"Todo es mi culpa"

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- Gracias – murmure después de un rato

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- Gracias – murmure después de un rato.

- No tienes que agradecer, no lo hice por ti – hablo sin siquiera verme.

     Está bien, eso dolió.

     Aún estaba herida debido a todo lo ocurrido esta noche y el no podía tener la poca amabilidad de no hablarme como si no valiera nada.

- ¿Cómo sabias donde estaba?

- Da la casualidad que estaba buscándote justo cuando vi el auto de Luka salir del estacionamiento de la residencia – su voz soltó un odio increíble cuando nombro a Luka – Supuse que estarías con él.

- ¿Por qué me buscabas? – pregunte extrañada.

- Ya te dije, nos están esperando.

- ¿Quiénes?

- ¿No te cansas de hacer preguntas?

- No haría tantas preguntas si no me dieras respuestas tan vagas – replique.

- Discúlpeme luna si no le gustado mi servicio.

- No hace falta el sarcasmo – dije con fastidio.

     Resople, esto no me gustaba, quería saber que pasaba y el simplemente parecía enfadado por tener que hacer de mi salvador.

- Lo siento, ¿sí? – me cruce de brazos – Pensé que Luka era un buen chico, aun no logro entender que fue lo que cambio esta noche y no era mi intención arrástrate a todo eso.

     Me miro pero no dijo nada, ya habíamos llegado a la ciudad y podía ver que nos dirigíamos a la residencia.

     El no hablo más por el resto del camino y yo tampoco.

- ¿Qué jodida mierda es eso? – pregunté recelosa.

- Creo que sabes muy bien que es – se burlo – Te escapaste en una de ellas.

     Al frente de mí, estacionada en la calle afuera de la entrada de la residencia de la universidad estaba una camioneta escolta.

     Cuando Estefan detuvo el auto no dude en bajarme pero la persona que salió de esa camioneta no era a la que yo esperaba.

- ¿Ann? – camine hacia ella - ¿Qué te ha pasado?

     Ya no era la Ann radiante que había conocido sino una versión demacrada y asustada.

     Su ropa aunque era la misma de su estilo estaba arrugada, su cabello negro recogido en un moño desordenado, la cara libre de maquillaje y podía ver uno que otros raspones regados por su cuerpo.

- ¡Oh, Charlotte! – gimió abrazándome.

     Le correspondí el abrazo y casi de inmediato empezó a sollozar vigorosamente mientras me apretaba tan fuerte que casi lastimaba.

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