Rosa del Destino I

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I


Ciri y Valdo estaban montados sobre Kelpa y delante de ellos solo vieron unas ruinas antiquísimas. - ¿Seguro que aquí debería estar la Torre de la Golondrina?

- Seguro. - respondió el bardo a su espalda. Valdo miró al frente y se desilusionó del mismo modo en que lo había hecho Ciri, aquellas solo eran ruinas... Si era la torre que buscaban, pues entonces o estarían destrozadas o es que quizás ya no servían... Tal vez, pensó el bardo, Tor Zireael realmente ya era un mito, una leyenda... quizás los humanos habían destrozado también aquello, como otras tantas construcciones élficas.

Aquellos dos destinados se encontraban sobre un lago congelado. Por aquellos tiempos, el invierno casi había comenzado y las temperaturas habían descendido horrorosamente. Los lagos se congelaban y permitían a uno andar sobre éstos, incluso con monturas o patinando. Ciri vio vertientes nevadas y por delante, un bosque de abetos espolvoreados de blanco. Un paisaje hermoso, bellísimo, pensó, que le recordaba a su infancia, cuando disfrutaba en las islas de su abuelo Eist patinando y disfrutando del hielo y el frío. Se removió algo en su interior. El final de toda aquella locura donde se encontraba se estaba acercando, y ella lo sabía.

Un final que significaría solamente el final o el principio de algo. No lo sabía. El filo de la espada era doble... cualquiera de las situaciones podría suceder... Ciri suspiró. Un último viaje... para determinar su muerte o libertad. Destrucción o esperanza.

Ciri oyó en su mente la voz de un hombre que no fue capaz de reconocer: - Has sido criada entre lobos y voces mezquinas, última en tu clase, Rosa del Destino, espinas de sangre sobre tu piel. Voces que todas las noches te han atormentado debajo de tu cama, a través de los sueños. Y sabes bien, que aquellas voces hablan de ti, porque todo se reduce a ti, se resume en ti... al final, tú eres lo único que importa. - La joven mujer que era Ciri se estremeció... ella era tanto... tanto para el mundo que, aunque quisiera ser ranúnculo en flor, ser ordinario, no podría... Porque le hablaban de grandeza... voces que susurraban y rasgaban su cordura y le decían una y otra vez que ella era la clave de todo, y Ciri solo se preguntaba "por qué", pues ella habría deseado ser solo una humana, sin importancia... La clave para nada.

Por eso te he traído aquí, resonó la voz de Yennefer en el interior de Ciri, a esta piedra, que desde tiempos inmemoriales está en la intersección de las venas que laten de poder. Tócala.

Una piedra. Ciri miró una piedra. Una piedra delante de ella hizo vibrar su alma. Una piedra destinada. Una piedra. Una piedra que unía corazones desesperados. Una simple piedra, inerte, pero llena de vida. Mágica.

- Tú eres hija de piedras ciegas, aquellas incapaces de ver la verdad. - la voz masculina resonó en ella, otra vez. - Asombrada, vigilas por las noches las estrellas en el firmamento y no comprendes que éstas te hablan... Se fundamentan acerca de ti y los de tu clase, siempre pidiendo más de ti, Cirilla, Rosa del Destino, espinas en sangre. Insaciables. Despiertas la avidez hacia tu alma en todos. Siempre pidiendo más de ti... No comprendes quién eres.

> Bienvenida a mi mesa, trae tu hambre, pues tú lo despiertas en todos... haces que el satisfecho te desee, despiertas apetencias en quien te ve... Bienvenida, destinada. Bienvenida a mi mesa. Toma asiento...

Ciri se entristeció. Ella era esclava del destino, pero deseaba su libertad. Así que tan solo descendió de Kelpa y avanzó hacia aquella piedra. Se acercó a la mesa que la invitaba a llevar su hambre y ella se preguntó si podría ser saciado una vez en aquella mesa que la invitaba a sitio que ella desconocía...




Jaskier galopaba sobre Pegaso hacia aquel sitio que su memoria le había mostrado en esta noche oscura que surcaba el firmamento. La luna iluminaba su camino. Sentía el frío gélido de los vientos invernales golpear sus mejillas y de inmediato se arrepintió de no haberse abrigado apropiadamente. Solo la capa carmesí de Regis lo cubría y ninguna ropa adecuada. Pero no le importaba. Su corazón latía desesperado.

Lanza una moneda a tus brujosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora