LIX. El corazón

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Juana le preguntó a Elíza de qué tanto había hablado con el señor Dávila. Ambas estaban sentadas en la hamaca, paseándose. Elíza dudó si contarle todo o no, pero lo mejor sería no levantar sospechas, así que le contó que no hablaron más allá de preguntar el cómo estaban de salud.

   Sin importar que se sonrojó, Juana le creyó y no volvió a tocar el tema. La tarde llegó sin nada digno de señalar. En la cena no se habló de otra cosa que no fueran lo enamorados que estaban Juana y Betancourt. Elíza pensaba en la dificultad que habría para el señor Dávila cuando llegara el momento de decirle a su tía sobre su compromiso. Nunca lo había visto tan alegre a decir verdad, como si ella hubiera sido lo que tanto le hacía falta para alcanzar la felicidad.

   En esa misma noche después de la cena, no soportó más guardar para ella su secreto y se lo contó a Juana. Juana no podía creer lo que estaba escuchando, siendo que ella no era dudosa de naturaleza.

   —¡No me gusta cuando sales con tus juegos, Elíza! ¡Comprometida con el señor Dávila! De seguro te volvió a caer mal el caldo de calabacitas.

   —Ay Juana, si tú me tachas de loca, no me quiero imaginar a mi 'amá. Van a pegar el grito en el cielo. No los culpo, tuvimos un comienzo muy penoso. Pero es verdad, él me ama y nos casaremos.

   —¡Pero sí tú misma decías que no lo podías ver ni en pintura!

   —Pa' qué te echo mentiras, si en ese entonces sí me lo ponían enfrente no respondía. Eso fue antes y no tengo problema que todos me echen en cara lo que antes decía de él, porque terminé escupiendo para arriba.

   —¿Estás segura que lo quieres, Elíza? ¿Serán felices? ¿No lo haces por interés o llevarle la contra a la señora Catalina de Báez? Porque te creo capaz.

   —Soy terca, pero no tanto, Juana —dijo Elíza—. Estoy completamente segura de cuánto lo quiero. Seremos la pareja más feliz de México, si no es que ya lo somos, nomás que él no es demostrarlo como tu Betancourt.

   Juana seguía dudando de cuanto le decía Elíza, por tanto no quería más que saber todos los pormenores.

   —¿Pero desde cuándo empezaste a quererlo?

   —Uhhh, qué fácil... —lo meditó— pos no sé. Todo fue de a poco poquito, pero me fui de frente cuando conocí sus tierras y su hacienda el Páramo Del Sur.

   Juana le pidió más seriedad y le preguntó nuevamente si lo quería, porque lo último deseaba era que se convirtiera en otra Carlotta. Elíza le reiteró de la manera más seria que su afecto era tan real como lo que ella sentía por Betancourt. Juana terminó tan convencida, que la felicitó por su compromiso. Y como en los tiempos de antes, terminaron desvelándose platicando de lo que sucedió en Álamos y que Elíza tanto le había evitado decir. Juana ya se había enterado por Betancourt de las atenciones que el señor Dávila daba a Elíza, aunque nunca le contó de la borrachera que se puso en su nombre. Elíza también miró necesario contarle de una vez lo que el señor Dávila hizo por el asunto de Laurita y Jorge. Y de paso le contó que él resolvió lo del tema de su acusación de traición.

A la mañana siguiente, la señora de Benítez casi se revolcaba en el suelo de coraje cuando se asomó a la ventana y exclamó:

   —¡Virgencita de Guadalupe! Ahí viene este señor Dávila a echarnos la sal otra vez con el señor Betancourt. ¿Qué andarán haciendo por acá si no los invitamos a desayunar? No importa, yo en este ratito le arreglo un campito al señor Betancourt y que el señor Dávila se vaya por donde vino. Elíza, quiero que te vayas a caminar con él para que no ande incomodando a mi Juanita, sé que es muy difícil aguantarlo pero hazlo por tu pobre hermana.

Orgullo y prejuicio: A la mexicanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora