VI: Recuerdos en soledad

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Fueron aquellos momentos infaustos que ardieron en mi conciencia como si fuese yo mismo quien hubiese dilacerado el corazón de mi amigo. Saber que él no estaba bien y no deseaba ayuda era algo que no sabía si podía soportar. Y dolía, porque él era quien me animaba antes y ahora que él estaba mal yo no podía devolverle el favor.

No conocía del todo a Alexis, era consciente de que apenas llevábamos hablando unas semanas y juzgar a la primera sería erróneo, pero estaba seguro de que él no merecía sufrir, ni por una mujer ni por nadie; aquellas personas que ayudan son las que mejores destinos deberían tener. Aunque yo incluso si ayudaba a alguien solo empeoraba más mi destino. Quizá Dios existía y me odiaba demasiado. Por eso, de darse el caso, le daría la mano al diablo, que aunque temido y repudiado, si era como lo describían en la historia, fue tan inteligente como para darse cuenta de los fallos de un ser "todopoderoso" y ponerse en su contra. Además por los dichos de la gente incluso resultaba más útil rezarle a él que a Dios.

No importaba cuántas veces me diese vueltas en la cabeza, no hallaba un motivo por el cual Alexis fuese tan débil y dependiente de aquella persona que notaba que le había hecho daño más de una vez. Él parecía mucho más fuerte que yo.

Pero entonces pensé y tras una profunda reflexión vi sus riquezas como la fuente de la dependencia que él sentía, aquél estaba enfermo de aquello tan terrible porque lo tenía todo y si no podía tener algo le dolía. Así que si no podía tener una novia, quizá por eso no era capaz de estar feliz; pensaba que todo lo conseguiría, así que darse cuenta de que no era cierto y había fallado lo destruía. Por eso también quería el primer lugar académico y tenía bastante sentido para mí.

Sin embargo eso no quería decir que la mujer que destruyó el corazón ambicioso de Alexis no fuese una persona terrible.

Una persona aprovechada, vil, aturdidora; como Loraine debía estar detrás de todo el sufrimiento de mi amigo. No sabía en dónde estaba ella, si se habría ido del país o incluso de esta vida, pero sabía que no la quería volver a ver. Incluso si algún día estaba en ruinas, no quería verla pedirme perdón, jamás la escucharía, no la perdonaría.

Era de las personas que nacieron para hacer sufrir a los demás y lo comprendía por las palabras de mi padre, por los mismos recuerdos que yo tenía.

Solían molestarme en la primaria, el primer año por cómo me veía y mi voz aguda.

Siempre tuve la costumbre de dejar que mi cabello creciera un poco más largo de lo que los demás lo tenían y mis rasgos jamás pudieron verse como los de los varones de mi edad con los que convivía, a veces decían que quizá era una niña con uniforme de niño, estaban aún en la época en la que la palabra "gay" era una ofensa y con eso me apedreaban a diario.

Mi padre siempre me dijo que no debía poner atención a esas personas, que ellos no sabían lo que decían, que ser gay no era una ofensa y no estaba mal, todo lo contrario, amar era lo mejor que podía haber, que a él no le importaba incluso si yo lo era; años más tarde descubrí que en efecto eso era cierto, que mi padre era un genio y el respeto a la diversidad era de las cosas que más necesitaba la sociedad principalmente en aquellos lugares con fuertes principios conservadores, a veces deseaba ser tan grande como para viajar allí y decirles en la cara a cada uno qué era lo que estaban haciendo mal. Pero siempre me sentí pequeño, con un tamaño mucho menor al de los demás, siempre delgado, sin fuerzas, un llorón de primera.

En ese entonces mis padres eran lo mejor que podía tener en la vida. Yo realmente los apreciaba, los amaba como a nadie y dependía de ellos, realmente me dolía cuando no estaban en casa, porque Loraine venía y me decía que yo no merecía tanto cariño, que tanto amor no era justo para mí y que mejor debía perderme, salir de la casa y jamás volver porque a nadie le interesaría si yo hacía falta.

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