VII

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Un niño castaño de ojos miel se encontraba en su habitación, agradecía los momentos donde su madre no estaba. Miró a una esquina y vio ahí el cuerpo de un amigo suyo sin brazos, se le habían podrido y tuvo que quitarselos.

-Vamos mi niño, no te pongas así... sólo tienes a mamá contigo, mamá nunca te dejará solo- decía una mujer de cabellos café mientras acariciaba la zona íntima de su hijo de apenas 7 años, sólo se dedicaba a masturbarlo mientras daba pequeñas lamidas a su cuello. El pobre niño ya no se quejaba, con el tiempo había aprendido a ignorarlo, más soltó un quejido cuando empezó a tocarlo por debajo de la ropa interior.

Soltó un suspiro, lo bueno de estar en la casa de esa chica era que su madre lo dejaba tranquilo
-Oye, emm... ¿Cuál es tú nombre?-
-¿Nombre? ¿Para qué necesito un nombre?-
-¿No tienes?-
-No, mi madre nunca me ha puesto uno. Tampoco es que lo necesite- se encogió de hombros restandole importancia, la niña suspiró y siguió intentado conocer a su futuro marido.

Nuevamente se encontraba en el parque, vaya día más asqueroso era este, era su cumpleaños número 9 y su madre había decidido que le haría un hombre ¿Cómo? Violandolo. Sacudió su cabeza y miró el viejo almacén, ¿Será verdad los rumores? Quiso entrar para comprobar si era verdad, más la última vez que entró le dio un ataque de nervios, suspiró y al anochecer debió volver a su casa, sintiendo asco de sí mismo.

-Otra vez igual...- pensó al notar como su madre le empezaba a quitar la ropa, para volver a violarlo. Sentía asco de sí mismo, sentía ganas de matarse y no volver a sentir esta sensación nunca más.

Su madre se había quedado dormida y él aprovechó para ir a la cocina a por un cuchillo, se hizo un corte profundo en la muñeca, después otro y así hasta  quedar inconsciente por la pérdida de sangre.

-No... mamá... perdón...- murmuró viendo como su madre lo agarraba a la cama
-¿Crees que puedes dejar a mamá? Mamá siempre estará contigo, nunca podrás dejar a mamá sola, eres el niño de mamá- empezó a darle besos en el cuello que llevaron a otra violación.

Así pasaron los días y el niño perdió el brillo en sus ojos, perdió las ganas de vivir, pero si intentaba matarse los abusos iban a ir a peor y ya tenía suficiente. Se encontraba nuevamente en el parque columpiandose en aquella rueda, miraba de reojo al viejo almacén ¿Debería entrar? ¿Pero y si le daba un ataque de pánico? Decidió arriesgarse y volver a meterse en aquel oscuro lugar, ¿Quién sabe? A lo mejor conseguía ser feliz
-Quiero ser feliz, quiero tener una nueva familia... no, quiero una familia...- pensó mientras unas gruesas lágrimas surcaban su cara.

¿Dónde estaba? ¿Quién era ese chico de pelo rosa? ¿Por qué le apuntaba con una escopeta? ¿Techo? Miró al techo ajeno al ajetreo que se formaba delante suya, tan solo vio un brillo carmesí quitarle la escopeta al chico
-Oye pequeño, ¿Cómo te llamas? Le preguntó una rubia de ojos oscuros
-No lo sé, no se quien soy, no se nada de mí- dijo tranquilo
-Bueno... te llamaré Ethan...-
-¡Yuma! ¡Deja mi escopeta! ¡No puedes matar al niño!-
-¡Qué ha caído del techo!-
-¡En la casa de los Kagamine también cae gente del techo! ¡Qué dejes la escopeta o te enteras!- la chica rubia suspiró llevándose al niño a la casa de los Kagamine, quizás ahí estaría más seguro que en esta casa con Yuma.

Una vez llegaron a la casa les abrió una chica castaña con cuernos y cola de demonio
-¡Inkling del demonio...!- fue lo único que escuchó al entrar, pues se adentró en la casa y su mirada se posó en una chica de cabellera castaña recogida en una coleta baja, ojos igualmente castaños, vestía un jersey marrón de cuello alto y unos pantalones marrón oscuro, también llevaba unos tenis, lo más singular era que tenía orejas y colas de gato. Pero fijándose más en esa chica... ¿Por qué se vestía como un chico?
-¿Eres una nena?- preguntó con duda mirando a la chica castaña
-No...- vaya sorpresa que se llevó el niño al ver que esa linda chica era un chico, bueno seguía siendo precioso o al menos a su parecer lo era
-Pues eres un nene muy bonito- sonrió y se fijó más en el felino, tenía un montón de pecas surcando su rostro y si lo combinaba con aquel leve rubor que apareció tras el halago era simplemente hermoso.

Quizás podía tener una vida feliz, quizás era hora de que todas aquellas cosas malas se borrarán de su piel, quizás todo podría mejorar...

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