II: Alexis, el amigo

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Hice presión con la tijera, de manera horizontal, justo en donde sobresalía el verde de mis venas en mi muñeca. El rasguño sanguinolento parecía querer retarme y fruncí el entrecejo, apretando los dientes mientras punzaba con la punta del filo hasta que la gota de sangre comenzó a espesarse, allí decidí que era lo suficientemente profundo y tras tomar una bocanada de aire y cerrar los ojos fuertemente apreté el mango de la tijera en mi mano derecha y deslicé rápido una vez más el metal por mi piel.

Ardía, como un diablo, vi mis manos temblando y suspiré lloroso. Lo logré, la sangre comenzó a salir gota a gota, espesa y lenta.

«Uno más, Jordan, uno más». Me forcé a seguir y perdiendo fuerza en mi mano, el próximo corte no logró ser tan profundo como el anterior. Las sábanas se mancharon y no tuve fuerza para hacer más.

Me cubrí por completo con la sábana y me quedé llorando en silencio hasta quedarme dormido. Olvidé poner la alarma.

A eso de las seis de la mañana, el sonido de la puerta de la casa al abrirse logró despertarme. Me sentía débil, acabado, un simple insecto que ni siquiera podía morir. Mis sábanas estaban manchadas de sangre y mi muñeca incluso se había adherido a una de ellas, al despegarla abrí de nuevo la herida; ardía bastante, pero me las arreglé para tomar aire y hacer el esfuerzo de sentarme en la cama.

De repente la puerta de mi habitación se abrió y Loraine encendió la luz. No tuve otro impulso que meter mi brazo bajo las sábanas aún si mi suéter tenía las mangas largas.

—Mamá está muerta —Fue su primera frase—. Y es tu culpa.

Parpadeé varias veces sin terminar de analizarlo y tragué saliva con dificultad. Mis labios temblaron al devolver una respuesta:

—¿Cómo?

—Paro cardiorrespiratorio.

—Mentirosa —mascullé—. Tú la mataste.

Sus ojos me vigilaron bien abiertos y de repente mi cabeza chocó contra la cabecera de la cama mientras sus dedos se enterraban en mi garganta, ambas manos suyas me rodeaban y yo, inútil y con reflejos tardíos, no supe hacer nada para impedirlo.

—No se suponía que lo supieras —dijo.

—Prostituta... —susurré aunque me quedase sin aire y su agarre se endureció.

Sentí las lágrimas calientes rodando por mis mejillas y aunque quería morir, el ansia de detenerla se apoderó de mí entonces. Saqué mis manos de debajo de las sábanas y rodeé sus muñecas intentando apartarla de mí.

Entonces ella se percató de algo y tomó mi muñeca izquierda, soltando mi cuello y subió la manga del suéter blanco que llevaba. La expresión de burla en su cara era indescriptible.

—¿Tanto deseas morir? —Rio—. Pero ni para eso sirves, ¿verdad? Ya verás, pedazo de mierda, te haré vivir el infierno.

—No debería ser un problema si quiero o no morir —hablé con la mirada gacha—. ¿Por qué no me matas también? Ya sé todos tus secretos. Que ni siquiera eres completamente mi hermana, que me odias más por la muerte de Claire que por la de papá. Querías que me abortaran, no sabes quién es tu padre... ¿y sabes qué? —Me armé repentinamente de valor y bufé—. Tus hijos tampoco sabrán quién es su padre tampoco. ¿No estás embarazada ya?

Una bofetada volvió a estrellarme con la cabecera de la cama y la vi incorporarse, mirándome llena de ira.

—Si te quisiera al menos un poco te mataría también. Pero a las ratas se las deja sufrir antes de rematarlas.

—¡¿Y por qué mataste a mamá?! —grité.

—¡Porque se entero de lo que hago y nunca quise decepcionarla más de lo que lo has hecho tú! Al menos quería ser la hija favorita...

Me llevé las manos al rostro, quería reírme, llorar, si pudiese levantarme y pelear con ella, lo hubiese hecho. Parecía todo tan ridículo, por un momento pensé que ella estaba incluso más enferma que yo. Tan impulsiva, cegada por el odio. Ya veía por qué era mi culpa que mamá ahora estuviese muerta. Tiré de mis hebras castañas, ofuscado por la marea de pensamientos en mi cabeza y seguí llorando, por mamá, por la cefalea de la que ahora padecía.

Mis manos temblaban, el aire se me acababa y entonces supe que yo mismo estaba experimentando también otro de los episodios de mis problemas respiratorios.

Alcé la mirada y con Loraine mirándome, aunque sabía que no lo iba a hacer, intenté pedirle ayuda, pero la voz no salía de mi pecho.

Miré hacia el clóset, apreté mi pecho mientras intentaba tomar un poco de fuerza. Lo último que supe de Loraine fue que se rio de mí y me dio la espalda al irse.

Me apoyé de mis manos trémulas y adoloridas para salir de la cama y en el piso, gateando, logré tomar la maleta con las inyecciones que necesitaba.

Mamá solía aplicármelas cuando pasaba por momentos así, pero entonces estaba yo solo... la aguja de la jeringa me causaba pavor, estaba temblando, veía borroso y no podía hacer mucho más que buscar la zona bajo mis costillas en donde debía aplicarla. Me rasguñé con la punta de la aguja y perdí parte del producto al intentar inyectarme, pero finalmente lo logré y tras varios minutos de agonía pude reponerme y volver a respirar tranquilamente.

No quería quedarme en casa, así que solo agarré ropa del suelo y cambié la ropa que usaba para dormir; me coloqué un pantalón marrón, un suéter azul y batallé para acomodarme en la silla, puse los zapatos en mis pies y fui al baño a enjuagar mi rostro y acomodar mínimamente mi cabello.

No desayuné, solo tomé mi móvil, una billetera que tenía con un poco de dinero y me apresuré a salir de la casa.

Me negaba a ir a la escuela estando así y el rumbo que decidí tomar fue hacia el hospital para verificar las dichas de Loraine. Me tomó bastante llegar allí, pero finalmente en los pasillos blancos, con el olor a enfermedad y penicilinas impregnando mis fosas nasales, me dirigí a una secretaria en un mostrador. Tenía miedo y vergüenza, pero al cabo de un minuto logré articular unas palabras:

—Quiero ver a mi madre.

La señorita alzó la mirada y frunció el entrecejo.

—Las visitas son a partir de las ocho de la mañana, tiene que pedir turno para pasar a un módulo y dar los datos del paciente. Tenga un buen día —La mujer volvió a su labor en una pantalla de ordenador y yo solo bajé la mirada.

Fui a acomodarme en la sala de espera y tomé un turno de una máquina. Eran las siete y media, calculando que los treinta y un turnos que quedaban antes de mí serían de personas que se tardaran mínimo un minuto con la persona en el módulo, estaría a tiempo para el horario de visitas.

El tiempo parecía eterno, miraba cada cinco minutos la pantalla del móvil para ver la hora y parecía que los minutos no avanzaban. Al cabo de cuarenta minutos por fin tuve oportunidad de pasar a un módulo.

—Buenos días —saludé—. Quiero hacer una visita.

Una señora con lentes gruesos y rasgos duros tras el mostrador tecleó algunas cosas en su ordenador y me miró después.

—Sus datos —solicitó.

—Uhm... Jordan Black Stevenson —pronuncié mientras buscaba mi tarjeta de identificación en mi billetera y la puse sobre el mostrador.

La mujer tomó la tarjeta y rellenó los datos restantes, luego me la devolvió.

—Los datos del paciente.

—Mi madre... Katherine Stevenson Lapointe —respondí—. No tengo su identificación...

La mujer suspiró y tardó un rato haciendo cosas en su ordenador solo para finalmente decirme:

—Estuvo esta madrugada en la Unidad de Cuidados Intensivos, falleció a las cinco y media de la mañana, la causa fue un paro cardiorrespiratorio producto de un fallo en el equipo de oxigenación. Ya fue retirada de las instalaciones.

—Gracias... —susurré cabizbajo.

Finalmente me retiré de allí con el corazón hecho jirones y las lágrimas en mi rostro, inundando mi vista. Me dirigí a un parque, lleno de árboles cubiertos de flores, una fuente en medio y absolutamente nadie transitando.

Me acomodé junto a la fuente, veía el reflejo del cielo en el agua que había allí, había monedas en el fondo, quizá producto de creencias ridículas de la gente, decían que tirando monedas a las fuentes sus deseos les serían concedidos; eso nunca pasaba.

Divagué, recordando a mi madre, a mi padre, sintiéndome infinitamente culpable por haberlos perdido. Hubiese querido que los tiempos fueran tan avanzados que las máquinas del tiempo pudieran existir. Haría lo imposible por volver a mi octavo cumpleaños y simplemente pedir que viéramos una película en casa; que cantáramos las canciones de La Bella y La Bestia, que nadie saliera ese día... pero era imposible.

Lloré hasta quedarme dormido. Las horas pasaron con el viento, ni siquiera noté lo peligroso que era dormir en un lugar público hasta que un policía me preguntó si estaba bien a eso de las tres de la tarde. Yo asentí, le dije que no se preocupara, que estaba esperando a mi madre que había ido a comprar cosas a la plaza. Mentí, el hombre creyó y yo seguí llorando en silencio frente a la fuente.

Me preguntaba que tan exitoso sería levantar una demanda sobre Loraine, pero me daba miedo involucrarme en procesos legales y no quería que las cosas se pusieran en mi contra. ¿Y tenía pruebas? Una carta a medio escribir, arrugada y manchada y unas tijeras que ahora tenían mi sangre no me servirían de nada. Además, Loraine siempre tuvo ese poder de ser tan bonita como quisiera fuera de la casa, nadie creería que una mujer tan despampanante haría algo malo. Su cabello era castaño claro, ondulado y largo, sus ojos color miel, tenía los labios carnosos, el rostro redondo, los pómulos levantados, la nariz pequeña y un cuerpo proporcionado, caderas un poco anchas, cintura pequeña, hombros angostos, piernas largas y atributos destacables; una buena prostituta debía ser. Aunque aún así me preguntaba por su novio, ¿cómo sería posible que con semejante trabajo tuviese uno?

Me froté la sien, dolía pensar. Suspiré exhausto y lancé mi cabeza hacia atrás en la silla de ruedas.

Luego de unos minutos me asusté al ver a alguien asomarse sobre mi cabeza y al enderezarme sin querer estrellé mi cráneo contra el suyo. El quejido de dolor se presentó para ambos y con una mano en la frente me disculpé en voz baja por lo que había hecho, pero me había asustado.

—No te preocupes —escuché de vuelta—. ¿Tú eres Jordan?

Fruncí el entrecejo al reconocer mi nombre en labios ajenos. Mi silla fue empujada un poco hacia atrás y el sujeto se sentó en el borde de la fuente delante de mí. Detallé sus prendas: Zapatos negros, pantalón gris, camisa blanca, corbata y suéter* azul oscuro... el uniforme del instituto.

Tras dudarlo un rato, asentí y elevé mi vista a su rostro, sintiéndome invadido por completo. Aquellos ojos verdes me observaban fijamente. Parpadeé varias veces, por si estaba viendo mal, pero no era así; me estaba hablando un sujeto que no había visto en mi vida y que se veía bastante destacable sobre otros alumnos que estudiaban conmigo; sus rizos castaños estaban peinados con pulcritud, la piel se notaba sin imperfección alguna, la nariz tenía el tabique mínimamente desviado, pero lograba hacer ver su rostro más masculino, los labios rosados, carnosos, decoraban una sonrisa blanca y sensata.

Lo primero que pensé es que mientras dormía alguien me había dado alucinógenos, porque alguien así no podía estarme hablando. Y pensando que era producto de enajenación, declarándome loco, le sonreí a labios cerrados, tratando de ser amable.

—¿Por qué no has ido hoy a clases?

—Mamá murió.

—Dios mío —Su rostro denotó pánico—. Lo siento mucho... no debí acercarme.

—Está bien, fue mi culpa...

—¿Cómo va a ser? Seguro que no lo fue, no te culpes por esa clase de desgracias.

Yo bajé la mirada de nuevo y suspiré. Me preguntaba por qué, si suponía que estaba hablando solo, mi subconsciente producía la alucinación de un ente positivo.

—Soy Alexis —anunció extendiéndome su mano grande. Yo la estreché tímidamente y asentí—. ¿En serio no me reconoces? —Negué—. Tú eres el primer lugar académico, yo soy el segundo. ¿Jamás has leído mi nombre? —Negué nuevamente—. Va, soy Alexis Johnson Stewart. ¿No te suena de nada?

—Instituto de Desarrollo Integral Stewart... el director es Robert Stewart... lo que pondría el apellido en una mujer, que sería tu madre y te haría llevar como segundo apellido “Stewart”, de modo que vendrías siendo el nieto del director —Reí—. Qué loco, a saber que drogas me pusieron.

Distinguí sorpresa en el rostro de Alexis y luego abrió la boca como si fuese a decir algo, pero finalmente no pronunció nada sino hasta dentro de un rato:

—¿Te has drogado antes? —Negué—. ¿Y piensas que soy producto de alucinación? —Asentí. Él rio a carcajadas—. Has estado hablando todo el tiempo con alguien real, de carne y hueso.

Entonces se levantó y se acomodó tras mi silla de ruedas, llevándome fuera del parque nos metió a una tienda y me compró una botella de agua para que bebiera.

Luego de tirar la botella a un bote de basura, volvimos al parque, esta vez Alexis acomodó mi silla de ruedas frente a un banco de madera y él pasó a sentarse allí. Agarró la mochila que llevaba y la abrió, sacó una carpeta y me la entregó.

—Eso es lo que hicimos hoy. Le dije a los maestros que yo te daría las cosas... porque nadie más quería y bueno, es rarísimo que falles un solo día.

La textura del papel y la sensación punzante al estirar mis manos para recibir la carpeta me confirmaron que en efecto, estaba hablando con alguien real.

—Oh, maldición —murmuré.

Puse la carpeta inmediatamente sobre mis muslos y con toda la velocidad que podía puse las manos en las ruedas de la silla para salir de allí lo más pronto posible. Estaba aterrado, era demasiado intenso para ser un encuentro casual y quizás sería porque la gente del salón que me molestaba le había puesto un reto a aquél cuando vieron que estaba ausente y en realidad él no quería hablar conmigo sino todo era parte de un plan para hacerme burla, como siempre.

O quizás estaba pensando demasiado. Pero siempre, aunque fuese irracional y lo supiera, me era inevitable pensar de ese modo, siempre pensaba en que lo peor me iba a pasar aunque no quisiera, que lo malo siempre estaba allí y no había ningún modo de escapar de ello.

Las manos de Alexis frenaron mi silla de ruedas y suspiré, desesperado, deseando que la tierra me tragara allí mismo. No quería que incluso en fechas como esas alguien siguiera burlándose de mí.

—Hey, ¿qué pasa? ¿Por qué de repente quieres irte? —inquirió.

—¿Por qué no debería?

—¿Hice algo malo?

—¿Quién te ha dicho que hagas esto? ¿Cuál es el fin?

—¿Hacer qué?

—¡Burlarse de mí! ¿Por qué otro motivo me hablaría alguien que nunca había visto en mi vida? ¿Por qué otro motivo sería importante mi ausencia? ¡Ya basta, maldita sea! ¡Ya se acabó mi vida! ¿Qué más quieren de mí? —Mi voz sonó más alta de lo normal, estaba desesperado, ya no quería seguir de esa manera, solo quería irme de una vez.

—Dios... —Alexis, notando las miradas de un par de transeúntes que se habían conmocionado con mis gritos, empujó mi silla de ruedas fuera de allí, llevándome por el parque entre los árboles florecidos—. Nadie se está burlando de ti, Jordan —habló en voz baja—. Solo me he hecho responsable de entregarte lo que hicimos hoy, porque nadie había notado que no estabas... y yo recibí las cosas por ti. También es mi deber como nieto del director el vigilar el rendimiento de mis compañeros. Siempre he estado ahí, Jordan, no es ninguna burla.

Me calmé un poco, no sabía si dejar que él siguiera llevándome. No lo conocía y no tenía muy en claro sus intenciones, pero a fin de cuentas ya no me quedaba absolutamente nada.

Alexis me llevó a una cafetería. Mi estómago rugió cuando percibí el olor del pan y recordé que no había comido nada más que el agua que él me ofreció en todo el día. Él pidió para ambos un café con leche y pan, me pidió que tratara de calmarme un poco y repitió una vez más que todo estaba bien.

—Quería conocerte también. Siempre es bueno conocer a los rivales... ya sabes, como en todo. Siendo tan solitario siempre me he preguntado cómo es que logras resultados tan impactantes. Siempre me ganas...

—¿Ah sí? —repliqué sin ganas mientras esperaba la llegada de la comida.

—Sí, por supuesto.

—Bueno, no te preocupes entonces, dejaré de ir y ya podrás ser el primer lugar a gusto.

—¡No, no, no! ¡No me refería a eso! —Se excusó—. No dejes de ir.

—No tengo dinero para pagar mis estudios y ya no hay nadie que me cuide.

—¿Hermanos mayores?

—La única que queda puedo tomarla ya por muerta también.

—¿Abuelos?

—No sé.

—Te ves tan triste... —murmuró—, no me gusta ver así a la gente.

—No me veas. Bótame también.

—¿Qué pasa con esa negatividad? Realmente... ¿no te cansas de eso?

—Mira, Alexis —Suspiré—. Sé que mi cabeza es una porquería. Sé que estoy enfermo hasta de ahí, no sé que tengo pero seguramente es alguna porquería que al oírla te ponga pálido. ¡Y sí! Me canso, me canso mucho, pero es inevitable. ¿Por qué crees que no tengo amigos? Por esta mierda, ¿quién no se cansa? ¡Hasta yo estoy cansado!

—Calma...

—No me pidas que me calme. A ver, mi hermana mató a mi madre porque me odia. Mi padre y mi otra hermana están muertos, justo voy a tener que memorar ahora la muerte de los tres en mi cumpleaños, una maldita miseria cada año. Todo lo que quería era enorgullecer a mi mamá y ni eso pude hacer... ahora ni siquiera está. Estoy harto de vivir. ¡Harto!

Alexis hizo una mueca de confusión bastante extraña y se puso las manos en el rostro. La mesera llegó con un plato y un pocillo para cada uno y de dos mordiscos, Alexis acabó con su pan. Sus labios se movían, murmuraba cosas inaudibles y luego de quitarse las manos del rostro me miró fijamente a los ojos.

—Vamos a terminar este año y te prometo que te voy a ayudar —pronunció con el tono de seguridad más firme que oí en mi vida—. Hablaré con mi abuelo para que te deje terminar. Quedan tres semanas, es imposible que no lo permita. Vas a prometerme que vas a ir a clase mañana y me aseguraré de que sigas hasta el final. ¿Bien? Desde hoy en adelante vamos a ser amigos, mejores amigos si quieres. Vas a dejar de pensar así y verás que todo puede mejorar. Seguro tus padres te verán desde el cielo...

—No creo en Dios —Interrumpí.

—Vale, vale... entonces la energía de tus padres que te acompaña estará orgullosa de todo lo que logres en tu vida.

Quise reírme, pero no vi en su rostro la expresión de burla típica que las personas me dedicaban cuando se dirigían a mí y simplemente asentí. Él sonrió y me invitó a comer mientras tanto. Mi estómago agradeció el alimento y pude sentirme bien finalmente.

AnquilosisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora