Ola marina, contra piedra VII

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VII

El campo de batalla ardía... entre flechas y soldados nilfgaardianos que habían logrado salir del pantano que Triss Merigold había creado con magia.


Los sucesos habían sido los siguientes: de Brenna había partido un grupo de arqueros y algunos soldados montados hacia el límite oriental de Lettenhove, el Prado de los Verdes. Sitio donde habían tenido pensado, tender una trampa al enemigo nilfgaardiano. En total eran unos dos mil arqueros y por lo menos mil trescientos cincuenta soldados a caballo del Norte.

Habían marchado durante toda la noche, llegando al prado pasado el mediodía, casi por la tarde. Los soldados estaban exhaustos, las pociones no fueron suficientes para vigorizarlos. La hechicera Triss, con todo aquel cansancio encima, había invocado las fuerzas de la naturaleza para hacer que lloviera sobre la tierra seca del prado durante dos horas... Momento en el que, una parte del ejército del Centro de Nilfgaard, había llegado. Al ver aquello, Jaskier se había alegrado: significaba que el plan había funcionado y habían logrado romper las filas del enemigo, dividirlas y otro grupo de soldados, de los Negros, estaría ya por aquellos momentos, en el Bosque Musgos, enfrentándose a las fuerzas de los enanos y mercenarios.

Sin embargo, al poco tiempo, todos pudieron ver que el número del adversario era gigantesco y ya no tuvieron ninguna duda... aquellas eran las fuerzas del ejército del Centro en su totalidad, no había logrado partir al enemigo y lograr su división. Aquello, no fueron buenas noticias y que la infantería de Vissegerd no llegara, tampoco era algo bueno. O los había traicionado o los habían liquidado.

Triss Merigold liberó una tormenta eléctrica sobre el enemigo hasta vomitar de forma imparable por el abuso de su poder. Pero al menos, aquello había logrado un buen número de bajas del enemigo que habían sido liquidados por los arqueros con rapidez, pero eran tantos que, de nuevo, el pequeño número perdido, en general, no significaba gran cosa.

Con el tiempo, el enemigo se había abalanzado sobre ellos. Los que lograron salir de los suelos pantanosos saltaron voraces sobre los norteños con tan solo 1350 soldados de infantería y el resto, todos, arqueros.


Jaskier sostenía a Triss en sus brazos, mientras la hechicera, vomitaba una vez más. Tan pálida como nunca la había visto y temblorosa, incapaz de mantenerse en pie. - Déjalo ya, Triss... - le rogaba, mientras ella volvía a extender su mano para liberar un hechizo nuevo a uno de los soldados. A su alrededor, a menos de un metro, Coër se dejaba la vida matando enemigos que deseaban atacarlos. Ojazos, detrás de Jaskier disparaba, no hablaba, solo disparaba y de tanto en tanto, la oía gritar una vez más. El poeta sabía que morirían, estaban totalmente rodeados. Así que, tomó la mano de la hechicera con fuerzas. - Déjalo, Triss... No puedes seguir. Es demasiado. Basta ya, por favor.

- ¡No! - vomitó otra vez. - Es tu familia Jaskier... - la hechicera señaló temblorosa al centro donde un punto negro, alto, mostraba el palacio de Lettenhove, a lo lejos. Jaskier miró y un hilillo de sangre de su cuero cabelludo cayó sobre su ojo izquierdo, él soltó a Triss para limpiarse y notó que la hechicera se desplomó, incapaz de mantenerse por sí misma, así que la tomó de inmediato. Ella respiraba agitada, vomitó una vez y miró el palacio, a lo lejos... - Te prometí que venceríamos. - costó que las palabras salieran por su garganta. - No me daré por... - su cuerpo tembló y si le hubiera quedado algo en el estómago, habría vomitado otra vez, él acarició su rostro, y le sonrió.

- Tranquila... - intentó darle algo de paz, aunque estaba tan aterrado como ella. Jaskier miró aquel punto negro y sintió mucho miedo, pero luego sus ojos miraron a su alrededor: llamas, estrépito, relámpagos y algunos sitios donde todavía llovía. Gritos, sangre, corridas. El magnífico corcel con el que había huido todos esos días estaba tirado en el campo de batalla, destrozado, junto con incontables números de cadáveres. La capa nobiliaria, Jaskier se la había quitado, porque había notado que solo deseaban matarlo al ver que él era el "conde" de aquellas tierras. El brujo Coën estaba destrozando otra cabeza, luego un brazo y una mano. Gritos y estampidos. El filo de una espada que golpeaba, una vez más, la armadura del brujo y estaba vez, saltaba sangre, pero aquel seguía, con la misma locura que anteriormente.

Lanza una moneda a tus brujosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora