Insensible I

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 I


La humanidad se la habían robado, y así era mejor, o eso pensaba el brujo ¿Para qué sentir, para qué sufrir? Solo había que hacer lo que un brujo tenía que hacer: matar monstruos y cobrar por ello… para seguir. Para seguir adelante, para poder comer, para poder vivir. Quien quisiera vivir a los cambios que se estaban produciendo en el Continente, tenía que aceptar la dominancia de la raza humana, tenía que adaptarse: como él lo había hecho. Había aceptado que tenía que caminar junto a ellos, aceptar trabajos que su consciencia se lo permitiera y cobrar. Y seguir, y seguir. Sin pensar en el destino, sin pensar en la niña Inesperada, sin pensar en Nenneke, en su pasado o incluso en Renfri. Sin pensar… porque pensar en el vórtice, en el destino y todas esas estupideces, le quitaban el sueño. Y la última vez que había dormido en paz, había sido rodeado del olor a lilas y grosellas.

 “Lanza una moneda a tu brujo. Oh, Valle de la Abundancia, oh, Valle de la Abundancia. Lanza una moneda a tu brujo, al amigo de la humanidad”, entonaba la hermosa voz de Jaskier mientras intentaba convencer a los aledaños de aquel lugar que el carnicero de Blaviken era “amigo de la humanidad”. Y aunque la canción entonaba una mentira, Jaskier ya le había explicado que a la humanidad no le interesaba el “respeto”, sino los romances, lo heroico y todo aquello que estaba de parte del “ser humano”. Pues los demás, los diferentes… simplemente tenían que adaptarse a la expansión agresiva de éstos. Sino que las dríadas contaran cuánto luchaban contra los humanos, sin mencionar elfos u otras razas.

Geralt levantó la mirada y notó la expresión en el rostro del trovador al alcanzar notas musicales con sus cuerdas vocales que el brujo no podría, ni aunque lo intentara. Jaskier continuó rasgueando el laúd con maestría, una pierna sobre un taburete, la otra sobre el suelo, su voz melodiosa en aquella taberna y los borrachos a su alrededor riendo, golpeando con los jarrones cargados o vacíos sobre la madera de las mesas y levantándolos de tanto en tanto en dirección al peloblanco de rostro furioso que intentaba esconderse en un rincón para beber y lograr dormir aquella noche. – Mmm. – fue todo lo que gruñó y volvió sus pensamientos hacia su bebida.



- Veo que estás de muy buen humor hoy, amigo mío. – la voz de Jaskier y el empujón que el brujo recibió cuando el trovador se sentó a su lado hizo que gruñera una vez más. – He notado que tienes un humor del infierno ¡Qué digo del infierno! Un humor de dragón pariendo huevos hace más de cinco días y voy, y te canto tu canción, y ni así cambias esa cara. Eres un malagradecido, lo sabes, ¿no?

- Yo no te he pedido que me levantaras el ánimo, Jaskier.

- Pero para eso estamos los amigos. Para estar para el otro sin que lo pida. – Geralt no respondió. – Ya sé que llevábamos, sin contar este momento, tres días sin comer. Pero también tú te rechazas todo lo que nos proponen. Y ahora, por milagro de los dioses me han pedido que cantara a cambio de comida y bebida, porque no sé que miembro importante de la guardia vendría esta noche por aquí ¿Pero tú lo has visto? Porque yo no he visto a nadie que pareciera importante. Y no – sacudió su mano delante del rostro del brujo para evitar que dijera palabras que él nunca había tenido por intención emitir – no me interrumpas diciendo alguna de tus observaciones. Porque cuando de gentes se trata, de eso lo sé yo, querido amigo. Hasta a ti te tengo descifrado. – le quitó la jarra de cerveza y tomó un profundo trago.

- Búscate la propia, Jaskier.

- Estoy cansado de que andes con cara de idiota solo porque la hechicera esa te ha dejado. Siempre es igual contigo, nunca lo entiendes. Ella debe ser así con todos.

- No hables de Yennefer. – sentenció. Jaskier tomó otro sorbo y luego otro.

- Ni hiblis di Yinnifir. – se burló. – Cansado me tienes, te digo. – se puso de pie. – Yo, por mi parte, no pienso dormir esta noche contigo en el establo. Iré a buscar a aquella rellenita que no me quita los ojos de encima. – señaló a la joven que servía en aquel sitio del infierno. – Seguro estoy de que tiene cama en algún hogar de por aquí.

Lanza una moneda a tus brujosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora