Revelaciones II

47 4 3
                                    

Admito que tus uñas traen el color del óxido

(¡Regresa a mí!)

Y tus venas han partido injustamente al olvido

(¡pero nuestras voces se alzan!)

 

 

¡Pero nuestras voces se colisionan con cada aullido de la marea!

Cantando, todo el infierno y su ardiente fuego nos puede esperar

 

***


- ¿¡Pero qué estupideces dices!? – Ciri se puso de pie, alterada. - ¡Yo no soy elfo! – Jaskier se puso de pie a su lado y la tomó de las manos, ella se las quitó incendiada de ira. - ¿Quién te has creído para venir a mi palacio, a acusarme de hechicería y sangre élfica antigua y no sé qué estupideces más?

- ¡¡Escúchame, Ciri!! ¡Escúchame! Estoy de tu lado… - quiso volver a tomarla, pero ella lo empujó. – Lo siento, no he tenido tacto. Es que no esperaba comprenderlo todo ahora. Pero no estoy aquí para hacerte daño.

- ¡¡GUARDIAS!! – gritó la princesa.

- No habrá guardia alguno, ¡porque esto es un sueño! Al que me has traído tú, con tu magia. – ella lo miró estupefacta. - ¡Por los dioses! ¡Eres tú quien me envuelve en estos sueños demenciales cada vez! ¡¡Recuérdame!! - Jaskier llevó sus manos hacia sus propios cabellos y se los aplastó, exasperado por todo lo que sucedía, remolinos entre ideas delirantes, deseo ardiente, miedo y confusión. Caminó hacia ella y quiso agarrar sus manos, pero ella se las llevó sobre su pecho, desconfiando de él.

- ¿De qué hablas, Julian?

- Soy Jaskier. Soy Julian, pero también Jaskier. – él tomó sus manos con fuerzas, ella las envolvió con las suyas también y se las apretó, mirando aquel demente que se había hecho llamar, una vez más, Jaskier… y aquel nombre le removía algo en el fondo de sus recuerdos, que quería aflorar a la realidad. – Tú me recuerdas mejor como Jaskier. – Ciri miró su agarre, él la liberó, se quitó los guantes y los tiró al suelo. Volvió a tomar sus manos. – Recuérdame, noble Ciri. – le sonrió. – Estamos juntos en esto.

Jaskier… ese nombre… ese nombre… Jaskier…

- ¿En qué? Ju… Jaskier… ¿De qué hablas? – la voz de la princesa tembló, como si algo comenzara a aflorar en su consciencia dormida y engañada por un futuro que nunca existiría. Jaskier la miró y ella percibió una mirada enamorada. Él y ella estaban enlazados de otro modo, de un modo que no acababa de comprender, pero aquellos ojos eran los de un hombre que ya la conocía, la veía con cariño…

- El ataque a Cintra… - él apretó sus manos con más fuerzas. – Nilfgaard, ¿por qué atacó a Cintra? El emperador te busca… ¿podría ser que atacó el palacio para tomarte prisionera?

- ¿De qué hablas? Me asustas. – suplicó la princesa. Jaskier la abrazó y la apretó contra su cuerpo, como siempre lo hacía. Ella sintió su pecho y el calor de él y le resultó familiar, reconfortante. Como si alguna vez, en aquellos brazos, ella ya hubiera ahogado penas y recuperado la cordura. Se prendió a él y sintió que aquello era cotidiano, ya había abrazado a aquel hombre en otra vida… sintió que, sobre él, con él, podía descansar sus temores ¿Qué sucede? ¿Por qué me eres tan familiar? ¿Por qué me siento segura? Ciri apretó con más fuerzas sus manos sobre la sastrería fina del vizconde y ocultó su rostro debajo de su cuello, sintió su aroma, también conocido. Sintió que él la apretó con mayor contención y la acarició, como si estuviera acostumbrado a hacerlo, como si quisiera protegerla de todo, pero ¿de qué? Habló de un ataque a Cintra, de Nilfgaard

Lanza una moneda a tus brujosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora