Rosa del Destino IV

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IV

Por primera vez Ciri prestaba atención al palacio que había sido el sitio del que había salido corriendo. La jovencita se encontraba sobre su yegua negra y contemplaba el sendero que las guiaba para atravesar aquella hermosa espesura de árboles ancestrales, orgullosamente verdes, como murallas cargadas de vida. De la vida silvestre. Ciri se sonrojó ¡Qué hermoso era respetar la vida en todas sus formas! En Cintra, el palacio, había sido hermoso también, pero había murallas, murallas, murallas por doquier. Roca, roca fría y resistente. Aquí, por el contrario, los altos árboles ancestrales daban la bienvenida al palacio élfico donde estaba Avallac'h.

Frente a ella se apilaban bloques de granito y mármol delicadamente labrado. Seguramente había llevado siglos lograr la perfección de aquellas construcciones. A los elfos había que reconocerles algo: eran espléndidos artistas. Después de todo, ¡ellos sí que tenían tiempo! Sus vidas eran largas y aburridas... Por eso Avallac'h no entendía que ella no quería perder nueve meses en este mundo engendrando un asqueroso parásito...

La arquitectura élfica era delicada. Las columnas que componían los cimientos del palacio le daban un toque mágico, los colores blancos del brillante mármol hacía que ella se estremeciera ¡Cuánta belleza! Nunca había vislumbrado algo así. De golpe, al costado de aquel sendero ella vio que crecían muchas florecillas, miles y de colores blancos y violetas. Eran pequeñas rositas, que podrían pasar incluso, por ranúnculos. Pero Ciri sabía que más bien, parecían Rosas de Shaerrawedd. Unas hermosas rosas que crecían en su mundo, allí donde una heroína élfica se había enfrentado a los humanos y había muerto masacrada. Geralt le había contado una vez, aquella historia.

Ciri miró a su alrededor... en este mundo bellamente maravilloso. Se preguntó, mientras se adentraba por aquella senda, si sería tan malo criar un hijo aquí, pues al parecer, había paz por doquier. No había visto guerras ni guerreros. Aunque también era cierto que había conocido muy poco sus secretos. Pensó en Jaskier, siempre a su lado, como príncipe élfico, con ella. Después de todo, no pocas veces se lo había confundido al poeta con un elfo cuando llevaba una capucha encima, dado sus grandes ojos celestes y sus rasgos refinados. Pero Geralt... ella jamás sería completamente feliz sabiendo que dejó a su amado padre en un mundo en decadencia. Prefería la decadencia a su lado y con Jaskier de la mano, que una felicidad egoísta en un mundo ilusorio... Además, sabía que por mucho que la amara, Jaskier tampoco dejaría a Geralt.






Ciri ingresó al interior del palacio donde había dejado al elfo y lo encontró allí, sentado, apacible, como si no hubiera nada en este mundo estúpido de elfos sabios que lo inmutara. Ella había pasado un día entero dando vueltas por cualquier sitio, pero Avallac'h se comportaba como si estuviera seguro de que, finalmente, volvería. Y eso la ponía furiosa (principalmente porque, afectivamente, había vuelto).

A ver si te digo que amo a un humano, cómo te sienta eso en el rostro, estúpido elfo... Como Lara Dorren y Cregennan. Esperaron siglos para que portara ese gen de Lara y yo les arruinaré sus planes con un humano, otra vez.

Ciri se molestó al notar aquella actitud desinteresada, desprovista de emoción alguna. Como si realmente el tiempo se lo pasara por el culo y no le interesara en lo más mínimo. Y es que quizás, era así realmente... Quizás, al ser inmortales, no les interesaba correr detrás del destino. Esperaban a que llegara solito a sus puertas... Como ella había llegado. Solita... Solita y como una idiota se había metido en aquella ratonera. La princesa de Cintra resopló, la bruja de Kaer Morhen se rabió.

Ciri se puso frente al elfo y le quitó el libro de las manos, dejándolo sobre una mesa de granito, bien pulida, brillante y con una forma que recordaba la hojita de algún árbol. La jovencita notó la encuadernación preciosa de aquel tomo pesado cuando lo dejó a un lado y supo que era el libro más majestuoso que había sostenido. Ni siquiera en su palacio había tenido ejemplares como aquel. Pero se encargó de esconder el asombro.

Lanza una moneda a tus brujosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora