un desastre

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Abigail.

La semana pasada con Harry logramos matricular a Shailene en un jardín infantil. A nosotros nos gustó mucho el ambiente. Además, fueron muy amables al recibirnos, pero lo más importante es que ella también pareció encantada con el lugar.

Mi chico parecía contento de que lo acompañara y me pregunto si es porque siempre se sintió un poco solo al tener que hacer todos los trámites para Shay sin compañía ni apoyo de nadie más.

En cuanto a mí... Esta semana casi no he podido levantarme de la cama. Harry se ha quedado todos los días a mi lado, incluso trabajando aquí mismo. Shay es con quien más me divierto, y no puedo negar que las visitas de Beth y Sarah, la hermana menor de Harry, me alegran muchísimo.

William, el amigo y socio de Styles, también se ha hecho muy presente. Mi amiga Delphine me visita cada semana y mi mamá me llama cada día. No me ha faltado compañía de nadie en todo este tiempo y estoy muy agradecida por ello, ya que solo he sido un grano en el culo.

Esta tarde ha llegado Sarah a jugar un rato con Shay, para distraerla un poco. Lo que más deseamos es que las cosas no se pongan feas o abrumadoras para la pequeña. A pesar de esto, he terminado escuchando hablar a mi cuñada sobre un chico por dos horas seguidas mientras su sobrina está en la cocina preparando algo con nuestro hombre en común.

—Sí, creo que deberías hablar con él, Sarah —comento animándola.

Respiro hondo al instante, puesto que no entiendo por qué me comienzo a sentir mareada y sin aire. Siento náuseas y el cuarto me comienza a dar vueltas.

—¿Estás bien? Te has puesto más pálida de lo que estás —casi podría reírme porque suena a chiste, pero al parecer nadie está bromeando y yo siento que no tengo fuerzas para nada, ni siquiera respirar.

Es cuando ella abre enormemente sus ojos y apunta mi rostro. Llevo mi mano a mi nariz sin siquiera pensarlo y veo el líquido de color rojo tan característico en mis dedos.

—Joder...

—¿Qué hago? ¿Qué hago? —me pregunta desesperada Sarah, poniéndose de pie como un resorte.

—Llama a Harry —le pido en un balbuceo, viendo cómo comienzo a manchar las sábanas porque más sangre comienza a salir.

Me intento poner de pie mientras ella sale corriendo del cuarto. Intento caminar hacia el baño, pero Harry llega en dos segundos al cuarto con una expresión desfigurada en el rostro.

—Abi... Maldición —me mira preocupado y se acerca en un pestañón para ayudarme a caminar hasta el baño.

Me siento en la taza y siento mi cabeza pesada.

—Trae hielo, por favor —le pido sintiendo mi cuerpo hacerse liviano casi como si estuviera flotando.

Él me acerca una toalla rápidamente y la pongo en mi nariz a ver si logro controlar un poco el sangrado. Apoyo mi cabeza contra la muralla elevándola.

—¡Sarah! ¡Trae hielo o algún congelado! —escucho que le grita. Cuando vuelve su mirada a mí, abre sus ojos despavorido—. Amor, ¿qué hago? Maldita sea, estás sangrando demasiado.

Veo la toalla prácticamente cubierta de rojo y siento que me voy a desmayar en cualquier momento. De hecho, estoy segurísima de que lo haré en unos minutos.

—Llévame al hospital —alcanzo a susurrar.

•••

Al despertar lo primero que puedo sentir es el inmenso dolor de cabeza que tengo. Eso y el típico olor a hospital.

—Sus recuentos son malísimos, pero sorprendentemente estables. Solo nos queda seguir con la quimioterapia y esperar algún cambio positivo.

Escucho una voz lejana. De inmediato sé que es el doctor, probablemente hablando con Harry.

El veredicto no es nada alentador, pero siempre he estado consciente de cómo pueden ser las cosas. Solo hay dos caminos y trato de remar con todas mis fuerzas hacia el lado correcto, pero cuando ves que pasan las semanas y la situación empeora en vez de mostrar mejoría, es díficil mantenerse con buenas vibras.

Cuando abro mis ojos con pesadez y enfoco mi vista, puedo comprobarlo. Dos pares de ojos me miran apenas hago un mínimo movimiento.

—Abi... —sus orbes verdes lucen algo apagadas, pero sonríe y se acerca a tomar mi mano con cariño. Deja un beso en ésta y se sienta en la silla junto a la camilla.

—Me alegra que despertaras, Abigail. Acabamos de realizar unos exámenes y ahora puedes descansar. Te daremos el alta mañana temprano —me informa el doctor.

—Gracias —musito sintiendo mi voz ronca. Sonrío débilmente y el médico nos deja a solas.

—Delphine pasó a verte hace un rato, pero seguías dormida —comenta Harry—. Nos diste un buen susto.

—Lo lamento, amor —tomo su mano y entrelazo nuestros dedos.

—No voy a perderte, Abi. Nada está dicho y vamos a contar esto como una gran prueba del destino cuando seamos ancianos, ¿no es así? —sonríe y me mira a los ojos con ilusión.

No quisiera hacer desaparecer jamás esa ilusión de su mirada.

—¿Por qué no te recuestas aquí conmigo? —pido con un tono de voz bajito—. Quiero sentirte cerca.

Él asiente un poco dudoso, pero finalmente se sube a la camilla y me abraza por los hombros. Reposo mi cabeza en su pecho y él besa mi sien con dulzura.

—¿Qué hora es? —inquiero bostezando.

—Cerca de las dos de la mañana, así que deberíamos descansar un poco —inhalo su aroma y sonrío.

—¿Shay se asustó? —le pregunto, preocupada por saber la respuesta.

—Shay es mucho más inteligente de lo que pensamos incluso. Sarah se quedó con ella y luego mi madre fue a buscarlas, descuida.

—Lamento ser un desastre, Hazz.

—Pero eres el único desastre que quiero en mi vida, amor —alcanzo a escuchar antes de dormirme en sus cálidos brazos.

hard times || h.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora