XXVI. El barril

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Su pequeño consejo no lograba calmar a la señora de Galindo, cuando se le presentó la ocasión, tomó a Elíza del brazo, la sacó de su casa y le expuso nuevamente sus motivos para no fijarse en Jorge, después añadió:

   — Me sorprende que tu sentido común no salga a relucir esta vez, querida. Si yo me doy cuenta que Jorge actúa extraño, y Juana lo acepta, quiere decir que la equivocada eres tú. Pero, como eres muy necia, no tocaré ese tema, lo mejor es que argumente con cosas claras. ¿Por qué entró a La Revolución? ¡No me respondas! Sé que fue para recuperar sus tierras, pero si se las quitaron fue por algo, ¿no crees? No le costaba nada demostrar que era un hombre honrado, trabajar bajo el sol para mostrar su entusiasmo por el trabajo, se le hizo más fácil arriesgar su vida, porque como él dice, no sabe usar un arma. Además, siento que titubea cada vez que le pregunto algo. Si te enamoras o estás enamorada de él, abre los ojos, porque estás enamorada de una mentira.

   — Tía, ¡Nunca la escuche hablar con tanta seriedad!

   — Chamaca, te lo estoy diciendo seriamente, no uses lo que te dije para una de tus bromas agrias, porque mueles más que el metate.

   — Te pareces a mamá, ¿fue ella quien te dijo que hablaras conmigo? Sé que nadie lo estima por ser pobre, mucho menos para esposo, así que no te preocupes, no me fijaré en él.

   — Ya vas a empezar...

   — ¡No me expresé como debía! Somos pobres, y Jorge lo es aún más porque no tiene un techo en el que descansar (cosa que nos sucederá algún día). No siento ninguna atracción por Jorge, afortunadamente, no es mi tipo de persona, es simpático, pero eso no resta que como esposo o novio no da el calibre. Las cosas como son, todos conocemos los gustitos que se da de vez en cuando, y eso me asegura que fijarme en él sería mi ruina. Cabe resaltar que a papá la cae bien, es el único de la bola que le parece agradable, así que, el mundo no se vendría encima como yo pensaba, aunado con que a mi edad ya estoy quedada, no puedo darme el lujo de rechazar pretendientes como si fueran tunas picadas.

  — Pues, demuestra que no te gusta, porque a tu madre y a mí nos traes a puros sustos. No lo hagas venir tan seguido, porque lo harás pensar otra cosa.

   — Él casi no viene, tía, lo que sucede es que creímos que sería interesante que Jorge y usted se conocieran, con eso de que los dos son de Álamos...

   La señora de Galindo se sintió verdaderamente aliviada respecto a la situación. Elíza le agradeció su preocupación, que la demostraba de una manera más cautelosa que la señora de Benítez.

A Juana le habría encantado asistir a la boda de su amiga Carlotta, pero el señor Galindo debía marcharse para entregar dos cajas de balas que la bola de Trincheras le enviaba a un grupo que estaba tomando Magdalena... y aún no se decidían a tomar el puerto de Guaymas.

   El mismo día que los Galindo y Juana se marcharon, regresó el señor Carrillo para casarse, afortunadamente se alojaría en Casa López, por lo que la señora de Benítez se ahorró las malas caras que le hubiera hecho si hubiera pisado Laureles. La felicidad de no tener que recibirlo, hizo que deseara amargamente bendiciones a los novios. Se iban a casar un jueves; asistirían amistades de los López, todos los habitantes de Trincheras estaban invitados, y los batallones igualmente. La señora de Benítez ayudó a preparar tanta barbacoa como si fueran a alimentar a todo México. Elíza ayudó a preparar el agua de horchata, que sin importar cuánta azúcar le echaba a los galones enormes, seguían estando desabridos.

   Elíza seguía luchando con la horchata, pues ya era de noche y la boda se celebraría temprano. Carlotta entró a la cocina, llamó a Elíza y la guió a su sala. Tenía que despedirse correctamente de su gran amiga.

Orgullo y prejuicio: A la mexicanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora