XXXVII. El venado

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Los dos primos se marcharon de Rosales dejando a su tía devastada con su partida. El consuelo del señor Carrillo no servía de nada, porque en vez de dejarla superarlo, se lo recordaba cuando ya creía olvidarlo. No hace falta mencionar la preocupación de la señora Catalina ante un posible secuestro a sus sobrinos, pues los "rebeldes" eran capaz de todo para llamar la atención del gobierno. No es que no hubiera podido pagar el rescate de ambos, pero es que una de sus pesadillas era regalar el dinero a quienes intentaban quitarle sus tierras. Después de todo, tal vez solo pagaría el rescate de su sobrino Fernando Dávila para asegurarle el marido a su hija, y, en cuanto al coronel Fernández, él podía cuidarse solo.

   Para dejar de pensar en eso, llamó a los Carrillo para que la acompañasen con Eliza, esa señorita sí podrá distraerla, pensaba. Aún recordaba cuando el señor Carrillo le escribía acerca de quien él pensaba sería su esposa. Le hablaba de una señorita Elíza Benítez, que vivía en un pueblo llamado Trincheras. Era de carácter rejego, pero pensaba que se suavisaría con el matrimonio. 《Gracias a Dios que se decidió por Carlotta, porque Elíza ya me hubiera matado de un susto o un coraje. Y, por lo que he oído, es la mejor comportada de su familia. Agradezco no tener ningún tipo de relación con la familia Benítez》. Pensó la señora Catalina de Baez mientras la miraba entrar en el comedor.

   《¡Por las barbas de Carranza! ¡Sí, que me he librado dos veces —pensó Elíza— de tener que ser presentada como esposa de alguien cercano a esta señora estirada!》¿Cómo habría sido todo si hubiese aceptado al señor Dávila? Desastroso, llegó a la conclusión, pues le habría tocado ser llamada la peor caza fortunas de México, y, sinceramente, la mitad de Álamos no lo valía para soportar ese sobrenombre.

   —Como verán —dijo la señora Catalina apenas tomaron asiento los invitados—, no hay persona en este mundo que lamenta más que yo la ausencia de alguien, sobre todo en estos tiempos donde puedes morir repentinamente si te encuentras a un rebelde...

   —O a un federal... —dijo Elíza entre dientes, lo suficiente para ser escuchada.

   —Como decía, regresando al tema de mis sobrinos, pude notar que era evidente el temor que sentían al irse, así como su disgusto por tener que hacerlo. No sé cómo no les pedí que se quedaran por más tiempo, para ver si la situación mejoraba. Si apenas había gente en Arizpe, puedo asegurar que no la hay, todos los rebeldes están marchándose de aquí, por lo que he oído su general les pide que vayan a Guaymas, ¡Oh, un lugar tan hermoso y ahora invadido por los rebeldes! No entiendo qué tiene que ver ese lugar con su lucha. En fin, espero que mis sobrinos no coincidan con ninguno en el camino, pues aunque estén escoltados, sigue habiendo peligro, sobre todo para mi sobrino Fernando Dávila, que me arrepiento de no haberle pedido que se quedara por más tiempo, debieron haber visto su rostro, estaba tan decaído, inclusive más que el año anterior. Nadie se resiste a la grandeza de Rosales que, aunque se le entregara a los caudillos terrenos igual de enormes que un estado de la república, nunca llegarán a derribar el imperio de Rosales, es por esto que no me preocupan estas revueltas.

   El señor Carrillo se apresuró a aseverar lo antes dicho, haciendo que madre e hija sonrieran y ocultaran por un momento su inquietud por la Revolución, pero no sirvió de mucho, porque Elíza sabía que debían tener miedo hasta los huesos, más miedo que cuando su papá les contaba a ella y a sus hermanas leyendas cuando niñas.

   El egocentrismo de la señora Catalina la hizo pensar que el rostro levemente decaído de Elíza era porque estaba a nada de marcharse, por lo que tuvo la osadía de decirle:

   —Se habrá dado cuenta, señorita Elíza, que este es un mal momento para regresar a su casa, donde tal vez esté peor la situación, ya que el señor Carrillo me ha contado que hay una de esas llamadas《bolas》 que solamente se dedican a saquear y hacer disturbios. Quiero pensar que en todo este tiempo aquí usted ha aprendido a comportarse como una dama de alta sociedad, ya que tiene a mi hija como ejemplo. Comprendo que no quiera irse, debe ser difícil que después de haber convivido con caballeros y damas, ahora deba regresar a su pueblo con rancheros. Por este motivo, me compadeceré y mandaré a avisar a su familia que se quedará por más...

   —Agradezco la consideración —dijo sin siquiera dejarla terminar—, pero no puedo aceptar, debo estar en Magdalena a más tardar el sábado. Verá que los rancheros de mi pueblo van a organizar una pelea de gallos y aposté a mi madre y a Laurita que va a ganar el del hermano de Carlotta, quiero decir, la señora Carrillo.

   —¡Que una dama apueste es...! —ni siquiera terminó, se dio cuenta que era inútil— ¿Cómo es que va a dejarnos por una pelea de gallos? En serio que usted así como a veces dice diálogos tan inteligentes y reflexivos, dice cosas que tal vez parezcan ingeniosas a los de su clase porque perturban a los de la mía. No se haga del rogar, no ponga excusas absurdas y acepte mi petición, ya irá después a las peleas de gallos, pero, si acepta quedarse por más tiempo, puede que olvide esas actividades corrientes. Tenga por seguro que no mortifica ni a su madre, ni a su hermana Laurita si la apuesta se cancela.

   —Pero a mi padre sí, porque dije que si ganaba yo, mi madre se iba a indignar y no nos dirigiría la palabra por días. Ya sabe, su silencio es crucial para él. De cualquier modo, quiere que ya esté allá.

   —Muy pocas veces se ha visto que una hija sea apegada a su padre, pero su padre debe tener la prudencia para no dejarla viajar sola entre todos estos bandidos. Yo estaré en Magdalena en junio, así podremos ir juntas y mayormente protegidas.

   Elíza no se dejó convencer hasta que la señora Catalina terminó resignándose de que nada convencería a la joven de cáracter firme.

   —Señorita Elíza, haga el favor de aceptar que la protejan hasta Magdalena. No soportaría la culpa si le sucediera algo en el camino.

   —¿A la señorita Elíza sucederle algo? —dijo Carlotta que ya estaba cansada del tema— Está mirando al venado de Trincheras. Así le pusimos desde niña, y no solamente por sus ojillos negros, sino porque es más rápida que los venados. Ella es muy audaz, brinca, corre, se esconde, no por nada está así de delgada.

   —Últimamente el venado ha andado medio atolondrado... —dijo el señor Carrillo, intentado desacreditar a su esposa para defender a su benefactora—, no vaya a ser que un cazador lo deje agonizando como, ¿cómo se llama? Me parece que la danza del venado.

   —Mire, Negrito —dijo Elíza sin perder la compostura—, no crea que no me han contado que usted estuvo un tiempo en Cocorit y la bailaba en semana santa por dinero, no salgas con que se te olvidó. Podrán despreciar a alguien porque es pobre, tiene
pésimos gustos o por su educación, pero nunca de sus orígenes y costumbres, porque ellos son México. Somos México, te guste o no, Negrito.

   —Ya se había tardado en hacer sus discursos de patriotismo, pero de nada sirve hacerlo a estos tres espectadores, porque los que lo necesitan oír ni están aquí —contestó molesto.

   —Conmigo me conformo. La madre de mi padre era yaqui y...

   —Eso explica por qué usted es tan... —interrumpió la señora Catalina— perseverante, ahora entiendo mejor su apodo de El venado. No quise causar esta discusión entre ustedes dos, es sólo que, como en la clase alta no se suele dejar a las señoritas viajar solas con el chófer, supuse que usted esperaba el mismo trato teniendo en cuenta que su viaje es bastante largo y, en cualquier descanso podría suceder algo terrible.

   —Agradezco su preocupación, pero en Magdalena me esperará el compadre de mi tío.

Una vez resuelto que al menos no viajaría sola en todo el trayecto, el tema se desvió y ella no participó, se quedó en sus pensamientos, reflexionando en lo que acababa de sucederle a ella, al señor Carrillo y a la señora Catalina. Se sintió extraña al notar que la señora Catalina no ofendió a los indígenas, sino que se limitó a cambiar de tema y admitir que los yaquis son perseverantes. ¿Será que ella actúa como si no existieran? Que si para el señor Carrillo son insignificantes, ¿para la señora Catalina son inexistentes? Sus tierras debieron pertenecer a alguna comunidad indígena, ¿se sentiría mal porque sus ancestros les despojaron de sus tierras? No estaba molesta, solo lo dijo con neutralidad.

   Luego pensó en la carta, que se la aprendió más rápido que los rezos de la primera comunión. Pero ya no se culpaba por haberlo juzgado mal, porque él no sabía lo mucho que ella y Juana hacían lo posible para ponerle gobierno a sus hermanas menores y hasta a su mamá, pero era difícil si el padre no ponía autoridad en la casa. Así que mientras su padre se siguiera haciendo de la vista gorda, Laurita y Cata no tendrán remedio nunca y seguirán arruinándole los compromisos a Juana.

El día del viaje, Elíza se despidió de todos y fue invitada a regresar para el año siguiente, si es que los cañonazos dejaban algo. Hasta la señorita de Báez se conmovió tanto con la escena del viaje de Elíza e hizo el esfuerzo de extenderle la mano.

Orgullo y prejuicio: A la mexicanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora