Tahomaru continuaba sangrando, el dolor de la herida junto con el calor de su sangre cubriéndole lentamente el rostro impidió por breves momentos que percibiera que sucedía alrededor. El zorro demonio ahora dentro del muro recuperándose de las heridas realizadas por Hyakkimaru quien casi cobra la vida del demonio como hizo con el resto de sus hermanos, permitió que las llamas que vagaban por la zona cobrando vidas se extinguieran momentáneamente. Tahomaru se incorporó, con la vista herida y el hombro lastimado por la flecha recibida pelear contra su hermano sería una acción imposible considerando cuanta habilidad poseía este y la diferencia de fuerza entre ambos, pero incluso con ello no veía el detenerse retirándose como una alternativa. Los hombres que murieron, los que morirían en las siguientes guerras y las vidas inocentes que eran su responsabilidad dependían de una decisión en apariencia tan simple como aquella.
Al ponerse de pie lo buscó con la mirada, encontrándolo cerca de Dororo ayudando al pequeño que conocieron en Banmon, pese a esto lucia tan pálido y tembloroso como probablemente el mismo se vería en ese instante. Tahomaru tenía razón, lo sucedido no pasó desapercibido para Hyakkimaru, acabo lastimándolo, fue la causa de que Tahomaru resultara herido.
-¿Hermano?-
Dororo intentó acercarse, pero este continuaba inmerso en sus pensamientos, sin comprender porque todo aquello termino de esa manera. Durante el tiempo que conoció al heredero de Daigo, tal como con Dororo solo deseo protegerlo, escuchando aquella noche diversos tipos de palabras, todas ellas tan confusas como hirientes no solo para él sino para el mismo Tahomaru.
-¿Por qué?-
-Hermano...-
-No...lo....entiendo...-
Dororo intentó pensar una respuesta, pero aun teniendo mejor noción de lo que sucedía no pudo encontrarla porque ella en verdad no entendía porque Tahomaru decidió eliminar a su propio hermano para mantener una paz que desde el comienzo fue falsa, no solo para él como hijo del señor sino para los mismos pobladores que vivieron una mentira. Su señor no era ningún héroe bendecido que obtuvo felicidad para su pueblo a base de sacrificio y luchas contra terribles demonios. No, al contrario los colocó en una ruleta donde el resultado incierto determinaría la vida de las siguientes generaciones que moraran en esas tierras ya malditas por el deseo ambicioso de un hombre.
Tahomaru empuñó la espada,, apenas sostenía la empuñadura, sus manos temblaban debido al dolor, confusión y el hecho de continuar enfrentándose a ese hombre que pese a todo seguía siendo sumamente valioso en su corazón.
-¡Mi señora!-
Al escuchar la voz de Mutsu pensó que debía tratarse de un error, tanto ella como el resto de subordinados solo se referían de esa manera al hablar de su madre quien ahora debería encontrarse dentro de palacio.
-Joven aÉOo...-dijo Mutsu.
-¿Qué sucede?-
El bajo la mirada, levantándola para dirigirla a dónde provenía el ruido provocado por el caballo que arribaba a la zona.
-¡Oku!-
Al escuchar la voz de su padre llamándola por su nombre se apresuró en comprobarlo por sí mismo.
-Madre...-
Su madre bajó del caballo, buscando con la mirada en los alrededores. Llegó a posar sus ojos unos cuantos segundos sobre su hijo menor, que claramente herido y confundido por su presencia en un lugar tan peligroso como ese hubiera esperado unas palabras; sin embargo, ella continuó buscando sin que su expresión cambiara en absoluto al verlo lastimado.
-Madre...-
No pudo evitar sentirse decepcionado y entristecido por la reacción de su madre aun cuando era la misma que tuvo para con él durante quince largos años, siempre encargándole su cuidado a las doncellas de palacio, a sus subordinados o simplemente olvidándose de la existencia de, en ese entonces para creencia de Tahomaru, su único hijo dedicándose a rezar con un fervor casi insano.
