Hyakkimaru tardó en reaccionar o comprender que sucedía, desde su llegada a la cabaña solo se mantuvo dentro de sus propios pensamientos, todos dirigidos únicamente a una misma dirección, la tierra de Daigo. El desprecio de su padre, la indiferencia de su madre y el rechazo de Tahomaru, cada una de las cosas que caló en su corazón permitiéndole sentir algo que nunca pensó antes pudiera causar mayor dolor que la herida de una espada. Aun en su cabeza al guardar silencio escuchaba claramente cada palabra dicha por Tahomaru. Lo que antes eran dulces demostraciones del sentimiento que creía se profesaban entre los dos, ahora no era otra cosa que quebradizos caminos, los cuales nunca seguirían. El matar demonios le retornaba cierta calma, el caos dentro de sí mismo requería un mitigante o de lo contrario no sabría cómo sobrellevarlo.
Cada muerte de esas terribles criaturas iba brindándole un poco de sentido al destino que le dieron desde que apenas era un recién nacido, comprender porque continuaba con vida en este mundo. No diferenció si esa mujer que los acogió era un demonio o solo un humano de alma peculiar. En realidad, no le importaba, casi ninguna cosa poseía la importancia necesaria para él.
Ya no escuchaba las palabras de Dororo ni tampoco las de ninguna otra persona. Su despedida de Banmon fue tan rápida que incluso la felicidad de Sukeroku al encontrar a su familia que pese a creerla perdida aún se encontraba con vida dándole la promesa de poder comenzar una vida juntos nuevamente, le fue indiferente por completo, solo quería alejarse de esas tierras, impedir que el dolor lo consumiera, volviéndose insoportable a medida que se apartaban de la tierra de Daigo e iba comprendiendo mejor lo sucedido.
-Tahomaru...-
-¿Qué tanto susurras?-dijo Okaka.
-Taho...-
-No importa...aun la droga sigue haciendo efecto-
El muchacho que escogió como su presa, mostraba señales de resistirse a la droga, pero a la vez iba consumiéndose en ella, puede que su determinación por salvar su propia vida no fuese tan grande como debería. Esto era una bendición porque de lo contrario tendría mayores problemas para trasladarlo.
-Ya casi llegamos...-
El nombre de Tahomaru se repetía reiteradas veces en su cabeza, ahora mismo, en ese preciso instante no tenía idea que estaría haciendo o pensando.
Su espada lo dañó, el ojo izquierdo quedó perdido de manera irremediable al recibir la hoja afilada encima de este, generándole un corte que le impediría, incluso de aplicarse diversos métodos de sanación, recuperar la vista. Juro protegerlo tanto como el permanecer a su lado entregándolo todo de sí, para que ahora acabara dañándolo por su propia cuenta.
-Tahomaru...-
-Que mocoso tan raro, no deja de repetir ese nombre-
-¡HERMANO!-
-¿Qué?-
Okaka escuchó la voz de Dororo muy cerca, al comienzo quiso creer que solo era una confusión y en realidad ella aún estaba en la seguridad de la cabaña o tan lejos de ese lugar que nadie podría lastimarla.
-¡HERMANO!-
-Dororo... ¿Qué haces aquí?-dijo Okaka.
-¡HERMANO!-
Dororo corría por el sendero accidentando, de piedras afiladas que dañaban sus pies, esto no le importó, ni los cortes ni tampoco las punzadas dadas al incrustarse dentro de la piel, solo quería llegar cerca de Hyakkimaru.
-Dororo...-
La voz de Dororo llegó cuando menos lo esperaba, apenas iba siendo uno con esas voces tenues que rememoraban un pasado que prefería no recordar y a la vez mantener perenne hasta escucharla llegar.