XLIV

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En mitad de un bosque de grandes árboles verdes jugaban dos niñas idénticas entre sí.

Ambas niñas poseían una larga y lisa cabellera dorada recogida en dos coletas siendo atadas con dos lazos de color azabache, junto con unos ojos celestes brillantes.

Ambas niñas idénticas entre sí, tuvieron problemas al nacer estando, literalmente, unidas por la cabeza. Por suerte sólo compartían la parte superior del cráneo, estando fuera de peligro los cerebros y vasos sanguíneos.

Ambas niñas gozan de salud y sus padres están aliviados por ese hecho, aunque eso no quita que tengan un dolor de cabeza con algunos de sus actos. Pues amarrar a la gente para hacerles cosquillas era su pasatiempo favorito, cabe a decir que eran regañadas y castigadas cuando pasaba eso.

Sus risas de felicidad resonaban por todo el lugar, estaban bajo la vigilancia de las hadas y algún que otro miembro de su familia. Sus padres les iban a dar un hermanito bebé y ellas estaban feliz de tener a alguien con quien jugar.

Ellas son curiosas de nacimiento, debido a eso no dudaron en acercarse a una niña que era extraña en demasía:

Esa niña tan extraña tenía dos cabezas, pero su cuerpo era más ancho, como si la segunda cabeza no quisiera estar pegada a ese cuerpo.

Ambas gemelas rubias se escondieron en un árbol hueco y miraron por los agujeros que habían hecho los pájaros carpinteros.

La niña extraña se adentró al bosque arrastrando una bolsa tan extraña como ella, la dejó en mitad del bosque y tan tranquila se fue.

Rápidamente se acercaron a la bolsa extraña y la abrieron.

Se decepcionaron un poco al ver que no era nada extraño, tan sólo un bebé, probablemente, muerto. Era algo normal que dejaran a niños muertos en el bosque para que fuera devorado por el mismo.

Un llanto las alarmó, al parecer el bebé no estaba muerto.

Sacaron al recién nacido de la bolsa y lo mecieron sentándose en el suelo hasta que dejó de llorar.

Tras calmar al bebé se fueron a su casa, allí los esperaba una mujer mayor de larga cabellera de color ceniza.

—¡Abuela mira, tenemos un bebé!.
—¡Lo ha dejado una nena extraña!— decían ambas niñas idénticas entre sí
—Ya veo... ¿Me dais al bebé?— pidió la anciana
—¡Vale!/¡Sí!— respondieron a la misma vez las niñas idénticas y le dieron a la anciana el bebé.

Al llegar la noche llegó su padre, pues su madre aún estaba en el hospital. Debían ser precavidos, podría volver a tener complicaciones en el embarazo.

—¡Papi! ¡Papi! ¡Ven, mira!— decían ambas niñas a la vez arrastrando al mayor de las manos
—¿Qué pasa?.
—¡Un bebé!.
—¿Bebé...?— dijo curioso
—Las niñas encontraron esta cosita en una bolsa— dijo la mujer mayor con el bebé en brazos. El hombre se acercó a la mujer mayor y sostuvo al bebé en brazos
—¿Cómo se llama?— preguntó arullando al bebé
—No tiene, ¿Por qué no le pones un nombre a la nena?.
—No lo sé... ¿Vosotras cómo queréis que se llame vuestra hermanita?— preguntó a las niñas, que al escuchar la palabra «hermanita» sonrieron ampliamente
—Hmmm... No sé... ¿Thea?.
—No, mejor Nahiara
—No, Nao.
—¿Naomi?— ambas niñas se miraron, no sabían el porqué pero le sonaba ese nombre
—¿Al final cómo se va a llamar la bebé?— preguntó el hombre
—¡Naomi, y Nao de cariño!— dijeron ambas a la vez, los mayores rieron.

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