LIII. La estrella

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Al enterarse que Elíza conocía aquellos detalles de su pasado que intentó ocultar, Jorge no se atrevió a tocar el tema para no meter la pata aún más.

   Llegó el momento de despedir a los García, para que éstos continuaran su camino hacia Sinaloa. La señora de Benítez no pudo evitar derramar unas lágrimas, porque si no podía hacer que su marido fuera a Guaymas, menos podría hacerlo ir a Sinaloa.

   —¡Ay, mi niña Laurita! —exclamaba con sollozos— ¿Cuándo nos vamos a andar viendo otra vez?

   —Sepa la bola —respondió fríamente su niña—, a lo mejor y cuando ya no anden las revueltas.

   —Dile a mi yerno que nos escriba seguido.

   —¿Pa' qué? —preguntó Laurita— Los de Sinaloa no dejan pasar nada pa' acá, pero lo voy a decir. Pero ni tiempo va a tener el pobre. Usted tampoco deje de mandarme los chismes de Trincheras, madrecita, dígale a Elíza que se los escriba todos y me los mande, porque veo que nunca tiene qué hacer.

   Cabe narrar que los adioses que Jorge daba eran más cariñosos y bondadosos que los de Laurita, tanto que impresionó al señor de Benítez:

   —Valió la pena andar como alma en pena por Magdalena buscándolo. Mírenlo, hijas, ¡Elíza, te apuesto cien cartuchos a que Don Guillermo no tiene ni tendrá semejante yerno! Tristemente, Laurita se ha llevado lo mejor y ella lo sabe, por eso es que se compadece de ustedes porque un yerno así sólo se tiene uno.

   La señora de Benítez estaba muy triste como para alabar a su nuevo yerno. Estaba devastada. Todos los días se sentaba enfrente de sus hijas expresándoles cuánto deseaba que los García vivieran en Trincheras o alrededores.

   —Tengo que acostumbrarme cada vez que una criatura se me salga del nido —dijo con resignación, aunque volvió a las mismas—, pero es que con mi Laurita no puedo, estoy muy triste.

   —Triste fuera que la leva se llevara a Jorge haciendo uso de la violencia —dijo Elíza, intentando que su madre perdiera el sentimentalismo—, O que a las cuatro que le quedan se las roben, no eso de que la hija se le fue del nido.

   —O que nos volvieran a desterrar —agregó María— porque entonces no podría acceder a la biblioteca de don Guillermo o la de Nogueras.

   —¡María! —gritó su madre al oír aquel nombre— ¿De dónde sacas tú que puedes ir a Nogueras si no vive nadie?

   —La ama de llaves de Nogueras me acaba de decir que el señor Betancourt le ordenó que preparara todo porque vendrá porque quiere hacer una excursión en el cerro de Trincheras.

   Todas quedaron estupefactas al oír el regreso del señor Betancourt a Trincheras. En cambio, María lo contó tan tranquila, desconociendo que Juana se convertiría en un manojo de nervios que la traicionaba de vez en cuando.

   —¡Virgen Santísima! —dijo Juana a Elíza a solas— Todos piensan que me interesa que venga el señor Betancourt y no pueden estar más equivocados. No le veo lo especial que venga a su hacienda, lo veo como un comportamiento totalmente natural. Y si quiere venir al cerro de Trincheras, pues qué excelente porque la otra vez no tuvo de recorrerlo. En fin, ya no hablemos más de esto, pero, ¿están todos seguros de su llegada?

   —Sí, Juana, sí he visto a los peones arreglar la hacienda. Se espera que esté aquí antes del jueves, masomenos el miércoles.

   Al oír que era cuestión de poco tiempo para que el señor Betancourt pisara Trincheras, Juana sintió una alegría inesperada. Sin embargo, regresó a la realidad donde sabía que eso no podría suceder. Él llegaría al pueblo para ir a excursión y nada más. Era de esperarse que nadie le creyera cuando hacía miradas incómodas de desinterés, por lo que días después quiso dejarle en claro a Elíza lo siguiente:

Orgullo y prejuicio: A la mexicanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora