Velada

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Los efectos del alcohol eran leves pero le costaba caminar con total normalidad, siendo difícil incluso llegar hasta la habitación de Tahomaru. Entraron, acostándolo en el futon, cubriéndolo con las sabanas y volviéndose a ellas dos. Dororo no dejaba de observar con preocupación a Hyakkimaru.

-Estará bien, pasará en unos minutos-

-Quizás no debería dejarlo solo...-

-El joven amo se quedará con él-dijo Tsuki-si necesita algo no dude en llamarme, lo traeré de inmediato-hizo una reverencia en frente de él.

-Si...gracias...lamento que esto pasara-le dedicó una mirada apesadumbrada a Dororo-el alcohol debería tratarse con mayor cuidado cuando el invitado no está acostumbrado a beberlo-

-No tiene importancia, Tsuki tiene razón, si puedo confiarle a alguien a mi hermano, eres sin duda tú-

-No lo dejaré solo ni un momento-

-Gracias Tahomaru-

Dororo y su doncella salieron del cuarto, encaminándose al suyo. Tahomaru observó a Hyakkimaru, quien mantenía los ojos cerrados, murmurando en voz baja y entre sueños. Tahomaru acomodo las sabanas y la almohada.

-Descansa, te pondrás bien pronto-

Daigo no lograba dormir, luego de la casi nula plática que tuvo con ese ronin, en lugar de calmar sus dudas, estar no hicieron más que aumentar, volviéndose un pensamiento recurrente la posibilidad de tratarse del mismo niño que abandono años atrás para asegurar la prosperidad que ahora gozaba su tierra.

-Pero algo como eso...-

Imaginar que fuera su hijo quien lo conociera y además de ello incluso llegara a llevarlo hasta palacio, una situación como aquella resultaba irrisoria ni siquiera podía imaginarla en la peor circunstancia a menos que fuera una broma cruel por parte de los dioses al cuestionar su decisión.

-Es imposible que haya sobrevivido...-

Era solo una masa de carne cuando lo arrancaron del pecho de su madre, encargándoselo a una de las comadronas que atendió el parto.

Era muy sencillo la tarea que se le brindo, asesinar al niño y dejar su cuerpo en el rio para que lo devoraran las bestias que moraban allí. Sin embargo, la comadrona nunca regresó y pese a cuanto buscaron su paradero nunca dieron con ella nuevamente. Era imposible pensar que ella decidiera escapar para cuidar del niño aun cuando no se reportó salidas del pueblo de ninguna persona con sus características ni se habló en las cercanías de un bebe monstruoso que aterrorizara a los aldeanos.

-No puede ser él...-

A medida que más iba convenciéndose de ello menos creía en sus propias palabras. Todo por lo que sacrificio múltiple cosas se perdería, con la llegada del verdadero primogénito, siendo necesario asesinarlo para cumplir el trato.

-No. Aun no-

Tomó asiento sobre el futon, no era necesario sacar conclusiones apresuradas, de lo contrario nublarían su juicio actual, solo requería de tiempo para cerciorarse de toda la información que le brindaran sus subordinados.

-En caso lo sea...-

Tomó el mango de su espada, presionándolo con tanta fuerza que sintió como su piel se aferraba a este. No dudaría en levantar la hoja de la espada, incluso tratándose del hijo que abandonó, porque nada intervendría en sus ambiciones, menos un fantasma del pasado que nunca debió regresar.

Los soldados que arribaron a Banmon estaban fuertemente armados, pese a las advertencias de los aldeanos que afirmaban como un hecho que la ira del demonio los alcanzaría si cruzaban esos límites terminaron siendo ignoradas para que los soldados entraran en esos límites que rodeaban el muro de madera.

DestinoWhere stories live. Discover now