II. El gorrito

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El señor Benítez fue el primero en darle la bienvenida al señor Betancourt cuando éste llegó a Trincheras. Él siempre tuvo el propósito de presentarle sus respetos aunque le hubiera asegurado a su esposa lo contrario; ella no se enteró hasta en el desayuno del día siguiente, cuando a la segunda de sus hijas se le enfriaba la comida por estar adornando con esmero su gorrito.

   —Espero que al señor Betancourt le guste, Elíza.

   —Nunca sabremos si le gustará el gorrito al señor Betancourt —dijo la señora de Benítez con vehemencia—, con eso de que no lo vamos a visitar.

   —Pero, mamá —dijo Elíza—, eso no significa que no lo miraremos en la calle o en alguna fiesta. Además, la señora de Lozano ha dicho que nos lo presentará cuando pueda.

   —¡Tú le crees a esa mujer! —exclamó la señora de Benítez—'Esa nomás anda cazando novio pa' alguna de sus sobrinas. Si por ella fuera, nunca miraríamos al señor Betancourt. Me cae mal esa vieja, nomás trae puros chismes.

   —Lo mismo pienso yo —dijo el señor Benítez—. Es una lástima que sea la que te trae los chismes más interesantes.

   La señora de Benítez se indignó y no dijo otra palabra en casi todo el desayuno, pero su necesidad de expresar su enojo fue más grande y comenzó a regañar a una de sus hijas:

   —¡Deja de toser, Cata, qué no ves que me destrozas mis probes nervios!

   —Cata, para que los nervios de tu madre no se alteren —dijo el señor Benítez — deberías toser con más elegancia.

   —Ni que lo hiciera por diversión —respondió Cata, enfadada.

   —Elíza, ¿cuándo es el próximo baile?

   —En unos quince días.

   —Ansina es —se metió la señora de Benítez—, pero a qué vamos, si el señor Betancourt no va a querer bailar con mis chamacas, va a querer bailar con una que ya conoce.

   —Lo mismo da dos semanas de conocerse que diez minutos. Él puede venir cuando quiera.

   Todas se asombraron y miraban a su padre con confusión.

   —¡Disparates! Él ya nunca vendrá porque pensará que semos muy groseros  —exclamó la señora de Benítez.

   —¿Por qué dices eso? Tú habías dicho que el señor Betancourt era muy buena persona.

   —¡Estoy harta de ese señor Betancourt! —gritó la señora de Benítez.

   —Me da tristeza escuchar eso, porque entonces perdí mi tiempo en comprobar que era buena persona. Dime, María, tú, que siempre tienes la nariz en un libro, ¿es posible que el señor Betancourt crea que somos groseros y no nos devolverá aunque sea una pequeña visita?

   María intentó responder algo digno de sus horas dedicadas a leer psicología y otros temas, pero no fue capaz y prefirió callar.

   —Ahora, Cata —dijo su padre—, estás muy callada, puedes volver a toser.

   —¡Mis chamacas no pueden tener un padre más bueno! Elíza, suelta ese gorrito feo y cómprate otro más bonito. ¡El señor Betancourt puede venir en cualquier momento! Ay, señor Benítez, muy gracioso te has de creer. Ay, Elíza, te estás poniendo roja, agarra el gorro feo si quieres, de todos modos, puedo apostar que el señor Betancourt se va a fijar en Laura.

   —Ansina es, madrecita —dijo Laura—. No me importa que sea la menor, porque siempre se fijan en mí.

   La señora de Benítez no dejaba de decir lo impaciente que se sentía por esperar la visita del señor Betancourt para que conociera a sus hijas y cenara con ellas. Entre todas estas exclamaciones de su esposa, el señor Benítez deseaba que el nuevo vecino llegara pronto para que su esposa guardara silencio.

Orgullo y prejuicio: A la mexicanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora