Capítulo 9

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Principios de Diciembre

Termino de guardar la maleta en el altillo del armario antes de decidirme a encender la calefacción de una vez por todas. Marc no bromeaba cuando me advertía del frío de Pamplona.

A medida que voy bajando las persianas de mi nuevo apartamento consulto el correo que me envió la inmobiliaria hará un par de semanas. Ahora que ya he vuelto de Madrid mi piso está oficialmente vendido. Recorro el salón en el que tan solo hay un sofá y una televisión y no consigo tener la sensación de encontrarme en casa. Quizá todos tuvieran razón y el mudarme aquí sin tener un plan concreto era mala opción.

A través del gran ventanal del salón soy capaz de ver como el estadio Sadar está bastante lleno a pesar de ser martes y pienso en cómo estará Marc anímicamente, pues es la primera vez en el mes y medio que llevo aquí que no le ido a ver jugar. Pero que conste que la excusa de desembalar cajas que todavía están cerradas no es mala.

Tres mudanzas en un año. No es mala cifra, siendo objetivos.

Como todavía no me ha llegado mi querido tocadiscos retro de Auna, conecto mi lista de reproducción de Spotify a la SmartTV y cambio indecisa hasta conformarme con Birdy y su majestuosa Wings. Decido que antes de abrir la caja nombrada como "FOTOS" necesito un café para lidiar con, probablemente, marcos enteros de recuerdos de mi padre, de Isco y Sara e incluso de Sergio. 

Una vez tengo el humeante café con leche a mi lado, me recojo el pelo en un moño para que no me moleste y con ayuda de unas tijeras procedo a rasgar la cinta americana. El primer marco que sale es una foto de Vero y yo cuando teníamos unos cinco años; aparecemos sentadas en unos columpios que habían en el patio del colegio. Vero sonríe ampliamente con una mancha de chocolate en mitad de la barbilla y yo, a su lado, me agarro fuerte a las cadenas del columpio sonriendo feliz y mostrándole a la cámara que me faltaba un diente.

Le limpio el polvo y lo dejo a un lado, aún sin saber en qué lugar pienso dejarlo, antes de pasar al siguiente. Una foto con Isco haciendo el tonto, típico de nosotros. Los siguientes se suceden sin un orden concreto: una fotografía de mis hermanos y yo cuando éramos pequeños en la playa, una imagen de papá leyéndome La Caperucita mientras yacía tumbada a su lado, una foto con Sergio la mar de contentos el día que conseguí una camiseta del Real Madrid con mi nombre...

Hago el mismo procedimiento con todas; limpiarles el polvo y dejarlas a mi vera, preparadas para ser colocadas. Hasta que doy con el último marco, esta vez con relieve. Lo saco con cuidado, temiéndome lo peor pero ahí está, intacto. Observo la foto en silencio varios minutos antes de que una lágrima solitaria ruede por mi mejilla hasta impactar en el cristal, justo en mitad de la imagen.

No recuerdo en qué momento guarde la imagen que nos hizo Berto a Marco y a mí cuando me llevó a Menorca, pero por algún extraño motivo, esta pequeña imagen me sirve como ancla para cerciorarme de que fue real, por más que trate de olvidar todos lo...

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No recuerdo en qué momento guarde la imagen que nos hizo Berto a Marco y a mí cuando me llevó a Menorca, pero por algún extraño motivo, esta pequeña imagen me sirve como ancla para cerciorarme de que fue real, por más que trate de olvidar todos los recuerdos día sí, día también. 

Me limpio rápidamente esta lágrima obligándome a respirar hondo y decirme que se acabó, que he pasado página y que para demostrarlo he puesto cuatrocientos kilómetros de por medio. 

Me levanto con el impulso de guardar el marco en algún lugar en el que no vaya a mirar muy a menudo y justo cuando he terminado la tarea y he colocado minuciosamente mis recuerdos hechos imágenes por el piso, el timbre de la entrada suena dejándome algo sorprendida, pues aparte de Marc no hay mucha más gente mi dirección actual. Con algo de desconfianza me encamino por el pasillo hasta la entrada, y al ver por la mirilla a Sergio con un gorro de lana en la cabeza el corazón me da un vuelco.

¿Pero en qué momento ha venido a verme a Pamplona?

-¿Qué haces tú aquí? -me tiro a sus brazos sin importarme las pequeñas motitas de nieve que recubren su abrigo.

-Por el frío que hace, pensaba que había venido a Laponia a traerle mi carta a Santa Claus, a ver si te traigo de vuelta al centro de la península. 

Tras mirarnos con una sonrisa tierna en los labios me vuelvo a lanzar a sus brazos durante otro minuto y medio antes de invitarle a pasar.

-¿Te quedarás a cenar? -doy por echo que lo hará, pero aún así siempre he de ir con pies de plomo con Sergio.

-Bueno... supongo. Depende de los planes.

-¿Qué planes? -pregunto extrañada intentando manejármelas con la pequeña estufa de gas que hay en el salón.

-Aún no me has preguntado que cómo sé que vives aquí -me sonríe con una mirada traviesa.

-¿Quién te lo dijo? 

En ese preciso momento el timbre vuelve a sonar y todavía extrañada por el misterio que guarda Sergio voy hacia la entrada donde me encuentro a Luca flanqueado por Nacho y Lucas, quienes, al igual que Sergio me mantienen en vilo tras los correspondientes besos de bienvenida.

-¿Me va a explicar alguien cómo sabéis dónde vivo o he de empezar a pensar que sois todos unos acosadores en potencia?

Antes de que me de tiempo a cerrar la puerta, una deportiva roja se cuela por el marco de la puerta, impidiéndome que la cierre. En el descansillo del edificio no está ni más ni menos que Marc quitándose un gorro de lana roja y sonriendo mientras se esposa la nieve en el felpudo.

-Sorpresa -susurra antes de besarme en los labios.

Anything for you  [SAGA THINGS #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora