Después de no poder conciliar el sueño y sentir tantas emociones en tan solo una tarde, Elíza amaneció con una dolor de cabeza peor que la vez que se tomó varios vasos de bacanora porque comió unos chiltepínes muy picosos, y la traviesa de Laurita había cambiado agua por la bebida antes mencionada. Se puso de pie para desayunar, entonces se dio cuenta que el señor Dávila no mandó la acostumbrada cubeta de tunas. No le extrañó porque la razón era más que obvia, pero la cocinera no dejaba de recalcarlo; ella las vendía en el pueblo porque todos en la casa ya estaban cansados de comer tanta tuna. La señora Carrillo repetía una y otra vez su agradecimiento porque las tunas no eran sus preferidas; el señor Carrillo se limitaba a decir que tal vez ya no trajo porque ya se las había acabado.
Esto martirizaba a Elíza y prefirió salir a caminar para no oír hablar de lo que le pudo suceder al encargado de mandar las tunas. Con temor de encontrarlo en el lugar donde inició la llamada por los Carrillo: Maldición de las tunas, se dirigió a otra dirección donde no solía caminar demasiado porque por ser tiempo de lluvia los mosquitos se reunían en esa zona tan verdosa y húmeda. Reflexionó en todo el tiempo que llevaba en Arizpe, tantas semanas, que ya comenzaba a extrañar hasta a los de la bola, que ya habían mandado a unos espías a Guaymas para decir el momento apropiado para tomar el puerto. Esperaba regresar a tiempo para tomarlo, porque ella sabía que esa hazaña haría huella en los libros de historia.
Por andar pensando en eso, no se dio cuenta que la llamaban, dio la vuelta y miró al señor Dávila con una cubeta de tunas en su mano. Él la miró tímidamente, porque temía que Elíza trajera un arma para atacarle. Finalmente, dijo con mucho aplomo:
—Justo estaba esperando verla por aquí, el criado que suele llevar las tunas está ocupado en otros asuntos, y me decidí llevar yo mismo las tunas a su casa, pero no tengo tiempo para llevarlas y que el señor Carrillo comience a conversar por horas. Así que cruzaba los dedos para verla aquí.
Sin esperar respuesta le entregó la cubeta y ya estaba a una distancia razonable cuando le dijo:
—Las del fondo están mucho más deliciosas si me lo pregunta.
Elíza no replicó, esperó a que se fuera, le pareció tan extraño el comportamiento del señor Dávila, sobre todo el último comentario. Tenía hambre, así que dejó sus pensamientos al lado, revisó la cubeta de tunas y casi enmudeció al mirar que las de arriba estaban todas picadas por los pájaros. Se vio en la obligación de vaciar la cubeta, al hacerlo encontró tunas en perfecto estado, pero también encontró una carta, que la hizo olvidarse de desayunar y leerla lo más pronto posible para saciar su curiosidad.
En la carta se leía lo siguiente:
No se tome la molestia en sacar su machete (al menos no para mí), por temor a que reitere mis emociones expresadas anteriormente y que tanto la disgustan. Y por el bien de los dos, espero que ese día quede en el olvido, porque si algún rebelde se entera que el sobrino de la señora Catalina se le declaró, su participación en esta lucha podría ser un poco diferente de lo que desea. Confío en su silencio, así como confío que terminará de leer esta carta en donde aclarar ciertos puntos.
La primera de las dos cosas de las que se me acusó fue mi intervención en el romance del señor Betancourt y la señorita Juana Benítez. Mientras que la segunda acusación fue haber llevado a la ruina al que fue como un hermano; Jorge García. Siendo esto último el más grave por no haber tenido corazón a la hora de echar a alguien que no tenía a nadie más en el mundo más que a nosotros, y que no le di lo que le pertenecía por la ley.
Regresando a la primera acusación, pido disculpas si alguna descripción llega a parecer la grotesca, pero estoy escribiendo desde mi perspectiva de los primeros días que pasé en el caluroso pueblo de Trincheras como invitado de mi amigo Carlos Betancourt, quien se enamoró muy rápido de la señorita Benítez. La rapidez con que se enamoró no me preocupó porque pensé que así de rápido la olvidaría. Pero el día del baile en la hacienda Nogueras, descubrí lo profundo de sus sentimientos porque entre los cuchicheos de los que asistieron, escuché que la boda de Betancourt y la señorita Benítez estaba más asegurada que el futuro del país. Rápidamente busqué a la pareja con la mirada, y mientras mi amigo se deshacía en atenciones y halagos; su pareja apenas despegaba la mirada de su rebozo y agradecía de manera muy frívola. Era evidente que no le correspondía. Ahora que he descubierto lo contrario, comprendo el resentimiento de ustedes hacia mí, ahora solamente me queda esperar a que comprendan que mi error fue la consecuencia de una persona cuya personalidad es tan cerrada que engaña hasta al más observador. No crea que su separación fue por razones de posición social, porque mi amigo no toma en cuenta esas cosas tanto como yo. Pero es que un enamorado no piensa con prudencia, mi amigo tampoco se percataba de la familia de Juana Benítez; el comportamiento indecoroso de las dos hermanas menores, el escándalo de la madre y la indiferencia del padre. Así pues, en una de sus idas Magdalena (de la que pensaba volver pronto), sus hermanas me explicaron su preocupación que era igual a la mía, y ellas me eligieron como el mejor para decirle las razones por las que una alianza con los Benítez sería un desperdicio después de todo lo que lucharon los Betancourt para formar parte de la alta sociedad. Obviamente esta explicación no le hizo ni un rasguño, hasta que mencioné la indiferencia de su hermana. Fue entonces cuando aceptó quedarse en Magdalena y no volver a Trincheras. La felicidad de sus hermanas fue indescriptible, la mía fue notoria pero se transformó en vergüenza cuando tuvimos que ocultarle la presencia de la señorita Benítez en Magdalena. Yo pensaba que un reencuentro en la ciudad estaría bien, pero la señorita Betancourt me convenció de lo contrario, porque su hermano podría recaer en su enamoramiento. Como ha leído, no hubiera actuado si su hermana fuera ligeramente más expresiva con los que aprecia.
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Orgullo y prejuicio: A la mexicana
أدب تاريخيAmbientado en la Revolución Mexicana, la señora de Benítez solamente tiene un propósito en su vida: casar a sus cinco hijas. Pero, su segunda hija, la señorita Elíza Benítez tiene otro propósito en su vida: casarse cuando ella, y no su madre, crea n...