Capítulo veinte.

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Parte ll

Lo miré, incapaz de articular palabra alguna. ¿Cómo era posible que nos remontábamos a la misma situación en la que me encontraba meses atrás?

—No—le dije, con una impotencia que me carcomía por completo, y una picazón en los ojos que me terminaría dejando ciega.

—Leah...

—No, tú has planeado esto—le dije, acusándolo. Él instantáneamente me lanzó contra la pared y golpeó esta.

—¡Qué pasa contigo! ¡Yo no he planeado nada! —me gritó, descontrolado.

—¡Basta de gritarme, para Cameron!—le dije.

Su rostro estaba transformado, pero el miedo casi era inexistente en este minuto. Estaba tan enojada por lo de mi padre, por Cameron, por la manipulación de todos. Estaba enojada con la vida.

—Cállate, Leah. Maldición, cierra la puta boca—dijo, soltándome de un sopetón. Mí respiración estaba agitada, entonces él se acercó.

Pero me alejé, olvidándome de mi miedo, de mis resentimientos, de mi pena, olvidándome de todo. No me quedé en silencio, no me quedaría más en silencio.

No dejaría que hiciera lo que quisiese conmigo.

—Sé que quieres quedarte—murmuró—, sólo dímelo. Pídemelo y haré que te redacten un contrato, tendrás... todo—murmuró con voz dócil, y por primera ve en varias semanas, me dio lástima.

Él estaba solo, al fin y al cabo todo el mundo, incluyendo a su padre y hermanos le temían. ¿Cómo puedes sentirte bien así? Sentía que yo era la única persona en su vidaz

No puedes tenerle lastima a alguien que maltrata diariamente, Leah. Me dije a mi misma.

Sabía que Cameron estaba enfermo, que debía tener más de algún problema mental y psiquiátrico, pero ya no era capaz de seguir soportando su presencia mucho tiempo más, por más que lo deseara.

—N-no puedo—le dije, y me miró con odio, con mucha rabia. Pero simplemente no podía, era imposible. Cameron sacaba lo peor de mi, mi lado masoquista, mi lado oscuro que ni siquiera yo conocía. Un lado que podría acabar con toda mi personalidad, que podría acabar conmigo.

—Entonces te quedarás en la calle—dijo, mirándome a los ojos. Me perdí en el otra vez.

—Eres un imbécil—le dije. Y ni siquiera le importó. Sólo se quedó ahí, sin dejarme escapar.

Como si necesitara de mi.

¿Pero no era yo tal vez la que necesitaba de él?

—Y tú una perra—dijo—, te has aprovechado de mi dinero como has querido, yo...

—No, tú sabes que eso no es así, has sido tú el que...—comencé a decir, pero sus grandes brazos abrieron la puerta de lo que parecía una oficina.

Y Cameron me lanzó hacia ella, sin importarle que acabara en el suelo, con las rodillas rojas a causa de su empujón, chillé al instante. Dolió como el infierno, comenzó a arderme en ese mismo instante pero ni siquiera le presté atención. No quería, ni podía seguir dejándome pisotear por aquel animal.

Encontraría otra forma, así fuera reclamando la pensión de alimentos a mi padre, toda la me negó estos años.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo al acordarme de lo que había visto hoy, Cameron no se había percatad que había escuchado a mi padre y al suyo, y eso estaba muy bien. Lo último que deseaba en este minuto es seguir dándole motivos para odiarme, para tratarme así de mal. Prefería guardármelo.

CRUELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora