Errando el destino IV

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IV

La noche anterior había visto cómo cinco de los hombres que la llevaban habían violado a una jovencita que tomaron del camino. La había violado macabramente, la habían violado hasta la muerte.

Ciri sintió repulsión. De golpe, cuando la tomaron del brazo para subirla nuevamente al caballo, sintió asco. Un asco notorio por el contacto con el tacto masculino. No quería que aquellos la tocaran, no quería que volvieran las caricias masculinas no deseadas a su piel. No quería. No quería.

Los gritos de la jovencita la atormentaban.

Lloraba, sin consuelo, lloraba, la jovencita lloraba ¿o era que había llorado, pero ahora callaba, y Ciri solo recordaba, una y otra vez sus lágrimas?

Hasta que dejó de llorar. Aún sin llanto, otros dos la violaron. Ciri se preguntó si habían violado una mujer inconsciente o un cadáver. Pero parecía ser, que no importaba. La importante era meter el pito dentro de una mujer.

Repulsión.

¡Arde, Falka, arde! Sí. Podría ser... quería hacerlos arder. Quería consumarlos en un infierno cruel. El mismo infierno que le habían otorgado a la jovencita fallecida por el ultraje de su cuerpo, el desgarro de su vagina y los abusos masculinos por la posibilidad de meter un pito dentro de una mujer. El mismo infierno que ella había conocido solo a los 12 años... pero al menos, en su caso había sido tan solo uno y había sobrevivido...

Hacía poco más de un mes que ella se había separado de Jaskier. Al principio, había sentido que, a pesar de la distancia, allí donde el poeta estuviera, aún estaban juntos. Pero luego... de pronto, él ya no la recordaba. Ella lo sabía, porque ella no lo recordaba.

Ciri no sabía que, absorto en el dolor, Jaskier se había entregado a la locura del alcohol para borrarla de su memoria. Así que sí, la olvidaba, pero porque mataba una y otra vez su consciencia, para callar su dolor. El poeta no tenía idea de lo que implicaba su olvido. Su olvido era la muerte de Cirilla de Cintra y la esperanza del infierno de Falka.

Aquella noche, luego de la violación, soñó con Jaskier. Él también la violó. Era el cuerpo del poeta, pero la violación en Angren. Sintió que la destrozaron.

Despertó desesperada. Él también te violará, porque no le importas nada. Te violará y solo se aburrirá contigo, porque así son los hombres. Ellos cogen, pero no aman ¡Arde, Falka, arde! Ciri rompió en llanto.

La jovencita comenzaba a perderse en la oscuridad... las atrocidades que visualizaba estaban rompiendo la esencia de Ciri. Cada día le costaba un poco más recordar sus ojos y su sonrisa.

Amplias, lejanas y profundas eran las locuras que la acosaban. Soñaba con cortarse las venas, soñaba con tomar el fuego y quemar a todos aquellos hombres que la miraban con lujuria.

Quería ver el mundo arder... ¡Un consumado infierno! ¡ARDE, FALKA, ARDE!







Los hombres entraron a una taberna en plena mañana, sosteniéndola por sus manos. La sentaron al lado de un elfo herido (y también maniatado) y le ataron las manos, recordándole que era prisionera. El captor del elfo se burlaba, decía que lo había capturado cuando el elfo, (Kayleigh, se llamaba) había ido a ver a su amor por la noche. Entre risas contaron que la violaron hasta que la joven no fue capaz de orinar ni con las manos ni con los pies. Ciri se destrozó. Falka los miró con odio... odio y deseos de quemarlos, de castigarlos en el fuego sanador... ¡La venganza de fuego! ¡Arde, Falka, arde!

Ciri miró a Kayleigh, no era feo, tenía rasgos delicados como los elfos y seguramente poco más que su edad. Pero en su mirada había odio, maldad. Le dio miedo. El elfo era capaz de todo. La jovencita bajó su mirada esmeralda y se acurrucó, intentando perderse entre los presentes.

Lanza una moneda a tus brujosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora