Capítulo cincuenta y tres.

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NELSON FARÍAS.

Yo dije que el destino quería cagarme el maldito día, y vaya que lo está logrando.

Casi terminando la canción, como por «Amor de telenovela, perfecto tacto no agradezcas nena; ese fue trato, quedate un rato alivia mis penas que cuando tú quieras yo te caigo al rato» se va la luz. Así como leyeron, se fue la bendita luz.

Qué día tan mierda.

Quiero decir que a medidas que íbamos cantando y tocando mis ánimos empezaron a subir y deje de estar tan serio por siquiera unos minutos.

Ver a Sidney ahí sentada con una sonrisa hermosa en sus labios, sus ojitos puestos en mí y luego pasando de Gab a Vic y viceversa era maravilloso. Su cabello medio recogido, sus mejillas rosaditas y el contraste del color de su piel y del vestido era sencillamente hermoso. Ella era hermosa. Me traía loco. Me encantaba que jode.

Y todo eso hizo que reflexionara siquiera un poco.

Eran sus quince años, ¿en serio voy a venir yo a cagarselos con mi cara 'e culo? Qué egoísta me he puesto.

Se escucharon bufidos al ya no haber luz, todo estaba oscuro y nadie encendía su telefono.

¿En serio nadie pensaba sacar un malayo celular para alumbrar, maldicion?

—Mami, ¿tragimos las velas? —escuché la voz de Sidney y sonreí.

Coño, hasta su voz me encanta. No podia verla pero me imaginaba mirando a su mamá con una sonrisa.

—¡Me diste una idea, Sid! —esta fue Elena.

Revisé mis bolsillos buscando el celular y maldije al recordar de que Brayan me lo daño.

—Bro, prende tu teléfono ahí —se murmuré a Gabo.

Todos estaban murmurando y algunos (que supongo que eran los viejos y adultos) estaban echándole bendiciones a Maduro.

Gabo prende su celular y me alumbra.

—Ya —y luego de eso lo apago.

—Marico —le espeté rodando los ojos.

—¿Pueden cantar una canción? —preguntó una voz de niña acercándose a nosotros.

Gabo de inmediato la alumbró haciendo que sus ojos cerrarán por unos segundos, y sí, definitivamente era una niña como de cinco años con un vestido dorado.

—¿Y qué quieres que cantemos? —le preguntó Víctor apoyándose en la guitarra.

—No pana, yo me voy a sentar —dijo Gabo sentándose en el suelo con las piernas cruzadas.

¿Te pregunté?

—Sid siempre escucha En Guerra —sonreí como estúpido. Cuando dije que mis ánimos habían subido hablaba en serio —, ¿pueden cantar esa?

Yo me paré de la silla del piano y me senté en el suelo junto a Gabo con las piernas esplayadas, como dice Sidney. Y Víctor imitó mi acción solo que él se trajo consigo la guitarra y cruzo las piernas.

—Yo no me sé muy bien esa —dice Gabo.

—Yo sí —dijimos Víctor y yo en unisono.

—¿La cantaran? —preguntó la niña entrelazando sus dedos.

—Claro, ¿para ti? —le pregunté.

—No —ella giro sobre su propio eje —¡¿Pueden hacer silencio?! —gritó la niña callando los murmuros.

Carta » Nelson FariasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora