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CAPÍTULO 2

—Mataste a nuestros hijo!—Gritó Eric mirando la foto de Jed jones que descansaba en el escritorio de su oficina. Lo cierto era que llevaba un buen tiempo bebiendo. Para ser exacto desde las 11 am. La botella de brandi se había vaciado y seguía con el Wisky de su abuelo.

El de la reserva.

Eran cerca de las 4 pm cuando comenzó a hablar con la fotografía desde la que el "amor de su vida" le sonreía. Era una de su graduación. Habían ido a la misma universidad, Eric lo había seguido como un idiota, Eric lo hubiera seguido a donde fuera, pero así estaban las cosas.

Él ahogándose en alcohol para adormecer el dolor mientras la pareja feliz debía de estar seleccionando sabores de pastel.  Imbéciles, malditos.

Eric se rió de si mismo.

Era patético, su vida era patética.

Todo por culpa de aquel italiano bueno para nada. Había reaparecido en sus vidas como quien no quiere la cosa y de la noche a la mañana resulta que había boda y como si eso no fuera suficiente tenía que ir de padrino y darles la bendición. Como si no le doliera, como si aquellas sonrisas enamoradas no lo estuvieran matando en vida.

Porque sí, Eric McGraw jamás pudo decirle que no a Jed Jones.

Así que no solo tenía que ver como se casaba junto a un italianucho de cuarta.

Debía sonreír y bendecirlos.

Porque eso era lo que hacían los amigos y nunca llegaría a ser algo más que su amigo, no,  Jed Jones solo tenía ojos para Romeo D' Angelo.

Esa rata rastrera...

Tendría que haberlo eliminarlo cuando tuvo la oportunidad de hacerlo, ahora apartar a Romeo implicaba lastimar a Jed, y Eric McGraw podía ser muchas cosas y ninguna de ellas lo que se diría... Buena. Pero cuidaba de su familia y Wilow Sander y los gemelos Jones eran la única familia que había conocido alguna vez.

Prefería morirse antes que hacerle daño a alguno de sus amigos.

—Íbamos a ser felices con Erika y Eddy pero no. ¡Tenías que irte con él! ¡Destruiste nuestra familia!—Balbuceó entre lloriqueos.

Por años lo único que el pelilargo había ambicionado era una familia, una de verdad,  una que el hubiera elegido,  en la que Wilow seria la madre de sus hijos con Jed. Porque no le confiaría a nadie más sus hijos, nada de óvulos de una extraña. Su amiga tenía buena genética, y su cuerpo era perfecto para parir, vamos que había evaluado todos los pros y los contras.

Lo tenía todo planeado.

Serian felices todos, jodidamente felices jugando al golf y paseando orgullosos con sus mellizos por la calle. Porque quería que fueran mellizos, uno de Jed, uno suyo. Sí, Eric había tenido tiempo para planear toda una vida al lado de sus mejores amigos.

Se rió atragantandose con el licor que llevaba tiempo ya sin quemar su garganta.

Para bien o para mal, al menos era el único dentro de aquella mansión, le había dado el día libre a sus empleados por lo que nadie podía escuchar su humillación.

Había tenido suficiente, esa mañana había llamado a Willow para dejarla tranquila, le había asegurado que su enamoramiento por Jed era agua pasada. 

¡JA!  su conciencia lo miraba con desprecio regordeandose desde el fondo de su mente. Siempre la había imaginado como el mito del minotauro encerrado en una celda, la bestia con el torso de un toro, despreciable, violenta, que se alimentaba de él y  disfrutaba  cuando lo destruía, hoy tendría su gran acto final.

El legado de Caín (GAY +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora