Capítulo 7

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Para cuando llego al centro de Madrid la torrencial lluvia ya ha empezado a caer con fuerza avecinando un temporal similar al de las emociones que me están llevando de cabeza los últimos meses.

Pese al horrible mal tiempo, le pido al taxista que pare en la entrada del Retiro y pese a que insiste que es una locura que haga el resto del trayecto a pie, dejo en el asiento un billete para pagar con creces el total de la carrera y me apeo abrazando mi cuerpo a través de la chaqueta vaquera que llevo puesta.

Recorro con parsimonia las calles de esta ciudad que tan bien me acogió años atrás y me dedico a observarla como si fuera una turista más y ésta fuera la primera vez que veo el encanto de Madrid. Quizá lo hago por la cobardía de llegar a casa y no tener otra escapatoria que contestar las llamadas que, doy por seguro, se agolpan en mi buzón de voz. Quizá lo hago en un último intento de recordar todos los buenos momentos y sensaciones que viví en su día con Marco, hora que ya definitivamente le he destrozado el corazón.

Cruzo la Plaza de Colón sin pararme a observar a su estatua y para cuando llego a la Calle Serrano apenas hay ya gente en la calle. Me dedico a observar con indiferencia a la gente que contempla la tormenta a través de los escaparates de esas marcas caras. Algunas personas me observan con una expresión de aturdimiento, otras deben pensar que estoy loca por andar bajo esta llovizna sin un paraguas y sin tan siquiera inmutarme, que sé yo.

Saludo con un gesto de mano al portero de mi urbanización y ni tan solo me paro a darle los buenos días, como siempre suelo hacer. Noto sus ojos en mi nuca cuando paso de largo hasta las escaleras de mármol, sin reparar en los ascensores, pero mantengo la cabeza gacha y subo los tres pisos en completo silencio.

-¿Qué haces así? -la voz de Marc me sorprende al llegar a mi rellano.

-¿Y tú qué haces aquí? -le observo controlando el temblor de mi cuerpo por el frío que he cogido.

Él simplemente esboza una sonrisa y tras levantarse me presta su chaqueta y vuelve a recostarse en el marco de la puerta para luego tan solo añadir:

-He preguntado primero.

Le invito a pasar sin mediar palabra y antes de que pueda repetirme la pregunta me escabullo hasta mi habitación, donde me cambio la ropa empapada por una sudadera vieja y unos pantalones de pijama. Para cuando entro a la cocina, Marc ya ha puesto una tetera al fuego y ha colocado un par de tazas en la isla, dejando clara su intención de no dar por zanjado el tema hasta que le cuente la verdad.

-La he vuelto a cagar -escupo sin más-. Como siempre, cuando las cosas están encaminadas vengo yo para ponerlas patas arriba y fastidiarlo todo.

-Eso no es verdad...

-Sí que lo es, Marc -le corto-. De todos modos tu opinión sobre mí no es lo que se dice imparcial precisamente. Además, apenas me conoces ya después de tantos años.

-Primero, mi opinión sobre ti es perfectamente válida. Segundo, podría devolverte la jugada diciéndote que tu propia opinión de ti está minada por vete a saber qué. Y, tercero, podrían pasar veinte años más, pero soy probablemente de las personas que más y mejor te conocen en este mundo, Emma. Hemos crecido juntos...

Le miro a los ojos, y nos quedamos en silencio un instante. Su mirada está perlada por un brillo especial, quizá de emoción o quizá de qué se yo. La mía... en la mía se agolpan lágrimas que juguetean queriendo salir a través de las pestañas.

-No llores -me pide-. Sea lo que sea que haya pasado se solucionará.

Dejo que sus brazos se ciñan a mi cuerpo a la vez que su aroma me rodea y por un segundo vuelvo a ser esa niña que lloraba cuando le daban un pelotazo en mitad de un juego y era precisamente Marc quien adoptaba el papel de hermano mayor y me abrazaba hasta que mi rabieta pasaba.

-¿Por qué te portas tan bien conmigo después de todo?

-Porque para mí siempre vas a ser esa niña alegre que aparecía en el momento justo del juego para que perdiera el interés, Emma. 

Pasamos el resto de la tarde tumbados en el sofá recordando excursiones, momentos divertidos y bromas de cuando éramos críos y desconectando del mundo exterior por un tiempo. La tormenta arrecia durante ese transcurso de tiempo así que, tras decidir que va a ser imposible que Marc se marche, al menos por el momento, decido retenerle un poquito más e invitarle a cenar.

-Aún no me has respondido a qué haces aquí -encaro una ceja picando un poco de cilantro fresco para el hummus.

-¿Si te cuento un secreto lo guardarás? -pregunta haciéndose el interesante, y por un momento, al pensar que mi mejor amigo de la infancia tenga una novia madrileña, un cosquilleo molesto en la boca del estómago hace que deje el cuchillo sobre la tabla inmediatamente.

-Por supuesto.

-Soy el nuevo Superman y me entero cuando la chica que más quiero en el mundo está de bajón, así que aparezco en su puerta hasta que decida aparecer empapada.

-Venga ya, hablaba en serio Marc -me río tras tirarle un trapo a la cara-. ¿Qué hacías aquí?

-¿Quieres la verdad?

-Sí.

-Pero, ¿en serio? 

-Marc, venga ya...

-No podía aguantar más sin verte, Emma.

Y tras ello, se acerca a mí, roza  con la punta de los dedos trazando un camino del lunar de mi mejilla hasta los labios y allí, en la comisura de estos, deja caer un tímido beso inseguro.

Anything for you  [SAGA THINGS #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora