Tahomaru observó a su padre en silencio, todo a su alrededor pareció dejar de existir. Solo podía centrarse en ese hombre, el mismo que desde niño admiraba, quien cada vez que llegaba de una batalla le relataba las grandes hazañas que decía haber adquirido como el samurái que todos ensalzaban en las historias contadas por los aldeanos, que tanto niños como adultos disfrutaban escuchar, porque era un héroe a quien tenían como líder. Siempre fue su orgullo, ser hijo y heredero de ese magnífico líder que incluso lidiando con esa época de guerra donde las tierras perecían sin que sus líderes pudieran hacer nada por evitarlo, logró llevar prosperidad a una tierra asolada por la hambruna, sequias y plagas.
Pero ahora todo había cambiado.
La idea que tuvo desde muy joven se esfumó en un solo instante, años de creer una cosa desvanecidos al conocer la verdad.
Su padre no era ningún héroe ni tampoco hizo lo imposible a base de trabajo y esfuerzo recompensados con resultados favorables para él y sus aldeanos. Nada de eso era cierto. En realidad su padre hizo lo impensable.
Para obtener lo que tanto deseo no dudó en sacrificar a su hijo, su primogénito, permitiendo que un grupo de criaturas tan detestables lo devoraran en vida, sin que se conmoviera en absoluto o siquiera arrepintiera. Ambos, tanto su padre como madre conocían ese pecado, llevando de forma diferente la culpa, si es que existía algo de ese sentimiento en el corazón de su padre.
-Tahomaru...-
Al escuchar la voz de su padre reaccionó, como si hubiera estado sumido en un profundo sueño donde apenas comenzaba a comprender todo lo que sucedió, lo que acababa de conocer y aquello que se presentaba ante sus ojos como una verdad absoluta de la cual nunca podría escapar.
Hyakkimaru era ese niño sacrificado a los demonios, el mismo que ahora buscaban con desesperación eliminar para mantener el trato que durante tantos años beneficio a aquella tierra.
-Tahomaru, tú...-
Tahomaru se puso en pie, sin pensarlo, en ese instante no era capaz de emitir un solo pensamiento con claridad, el dolor dentro de su pecho se negaba a mitigar al menos un poco, pese a mostrarse sereno continuaba recordando ese hecho, esa verdad que le carcomía las venas y estrujaba su corazón. Hyakkimaru era su hermano, el hombre a quien entregó su corazón poseía la misma sangre.
Solo pensarlo significaba un dolor tan punzante y tan terrible que creyó que terminaría muriendo solo por sentirlo. Pero no fue de esa forma, continuaba en ese lugar, de pie, respirando, sintiendo.
Caminó hasta su padre, tomándolo del cuello del kimono.
-¡Tahomaru!-exclamó su madre.
-¡Joven amo!-incluso Mutsu y Hyogo que aguardaban fuera apenas creían lo que veían.
Tahomaru siempre se caracterizó por ser un hijo devoto a sus dos padres, amándolos y respetándolos, no solo como sus progenitores sino por el hecho de que era el señor de las tierras donde vivía. Jamás hubiera pensando en levantarle la mano ni hacer algo como aquello que consideraría suficiente motivo para ser encerrado y tener un castigo ejemplar. Sin embargo nada de eso le importaba, todo cambio en un instante, desde su pensamiento hasta las emociones que ahora mismo lo dominaban.
-¡Tahomaru basta por favor!-exclamó su madre.
-No interfieras madre...-
-¿Qué intentas hacer?-dijo con tranquilidad Daigo.
-Tú... ¡¿Cómo pudiste?!-exclamó a viva voz.
-Hice lo que era necesario...-
-Sacrificaste a un bebe inocente...-
