En unos días más ya estábamos a punto de comenzar nuestro súper emocionante —siendo sarcásticos, claro está— día de clases.
No era la gran cosa realmente, sabíamos que no habría nada relevante.
Y pensando en eso, no pusimos ninguna alarma, pensando que nos despertaríamos más temprano.
Nos habíamos levantado tal vez un poco tarde, bueno, era la costumbre, así que no lo vi como algo tan malo.
Alexis corría de un lado al otro de la habitación, acomodándose la corbata y terminando de ponerse los zapatos de mala manera, empujando el pie contra el piso mientras yo me vestía con una lentitud impresionante.
— ¡¿Ya estás...!? — Exclamó, girándose hacia mí y golpeándose la frente con la palma de la mano al ver que no estaba vestido.
Sabía que llegaríamos tarde, pero no podía apresurarme aún más en mi condición, apenas abotonando la camisa, como si a mi disposición estuviera todo el tiempo del mundo. Alexis se quedó mirándome fijamente un par de segundos, con una expresión casi de decepción, aunque con un atisbo de querer reír. Yo seguí en mi labor, como si nada, se llevó ambas manos al rostro y suspiró.
— ¡Joder, Jordan! ¿Cuánto vas a tardar? — Habló más rápido y alto de lo usual y se acercó, agachándose para terminar de colocarme la ropa, casi como una mamá. — Pareces un bebé... — Murmuró entre dientes. Sonreí.
Pronto, estuvimos en el primer piso, comiendo un pan mientras el café se calentaba.
Luego salimos, con toda la velocidad que se podía, dirigiéndonos a la institución.
Una vez estuvimos allí, nuevamente en la misma aula de siempre, supimos que no habíamos sido los últimos en llegar, así que con calma nos ubicamos en los pupitres.
El aula comenzó a llenarse, notamos que había un puesto de más, un sobrante, quizá; hasta que la persona dueña del susodicho se hizo presente.
Ella era alta, parecía delgada, tenía el cabello hasta la cintura, sobre los hombros, en unos perfectos rizos acomodados en su parte delantera, un flequillo rozando sus pestañas; unas pestañas del mismo color negro de sus cabellos, y sus ojos, unos ojos color oro, sus mejillas se cubrían por sus rizos no tan marcados y ya no podía ver bien el resto de su rostro, estaba cabizbaja.
Sí, la reconocí, su mirada acusante sobre mí aquellas veces.
Temí, pero a la vez estaba confundido.
Ella me miró a mí también y apretó con más fuerza las carpetas que cargaba en manos, escondidas casi parcialmente por las mangas de su suéter.
Se sentó en el puesto libre de la hilera de pupitres a nuestro lado.
Se acomodó y sin quererlo seguí mirando, su uniforme estaba bien, su falda... sus piernas... su pierna. Tenía una prótesis en lugar de su pierna derecha.
Juré quedarme extasiado con eso un rato más, hasta que el profesor y sus saludos se hicieron presentes.
Entonces, luego de unas palabras más, obtuvo mi atención al referirse de manera directa a ella...
—... Así que, señorita, preséntese. — Sí, tenía que ser ella.
Miré a mi lado, efectivamente, se puso en pie y se aclaró la garganta.
Todos estaban en silencio, ella no elevó mucho la voz, apenas fue un murmullo.
— Christina Allard; dieciocho años.
Volvió a sentarse, los murmullos comenzaron con rapidez, ella tomó su portaminas y comenzó a jugar con él, metiendo y sacando la mina con sus dedos.

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Anquilosis
Teen FictionTal vez "amor" es una palabra muy complicada para alguien que ni sus propias piernas puede sentir. Tuvo una vida complicada, en donde toda cosa aparentemente buena que se manifestaba a su alrededor pronto perecía, por eso ni sus propios sentimientos...