Orgullo y prejuicio: A la mexicana
Fiksi SejarahAmbientado en la Revolución Mexicana, la señora de Benítez solamente tiene un propósito en su vida: casar a sus cinco hijas. Pero, su segunda hija, la señorita Elíza Benítez tiene otro propósito en su vida: casarse cuando ella, y no su madre, crea n...