XXV

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Le dolía la cabeza lo último que recordaba era que estaba en el jardín abrazando a Stella tras tener el peor recuerdo de su vida pasada.

Miró a su alrededor, se encontraba en un bosque y por alguna extraña razón se le hacía bastante conocido. A pesar de que era de noche las miles de estrellas junto con la blanca Luna no sentía miedo.

-Esto es muy raro...- se dijo a sí misma, aquél lugar se le hacía demasiado conocido y si sumamos que, extrañamente, podía hablar como un adulto a pesar de haber  cumplido un año hace poco. Siguió caminando hasta que se encontró con un pequeño riachuelo, allí paró a observar su reflejo -. Muy extraño...- siguió el inicio del riachuelo hasta llegar a una casa que se le hacía igualmente familiar.

Bordeó la casa e investigó los alrededores encontrándose con una torre ridículamente alta, se acercó a la puerta y puso un pequeño sello de viento abriéndola. Observó el largo tramo de escaleras que se enrollaba como un caracol.

Soltó una suave risa y se puso las manos en su pecho poniéndose un pequeño sello que le hacía tener unas pequeñas alas hechas de luz imitando a las de ángel.

Daba pequeños saltos al ser más liviana y con las pequeñas alas planeaba levemente, entre risas seguía subiendo varios peldaños de un salto. ¿Cuánto hace que no hacía esto? La última vez que recordaba haberlo hecho era antes de que el primero de sus hermanos menores naciera y eso fue en su anterior vida.

Llegó al final de las escaleras y se encontró con una pequeña ventana en la pared, ignoró lo que había en la habitación y se acercó a la ventana subiéndose al borde de esta
-Hum... Quiero ver más...- dijo al no tener una buena vista periférica.

Al final se montó en un árbol para tener un buen ángulo de vista. Allí observaba el paisaje, más algo seguía inquietándole, ¿Por qué se le hacía todo tan conocido? ¿Por qué sentía que había estado en ese lugar? Suspiró negando con la cabeza, tenía que ir a la casa esa, luego investigaría.

¿Cómo bajó del árbol? Pues saltó, por suerte aún tenía las alas  y pudo planear sin estrellarse contra el suelo
-Menos mal que no me he quitado el sello...- agradeció a todo lo posible y siguió su camino sin darse cuenta de una presencia ajena la seguía desde la lejanía.

-Genial...- murmuró la niña al estar nuevamente frente al riachuelo, observaba su semblante cansado -. ¿Acaso he vuelto a donde me crié como Alice?- preguntó al aire
-¿Te has perdido?- preguntó una dulce voz detrás de la niña
-Sí... Quiero ir a la casa de los libros, pero estoy cansada...- bostezó y se dio la vuelta mirando a aquella mujer de larga cabellera negra, ojos oscuros y piel pálida que sonreía tranquilamente
-Deja que te lleve, pequeña Alice- se acercó a la niña, cargándola entre sus brazos y la llevó a aquella casa. La niña cerró sus ojitos y se durmió.

-Buenos  días Soleil- escuchó a alguien decir, abrió sus ojos y se encontró con un chico moreno
-Buenos días...- bostezó y se restregó sus ojitos al despertar
-Veo que ya puedes hablar correctamente-
-Es algo extraño, pero sí- el joven sonrió y la llevó con los demás.

¿Para qué la hacían venir si la iban a ignorar? La pequeña niña de apenas un año se encontraba mirando toda la casa, ahora mismo se encontraba con la joven que poseía diversos cascabeles.

Un libro llamó su atención, poseía una tapa negra con un símbolo extraño. Lo abrió y echando un vistazo por encima a todas las páginas encontró una que le hizo tirar el libro lejos con un dolor en el pecho.

¿Por qué? ¿Por qué ellos? Se preguntaba la niña. En aquel libro, en aquella página, se encontraban sus padres muertos. Sus cuerpos sin vida estaban en la cama, mientras que en la pared habían escrito son su sangre «Nunca debisteis haber llegado».

No podía evitar imaginar el llanto de Dylan o de Akito si eso pasara, parecían aquellos niños de doce años que estaban en esa casa con toda su familia. No quería imaginar al pobre de su primo Hiromi sosteniendo a su hermana mayor en brazos y que sin más desapareciera para no volver.

¡Quedaría destrozado! ¡Y no sólo él sino todos! Soltó un sollozo, aunque no lo admitiera los quería, los amaba, eran su familia
-No quiero que eso pase...- murmuró con temor.

-¿En serio no aprecias la oportunidad?- decía la joven que poseía diversos cascabeles
-Tengo miedo... Tengo miedo de volver a brillar... Tengo miedo de que al volver a confiar vuelva a salir herida...-
-Si como Alice eras débil, haz a Soleil fuerte, haz a aquellas personas que te quieren tu fuerza, tu motivo para brillar-
-Además de que si tú no estás, ¿Quién cuidará al pequeño Dylan? ¿Quién hará que no se meta en líos?-
-Tenéis razón... Ahora tengo una familia muy grande y rara que me protegerían si algo malo pasase- la pequeña niña sonrió con cariño, mientras la oscuridad que habitaba en ella parecía desaparecer un poco -. Además de que tengo que cuidar a un bicho travieso, le he dicho que estaría con él hasta que mis sobrinos tuvieran bebés...- murmuró con un tenue rubor en sus mejillas, los tres jóvenes soltaron una risa y rogaron que ese amor perdurara incluso en otras vidas
-¿Entonces qué dices?- la infante levantó la cabeza y los miró con sus ojos celestes
-Quiero vivir, quiero estar con esta familia incluso en otras vidas. No me importa mi nombre, no me importa si dejo de ser «Sol». Quiero seguir con ellos y no perderlos- no pudo evitar que dos gruesas lágrimas salieran de sus ojos, pero por una vez sentía que quería vivir y ser feliz.

Una vez volvió a su hogar, a donde estaban todos, una pequeña de tres años la tenía en brazos
-Bienvenida a casa Sol, te extrañamos mucho- murmuró con suavidad dándole un pequeño beso en la cabecita rubia. La menor sonrió y sintió esa oscuridad volver a desaparecer un poco más
-Yo también os extrañé- pensó y se acurrucó en su hermana, quedándose dormida.

-Vaya... Así que es aquí donde te escondías...- aquella persona soltó una risa divertida -. Esta vez morirás en mis manos, pero antes te dejaré creer en esa felicidad.

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