Ola marina, contra piedra I

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I

El cuerpo de Jaskier se invadió por un remolino de sensaciones, se sintió agotado, del mismo modo que se venía sintiendo durante los últimos meses, incapaz de comprender en qué se había metido realmente y, al mismo tiempo, incapaz de darse por vencido, de apartarse de Cirilla y seguir con su vida ordinaria. Sintió que su estómago se revolvía... sintió que era demasiado. Pero la contuvo, la sostuvo, mientras la bruja luchaba por dominar las fuerzas de la naturaleza que la rodeaba. El poeta lo percibía, percibía el gran esfuerzo de la mujer de cabellos cenicientos en sus brazos, lo sentía en su piel, en sus gritos de dolor y en los temblores de su cuerpo.

Ciri luchaba por tomar en sus manos el poder del mundo del Reino de los Alisos, luchaba por contener cada una de las células que constituían su cuerpo unido, para no explotar por toda la energía que estaba tomando y luchaba, también, por no matar a Jaskier, de quien estaba extrayendo un componente vital para lograr hacerse con el Caos: su vitalidad.

Ella sentía cómo él la abrazaba y al mismo tiempo, cómo perdía su fuerza, cómo caía sobre su espalda de tanto en tanto, pero volvía a ponerse en pie, volvía a mantenerse vivo. Ciri sentía cómo le robaba el componente más poderoso para la magia: la fuerza de la vitalidad de un ser vivo, un ser humano. Para poder dominar aquella barrera no solo necesitaba su propia vitalidad, sino la de él también... y entonces...

La voz de Valdo Marx se oyó entre aquellos dos y Ciri se sintió poderosa, se sintió capaz de destrozar a quien fuera, así que levantó sus brazos al cielo y dominó los vientos feroces, arremolinándolos sobre ella, provocando una locura cíclica y circular sobre las nubes tormentosas y haciéndolas descender a sus manos.

Jaskier miró aterrorizado cómo la jovencita estaba formando un tornado. - ¡¡Ciri!! ¡¡Detente!! ¿Qué haces? - le gritó, estupefacto, pero ella no lo oía, solo quería venganza.

No dejes que te agarren... la voz de Caballito sonó en el interior de Ciri. No, no voy a dejar que me tomen. No. Puedo salir de aquí sola. Soy la Señora de los Mundos, hija de la Vieja Sangre, lo sé, Caballito. Lo sé.

El unicornio atacó a Eredin, Valdo Marx se lanzó sobre éstos al mismo tiempo solo con su maestría y su cántico de guerra, sin otra protección, mientras Claire apuntó y lanzó una bala de fuego desde su onda al general, explotando sobre su regia armadura, ella sabía que no sería suficiente para destrozar semejante protección, pero el fuego calentaba el metal, si seguía así, pronto se quemaría la piel, así que atacó otra vez.

Naláh atacó al rey con la alabarda y rápidamente, se montó sobre el Pegaso a su lado y continuó enfrentando a su hermano, quien se vio obligado a detener el hechizo que había comenzado a ejecutar, dándole tiempo a Ciri para lanzar tremendo hechizo sobre los elfos. Solo Avallac'h continuaba hablando en la antigua lengua. Jaskier soltó a Ciri y se lanzó sobre el elfo rubio, tirándolo al suelo y evitando que continuara recitando, Ciri cayó al suelo al perder la vitalidad del poeta y se le fue la concentración sobre el vórtice caótico sobre sus manos. Las ráfagas de viento explotaron y golpearon a todos, azarosamente, la barrera invisible mostró quiebres internos, pero resistió, no explotó.

Ciri corrió sobre Jaskier y apunto a Avallac'h con la Espada del Destino. - Y así, Avallac'h, cerramos nuestro destino. - Jaskier y el elfo, yacían sobre el suelo y miraron a la Golondrina, que se había rebelado contra sus antepasados. El poeta se puso de pie y se situó a su lado, blanco como el papel, al borde del desmayo y solo en ese momento, ella comprendió que la había soltado porque casi lo había matado. Sintió una puntada en el corazón. Jaskier apoyó una mano sobre su hombro, trastabilló y cayó al suelo, totalmente consumido. Anto corrió a su lado y lo sostuvo, Ciri no se pudo permitir comprobar que estuviera consciente. Tenía al elfo rubio frente a ella.

Lanza una moneda a tus brujosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora