IV: El averno

162 5 0
                                    

Estando de nuevo solo en casa, comprendí lo mucho que me hacían falta mis nuevos amigos y lo solo que verdaderamente estaba.

Noté también que cada vez que hablaba con Sunday se abría un poco más mi mente, ella realmente tenía ese poder de entrar a la conciencia de los demás fácilmente.

Había cosas que ni yo mismo podría entender de mi persona. No sabía por qué de repente quería que me ayudaran, por qué de repente me hacía tan feliz tener amigos y por qué ya no estaba sumido entre lágrimas producto de la muerte de mis progenitores. No quería volverme insensible, pero quizás mis pensamientos solo querían volverse a mi favor.

No estaba listo para un cambio tan abrupto, que asustaba, que me hacía ver el averno ilusorio de los cristianos. Realmente estaba deseando morir.

Pero morir cuando estaba descubriendo tanto debía ser un desperdicio, tanto como extender mis sábanas entre pinzas frente a la ventana de mi cuarto para que se secaran y colgar mis uniformes detrás de la nevera. Sí, era ridículo vivir solo, al menos en mi caso, a veces me preguntaba si habría alguien en una situación similar, pero al menos, tras toda la porquería que colmaba mi conciencia, seguía creyendo que los seres humanos eran únicos. Pero bien, cualquiera podría reemplazarme y superarme con creces, aunque no habría alguien tan hecho mierda como yo.

Estando así, solo en casa, solo oyendo el pasar de las horas me hacía sentir una hormiga en una sartén.

Quizá eso fuese el purgatorio. Después de eso no habría nada más, pero... ¿qué ocurriría si en verdad me suicidaba?

No quería saber, pero al mismo tiempo moría de curiosidad, aunque ya había prometido mi asistencia en un viaje cuyo rumbo desconocía, cuyas actividades quizá estuvieran lejos de mis capacidades y... bueno, que quizá no terminaría de disfrutar.

Pensé en mis amigos, aún cuando hacía mi tarea, aún cuando arreglaba mi maleta e intentaba asearme, cuando intenté hacer panqueques y solo comí un montón de masa medio cruda y rota, cuando lloré en la cocina dándome cuenta de que no podía valerme por mí mismo. Y sobreviví ese domingo, por ellos.

No quería levantarme el lunes en la mañana, pero una llamada de Alexis se aseguró de hacerme salir de la cama para ir a estudiar. El uniforme no terminaba de estar seco, pero aún así me vestí y salí de casa con mis libros como siempre. Nada especial ocurrió ese día, solo... otro día en la rutina de tener amigos y de ser parte de un círculo social en el que simplemente se arreglaron malos entendidos con respecto a la reunión del sábado.

Alexis volvió a acompañarme, hablamos en el parque y bebimos café, de nuevo. Más tarde estuve en casa, miré el pc por algunas horas y dormí sin cenar, sin siquiera cambiar mi uniforme para el día siguiente.

El verdadero golpe de importancia llegó el miércoles, cuando recordé que hacía ya una semana había muerto mamá.

Entonces evadí a los chicos y me quedé a llorar en el salón, evité a Alexis en la tarde y me apresuré a encaminarme al cementerio con las lágrimas en las mejillas.

Mi pecho dolía, cuando leí el nombre de mi madre en una lápida junto a la de papá y Claire, lloré, sollocé y me desarmé justo en frente, me sentí incapaz de continuar. Un hijo enterrando a su familia debía ser una de las peores situaciones del mundo.

No me reconfortaba la pobreza mundial o saber de países en guerra; no me afectaban las bombas en París o los niños en Siria. Era un adolescente egoísta, individualista y hecho jirones por la vida.

Comencé a desvariar justo allí y rocé con los dedos la roca tallada con los nombres.

Tuve una conversación mental con quien desearía que fuera el mismísimo diablo. Seguramente vendería mi alma para ser feliz antes que intentarlo por mi cuenta y con trabajo duro.

AnquilosisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora