Capítulo 38

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~ CHRISTIAN ~

Apenas abrí los párpados, mis entrañas danzaron en mi interior, con el nerviosismo aún en carne propia, las lágrimas secas en mis mejillas y el dulce olor a sudor mío y de él. Cuando quise moverme, su desnudez me lo impidió y palpé con mis dedos su delgada cintura, la espesura seca sobre su piel, que también había quedado impregnada en las sábanas.

Y me teñí de pies a cabeza en carmín, juré incluso ser una locomotora dejando humo a su paso, cuando recordé cada suceso de nuestra candente velada. Lo solté y me alejé, con las manos en el rostro, los alaridos de vergüenza interna y mi extravagancia de la noche anterior resonando en mis paredes cerebrales.

Vino a mi mente su rostro enrojecido, la dolorosa expresión y sus gemidos intensos, sus cuerdas vocales chillando y su piel contra la mía, la sangre y el vespertino placer.

Ahora, a mis veinte años, al fin sabía lo que era hacer el amor, sabía cuán especial era y... me enorgullecía saber que él era la persona correcta, tan inexperto, tan pueril y curioso como yo.

Apenas coloqué mi ropa interior y mi prótesis, inmediatamente fui a elaborar el desayuno, nervioso, errático, sin dejar de darle vueltas al apasionado asunto, me avergonzaba.

Y para cuando estuve junto a la cama, con su desayuno en una bandeja, el yacía despierto, sentado sobre las albinas sábanas, con sus manos en su abdomen bajo, desnudo, parecía una bella flor de algodón y me miró, con las mejillas teñidas de rojo, aún si parecía más avergonzado que yo, habló:

—C-creo que me embaracé —Balbuceó palpando aún su abdomen.

Sonreí nervioso y dejé la bandeja a un lado, acercándome a él con cuidado.

—¿Qué sucede? —Interrogué.

—Siento... algo extraño, como si... como si quisiese defecar —Fue directo y no pude evitar reír ante la comparación.

—Lo siento mucho.

—No, no... Me gusta.

—¿Te gusta?

—Sí, me gusta, porque lo provocaste tú —Sus manos fueron ágiles y agarró una almohada para aferrarse a ella y esconder su rostro mientras, el incendio en mi rostro acababa de recibir el riego de un nuevo tanque de gasolina.

Estuvimos en vergonzoso sosiego un par de minutos y luego me atreví a ofrecer el desayuno, él aceptó con gusto y comió con agrado, ya no sabía si él estaba más sonrojado que yo o era al contrario. Me sentí desnudo, a pesar de no estarlo.

Cuando él terminó, sus almendrados orbes chocaron con los míos y se removió inquieto.

—¿Por qué... no me hablas? —Inquirió, mordiéndose el labio.

—Tengo vergüenza... —Admití sincero.

—Yo también, pero... quiero que me hables o me sentiré mal —Amenazó.

—Yo... lo siento.

—No tienes que disculparte por nada.

—¿Por qué te sentirías mal?

—Porque... si no te gustó, yo...

—¿Lo de anoche? —Cuestioné interrumpiendo sus dichas. Él asintió.

—Si no te gustó, como me gustó a mí, voy a llorar —Tembló.

Y entonces, me lancé a abrazar su cuerpo con fuerza, besé la totalidad de su rostro y sonreí, eufórico.

AnquilosisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora