Conflictos

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Tahomaru y sus subordinados arribaron al palacio cuando dieron casi las primeras horas de la noche. Las puertas abiertas permitieron la entrada del joven amo de la casa a quien saludaban con reverencias llenas de respeto y muy bien practicadas, solo para pasar a adoptar su posición inicial custodiando el lugar impidiendo que intrusos cruzaran las puertas sin autorización expresa de los señores de la casa y en caso desobedecieran estas órdenes caerían muertos sin posibilidad de explicar porque adoptaron una acción tan arriesgada.

Tahomaru descendió del caballo, entregándoselo a uno de los criados que se retiró con este rumbo a las caballerizas. La luna esa noche apenas mostraba parte de su cara pálida, nubes se arremolinaban alrededor apartándose con la misma brisa nocturna.

-Saludaré a mi madre-dijo Tahomaru.

-Joven amo, mañana comenzaremos con el entrenamiento-dijo Mutsu.

-Sí, de acuerdo, que descansen-

-¡Sí!-dijeron ambos despidiéndose con una rápida reverencia y poniéndose en camino a sus habitaciones.

Los aposentos de su madre siempre permanecían en silencio o con la tenue luz de una vela encendida que le brindara luz suficiente para que fuera capaz de continuar sus rezos ante la estatua de la diosa de la misericordia, un objeto atesorado con gran celo desde hace muchos años, Tahomaru desde que tenía memoria sabia del amor de su madre por esa estatuilla.

-Joven amo...-

Las doncellas que resguardaban la entrada al cuarto de su madre hicieron una reverencia frente a él.

-Quisiera hablar con mi madre-

-La señora ahora mismo se encuentra rezándole a la diosa que nos protege-

-Si pudieran decirle que he venido...-

Las doncellas intercambiaron miradas, dudando en un comienzo pero como se trataba de su amo asintieron y tocaron la puerta, sin obtener respuesta, una de ellas aventurándose a entrar salió pocos segundos después.

-No es posible detener las plegarias de la señora...-

-Siempre es lo mismo-

Tahomaru regresó sobre sus pasos alejándose del lugar rumbo a su habitación. Recordó con amargura como otras noches aguardaba que ella terminara sus plegarias, pasando horas fuera, llegaba la mañana y su madre no dejaba sus aposentos en algunas ocasiones ni siquiera para comer.

-No tiene sentido...-musitó.

Entró en su cuarto, el futon ya se encontraba extendido al igual que todo ordenado, dándole de esta forma la bienvenida al joven que lo ocupaba, un hecho al cual estaba acostumbrado desde muy pequeño ya que las doncellas y sirvientes del palacio lo servían con diligencia al ser el heredero de ese lugar. Retiró las prendas, colocándose la yukata que utilizaba para dormir y se recostó en el futon.

Pese a encontrarse en casa no se sentía del todo feliz y nuevamente fue imposible quedarse dormido pese a sus intentos reiterados, manteniendo los ojos cerrados aguardando que el cansancio se hiciera presente.

-¿Qué me pasa?-

Se incorporó dando un golpe en las sabanas del futon, solo quería descansar olvidando lo que paso hace poco e incluso apartando de su mente esas sensaciones extrañas que no comprendía plenamente. Su frustración, como lo llamo en un comienzo, al entender de su debilidad ante guerreros del nivel de Hyakkimaru no lo abandonaba llevándolo al extremo de continuar pensando en ella incluso cuando ya ni siquiera estaba cerca de ese samurái renegado.

-Por favor, solo quiero dormir-

Dijo esto en voz alta y sin pensarlo coloco una de sus manos en su mejilla izquierda, la misma que el toco la noche anterior. Se quedó inmóvil, con la mirada apuntando al techo, sus ojos comenzaron a pesar, dio un par de bostezos, un sopor iba invadiéndolo progresivamente, siendo agradable.

DestinoWhere stories live. Discover now