La silueta que era visible desde el jardín exterior. Tahomaru se incorporó un poco y sintió necesidad de restregarse los ojos, casi convencido de que visualizaba de manera errada la azul tonalidad que iba reflejándose incluso a través de la puerta intento llevar sus manos al rostro. Para su desconcierto y sorpresa estas permanecieron rígidas en el mismo lugar y no era la única parte de su cuerpo que no obedecía sus órdenes, sino que era incapaz de moverse.
-¿Qué pasa?-
La puerta del cuarto fue abriéndose lentamente, el ruido de esta al correr lo en extremo nervioso. Buscó mover los labios o realizar al menos un movimiento por mínimo que fuera, perdió control de su cuerpo y no comprendía el porqué. La puerta continúo abriéndose, los segundos parecían horas eternas, una luz potente recayó en su rostro, parpadeo reiteradas veces.
-¿Qué?-
Ya no se encontraba en su habitación, sino en medio de los pasillos de la casa, confundido. Llevó las manos cerca de las sienes, al sentir un punzo reiterado en estas que no desaparecía.
-¿Qué está pasando?-
No recordaba haber dejado el cuarto, ni mucho menos cuando compartía la noche junto a Hyakkimaru. Decidió regresar antes de encontrarse con los guardias y tener que darles explicaciones del porque estaba a mitad del pasillo.
-Sera mejor que me dé prisa... ¿Qué?-vio sus prendas, llevaba puesto el kimono con el cual solía visitar el pueblo o cualquier otro lugar como heredero de Daigo-¿Cuando me puse esto?-
Iba perdiendo la calma de a pocos, una cosa era que por el cansancio terminara vagando en los pasillos, si bien nunca le sucedió, probablemente saliendo en busca de un vaso de agua o solo respirar un poco. Pero colocarse un kimono que requería extrema atención para hacerlo superficialmente no podía ser un hecho fortuito. Un ruido lo hizo levantar la mirada.
Alcanzó a ver una silueta que desplegaba el tono azulado que recordó haber visto tras las puertas de su habitación. Sin pensarlo comenzó a seguirlo, dando vuelta en una esquina del pasillo. Nada. Lo único que visualizo era una de las tantas habitaciones con las luces aun encendidas.
-Debo estar imaginando cosas...-dijo disponiéndose a dar media vuelta para regresar a su cuarto, fue cuando lo escucho.
Un grito desgarrador, el cual reconoció al instante como el de su madre, no había duda de ello, era ella quien lo emitía sin detenerse.
-¡MADRE!-
Tomó la empuñadura de la espada corriendo hasta la puerta que emitía luz la cual reconoció como su habitación, abriéndola sin dudarlo.
-¡MADRE!... ¿Pero qué?-
Un grupo de mujeres rodeaba el futon, donde su madre yacía recostada. Las sábanas blancas empapadas de sangre, como su kimono níveo y la piel pálida cubierta de sudor debido al esfuerzo, mientras las doncellas sostenían sus manos animándola a continuar dando toda su energía en lograrlo.
-Solo un poco más mi señora...-
-Lo hace muy bien-
-Mi hijo...-
Su madre hablaba con voz quebrada, apretando los ojos con tal fuerza que las marcas a los lados de sus párpados iban adquiriendo forma. Pronto un llanto se abrió paso entre las voces.
-¡ES UN NIÑO!-
Una de las sirvientas tomo al pequeño cubriéndolo entre las mantas. Oku respiró agotada y el agua caliente preparada para limpiar al recién nacido iba apartando los rastros de sangre de este.
-¿Mi nacimiento?-
Fue la primera idea que vino a su mente; sin cuestionarse de inmediato porque presenciaba todo aquello y sin duda, no debía tratarse de una situación normal como pensó en un comienzo.