Golondrina III

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Ciri corrió entre llanto hacia la pared de piedra de la torre donde se encontraba su buen amigo Jarre. Él era un pupilo de la suma sacerdotisa Nenneke y tenía 17 años. Había sido instruido por ella para ser sacerdote y cronista. Vivía en Ellander, pero pasaba muchísimo tiempo en el templo. Y a Ciri le gustaba mucho hablar con él, porque era inteligente. O intentaba demostrarlo. Bueno, en realidad lo era.

Ciri era una jovencita de carácter aguerrido, no se dejaba avasallar por nadie y para todos tenía una respuesta. Solo a Yennefer le mostraba respeto, pero porque la hechicera había demostrado sus capacidades. Por supuesto que con Nenneke, también lo era. Pero sus compañeras del templo, eran todas unas idiotas. Siempre diciéndole algo porque tenía cerebro para lo libros, y no una piedra en el agujero de la cabeza que las obligaba a andar detrás de las escobas y las gallinas todos los días (como ellas), y por lo cual le echaban la culpa a ella.

Las jovencitas del templo siempre la fastidiaban, y Ciri ya estaba cansada de ser distinta en todos lados... aunque no conocía más que aquello, desde lo últimos años.

Pero aquel día había conocido el límite. Casi le había partido el rostro con una piña frontal a Iola Segunda cuando se había burlado de ella. Solo le salvó todo lo que Geralt le había enseñado sobre evitar el confrontamiento a menos que fuera realmente necesario, y en ese caso, no lo había sido. Pero las jovencitas del templo le habían dicho cosas horribles, que por la noche, habían desencadenado el llanto de Ciri en su habitación y la soledad de la oscuridad nocturna, lo que la había llevado a buscar consuelo en Jarre.

Entre lágrimas, odiosas lágrimas que ella detestaba, Ciri saltó al ventanuco de la torre donde estaba Jarre.

Las pupilas del templo se habían burlado de ella porque había dicho que nunca había besado a nadie... y le habían dicho que era una niña retrasada y ¡¡ella no era una niña!! Tenía 16 años... Pero lo que había roto su corazón era que ella... jamás había besado enamorada, pero sí que la habían besado, sí que la habían tocado, sí que...

Ciri sacudió su cabeza y olvidó aquello que estuvo a punto de aplastar su consciencia.

Nenneke no quería que Jarre tuviera contacto con las pupilas mujeres, eso lo sabía aunque la suma sacerdotisa no lo había dicho nunca. Pero el hombrecito para nada varonil o interesante, llamaba la atención, sí, de las otras chicas, las que parecían mearse encima cada vez que veían un pantalón dando vueltas por el templo, dadas las oportunidades que traía entre las piernas.

Ella estaba acostumbrada a otro tipo de hombres: altos, que sus cabezas tocaban los techos, de hombros anchos, un aroma que avisaba sus presencias a metros de distintas, aguerridos, varoniles... Brujeriles... Pero de tanto en tanto, se sorprendía recordando la gracia de Jaskier, que había visto hacía tantos años... Y era una sorpresa aquello.

Sabía que Geralt se enojaría muchísimo con ella si se lo confesaba, por ello, en su recámara, había noches en las que recordaba su voz y su sonrisa... y se preguntaba qué estarían haciendo ambos en aquella aventura que había presenciado aquella noche tan lejana en sueños. Y cada vez que recordaba aquellos ojos celestes, algo se revolvía en su estómago.

Sabía que estaba siendo infantil. Ni siquiera lo recordaba completamente, pero si tenía que inventarse una historia de amor como aquellas que recitaban las jovencitas en el templo cada día... se la inventaría con Jaskier. Porque a pesar de ser el opuesto de los brujos, era alguien que había quedado grabado en sus recuerdos. Y era amigo de Geralt... algo bueno debía tener.




- ¡Ciri! - dijo Jarre, alegre, pues él estaba enamorado de ella. Ciri lo sabía, una vez había querido besarla. Y Yennefer ya se lo había advertido también.

Cuando Jarre encontró lágrimas en sus ojos esmeralda, corrió hacia ella y la tomó de las manos, en un intento de ayudarla a dejar la ventana de lado e ingresar a la torre. Ella sacudió su mano con indignación, ¡una hechicera no necesitaba de la ayuda de ningún hombre!, como Yennefer le había enseñado, e ingresó solita.

Se sorbió los mocos, limpió su nariz con su muñeca y se sentó frente a la gran mesa con libros dispuestos por doquier, para permanecer escondida de todas las pupilas estúpidas que estaban fuera limpiando gallinas, o preparando la cena, puesto que era de noche. - Dame algo que leer. O enséñame de nuevo ese mapa para ver geografía política.

- ¿Estás bien?

- Por supuesto. - mintió. - Dame algo para entretenerme.

- Nenneke ¿sabe que estás aquí? ¿O Yennefer? - ella lo miró con rabia, con rabia porque no se callaba y ella quería ¡¡olvidar esas manos que la habían tomado en Angren!! Y habían...

- ¡¡¡Dame el maldito mapa!!! - le gritó, agresiva. Él, tímido, fue en su búsqueda.

- No me trates así, que yo no te he hecho nada. - le dijo cuando le pasó el pergamino. Ella se lo arrancó, pero el jovencito se enojó. - Trata bien mis cosas. Sino te irás de mi torre.

- Tú no le dices a una hechicera qué hacer. Y es descortés echar a una señorita de ese modo. Deberías saberlo. - le respondió soberbia. - Ahora cierra el pico y sigue con tus cosas. Solo quiero estudiar el mapa. - Jarre resopló y se fue a hacer sus cosas. Ella lo agradeció, el jovencito no perdía oportunidad para acercar sus labios a la piel de su cuello. Y ella lo quería lejos.

Bajó la mirada y miró el bulto sobre sus pechos. Se sonrojó levemente. Su cuerpo había cambiado aún más desde la última vez que había estado con Geralt. Había tomado forma, abajo y arriba, parecía un reloj de arena. Yennefer le decía que podía atraer la atención de cualquier hombre, porque era una mujer bien constituida, a pesar de que siempre le decía "feúcha", como palabra cariñosa. Sonrió pensando en la hechicera.

Recordó una conversación que habían tenido:

-Ya has dejado atrás la infancia. - le había dicho la hechicera un día, después de un baño en el templo. - Te has redondeado allí dónde se debe. Baja los brazos. Tus codos no me interesan. Venga, venga, sin rubores, sin falsas vergüenzas. Es tu cuerpo, la cosa más natural en el mundo. El que madures, también es natural. Si tu fortuna hubiera sido otra... Si no hubiera sido por la guerra, haría ya tiempo que serías la mujer de algún príncipe o infante. Te das cuenta, ¿verdad? Hemos hablado de los temas referidos al género tan a menudo y con tanta precisión como para que sepas que ya eres una mujer. Fisiológicamente, se entiende. ¿No habrás olvidado lo que hemos hablado?

-No. No me he olvidado. - había dicho ella.

-Espero que durante tus visitas a Jarre tampoco hayas tenido problemas con tu memoria, ¿no?

- Ese Jarre no me interesa para nada. Yo sólo...

-Precisamente -masculló Yennefer-. Tú sólo. No te hagas la niña, porque ya no lo eres, te recuerdo. A ese muchacho cuando te ve se le cae la baba y comienza a tartamudear. ¿Es que no te das cuenta?

- ¡No es mi culpa! ¿Qué le puedo hacer?

- Tú y yo sabemos que ya no eres una niña... - Ciri se había preguntado a qué se había referido con aquello, ¿a lo que había sucedido en Angren? - Por las noches sueñas con otro hombre, feúcha... - en ese instante, cuando las palabras de Yennefer habían salido de su boca, las mejillas de Cirilla se habían encendido como faroles, lo que había causado gracia a la hechicera, que había hecho referencia a Jaskier... - Es un idiota, ese que aparece en tus sueños. Harás bien en olvidarlo. - fue todo lo que había dicho, y no había tocado más aquel tema.

Y Ciri lo había agradecido.

Lanza una moneda a tus brujosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora